jueves, 2 de junio de 2016

G. Puccini: La bohème

Anna Netrebko, Mimì
Rolando Villazón, Rodolfo
Nicole Cabell, Musetta
Adrian Eröd, Schaunard
Ioan Holender, Alcindoro
Vitalij Kowaljow, Colline
George Von Bergen, Marcello

Chor des Bayerischen Rundfunks
Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks
Bertrand de Billy

Film by Robert Dornhelm (2009)

En la música de La bohème, Puccini reunió elementos de distintas corrientes. Bien pudiera parecer un pastiche o un clamor resultante de un eclecticismo turbador, pero en realidad, Puccini era hijo y fruto de su época, el cambio de siglo, algo que quedó bien reflejado en su estilo compositivo, del que La bohème es un ejemplo más que clásico. Las arias y los duetos de amor de los actos primero y último se pueden atribuir al romanticismo tardío, el comienzo del tercer acto con la silenciosa y desalentadora nevada en una alborada gris al impresionismo y algunos episodios del segundo acto al verismo.
No obstante, Puccini supera el verismo con la melodía íntima, pues moderniza el romanticismo y llega al estilo que desde entonces será su característica inconfundible. Hallamos una partitura magistral en la que gran cantidad de detalles maravillosamente logrados se unen para configurar una totalidad magnífica. Como ocurre en las obras maestras, no hay un solo compás prescindible, sino una serie de puntos culminantes que se han vuelto mundialmente famosos y muy populares. A ellos pertenecen las dos primeras arias de Rodolfo y Mimì, “Che gelida manina” y “Mi chiamano Mimì”, el dúo que entonan ambos al final del primer cuadro, “O soave fanciulla” el vals de Musetta, el cuarteto del acto tercero, que no tiene comparación por su atmósfera invernal y melancólica, y, después del dúo de Rodolfo y Marcello, la escena de la muerte de Mimì. Todo son momentos absolutamente memorables así como páginas imprescindibles en la historia de la ópera.
El estreno de La bohème tuvo lugar en el Teatro Regio de Turín, el 1 de febrero de 1896, tres años justos después del de Manon Lescaut, el mismo día y el mismo coliseo. La obra la dirigió Arturo Toscanini, un maestro legendario de apenas veintiocho años de edad entonces, y Cesira Ferrari y Evan Gorga interpretaron los papeles de Mimì y Rodolfo respectivamente. Ese mismo año, el éxito en Roma y Palermo confirmó su aceptación superando las malas críticas que la prensa la deparó en Turín, pues el público había acogido allí con frialdad la nueva ópera de Puccini, una reacción habitual al principio ante todas las creaciones del compositor. Por su parte, la crítica se dividió entre los que veían una obra maestra y quienes la tildaban de ópera fallida en deplorable retroceso. En efecto, durante decenios críticos y público han mantenido, como tantas veces, un pronunciado divorcio respecto a sus respectivas valoraciones de La bohème. Mientras la conmovedora historia de la bordadora Lucia y el poeta Rodolfo se imponía en todos los teatros del mundo, en abril de 1897 se representó en Manchester, Londres y Estados Unidos. Un año después llegó a España, al Liceu barcelonés. Los críticos, siempre tan reticentes, reprochaban a Puccini el reiterado empleo de melodías “fáciles” y “pegadizas”, así como “su excesivo sentimentalismo”, casi más propio de culebrón televisivo o de novela rosa que de un género del abolengo de la ópera. El tiempo ha demostrado que estaban equivocados. No supieron ver que el último gran creador operístico italiano había destilado en la ya centenaria La bohème sus mejores y más exquisitas fragancias creadoras. Una vez más, el público, como casi siempre, tuvo razón.
Podríamos pensar que quizás lo que en un principio molestó al espectador de su época fue el argumento, que por su tono veraz, realista y vívido le sumergía inmediatamente, le hacía identificarse con los personajes y le subyugaba hasta la lágrima. En aquella época los espectadores no estaban acostumbrados a esa inmediatez, porque hasta Puccini existía una separación entre el público y la escena impuesta por el libreto histórico donde los personajes principescos protagónicos de las óperas estaban muy lejos de la realidad cotidiana del público y por lo tanto de su identificación con ellos. Puccini involucra al público, le hace partícipe en forma inconsciente e inesperada, moviliza su interior. No pasó mucho tiempo hasta que las opiniones se aunaran, pues en La bohème habían de encontrarse ante una de las máximas creaciones del género lírico, protagonista de posteriores éxitos que no muchas obras operísticas pueden disfrutar. Nellie Melba y Enrico Caruso fueron la Mimì y el Rodolfo que aseguraron su éxito de forma permanente. 

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