English Chamber Orchestra
Jeffrey Tate, director
Se ha especulado mucho sobre la razón por
la cual Mozart compuso las que serían sus tres últimas sinfonías en el verano
de 1788. Dado su sentido práctico y su “más que aguda” necesidad de dinero en
aquel momento, la explicación menos probable es que las escribiera a raíz de un
simple impulso interior, sin ninguna interpretación en público a la vista.
Lo más probable es que las tres sinfonías
estuvieran destinadas a una serie de conciertos por suscripción que Mozart
esperaba producir ese verano. Pero, lamentablemente, la popularidad de Mozart
en Viena como virtuoso pianístico se estaba agotando y solamente se dio un concierto; sin embargo, una o
más de estas sinfonías pudieron haber sido interpretadas durante su gira por
Alemania, al año siguiente.
Otra posibilidad, menos verosímil, es que las
sinfonías estuvieran destinadas a una visita a Londres que Mozart tenía
prevista para 1788 , que nunca llegó a realizarse.
Un aspecto notable de las citadas sinfonías
es su variedad de estilo y atmósfera, desde la serenidad del Mi bemol (KV 543, nº 39), pasando
por la apasionada intensidad del Sol menor (KV 550, nº 40), hasta el esplendor del Do mayor de la nº 41. Ésta se inicia con un aire habitual en la tradición de las
sinfonías ceremoniales en Do mayor, con brillantes intervenciones de trompetas y timbales. Sin embargo, esta aparente formalidad exterior
se ve contrastada de inmediato por una dulce frase lírica de las cuerdas, una
oposición que domina todo el primer movimiento. La grandeza es agitada,
constantemente socavada por momentos de intimidad, drama, o humor subversivo…
Por otra parte, la inquietud también
marca el Andante, donde trompetas y timbales se silencian y las
cuerdas suenan en sordina. Un fraseo irregular, las modulaciones en claves
remotas y disonancias cromáticas inquietantes contribuyen a dar un universo de
complejas emociones que apenas podría presagiarse en las inocentes frases del inicio del movimiento.
El tempo del Menuetto y el trío es el de
la tradicional danza cortesana, pero el denso carácter de la música resuelto con discretos pasajes contrapuntísticos los eleva mucho más allá del
simple carácter de una danza de corte.
El final es el punto cúlmine del amor de
Mozart por el contrapunto: en él combina la energía y el “momentum” de un allegro de sonata con los más intrincados recursos contrapuntísticos. Los cinco temas que contiene (algunos insinuados al
principio de la sinfonía) aparecen en diferentes formas, y la coda termina en
una sorprendente combinación de los todos ellos, un final glorioso para la producción
sinfónica de Mozart.
No se sabe con certeza quién le dio a esta sinfonía el nombre de Júpiter; quizás fue Johann Peter
Salomon, el violinista y empresario que invitó a Haydn a Londres en los años de
1790. Es un extraño caso de adecuado apodo musical, porque la última sinfonía de
Mozart tiene algo astronómico en su perfección.
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