jueves, 8 de mayo de 2014

Giuseppe Verdi: La Traviata

Anna Netrebko (Violetta Valéry)
Rolando Villazón (Alfredo Germont)
Thomas Hampson (Giorgio Germont) 
Diane Pilcher
(Annina)
Luigi Roni
(Dottore Grenvil) 
Salvatore Cordella
(Gastone)
Helene Schneiderman
(Flora Bervoix) 
Herman Wallen
(Marchese d'Obigny)
Paul Gay (Barone Douphol)
Carlo Rizzi, director
Willy Decker, director escénico
(Festival de Salzburgo, 2005)

La Traviata, en español La descarriada o La perdida, es una ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Francesco Maria Piave, basado en la novela de Alexandre Dumas (hijo) La dama de las camelias (1852), aunque no directamente sino a través de una adaptación teatral.
Inicialmente la ópera iba a titularse Violetta, por el personaje principal. Fue estrenada sin éxito en el Teatro La Fenice de Venecia el 6 de marzo de 1853. El público centró sus burlas en la soprano Fanny Salvini-Donatelli en el rol titular de Violetta. Aunque era una cantante de fama, a sus 38 años fue consideraba demasiado mayor para el papel. Su sobrepeso no encajaba con el papel dramático de Violetta Valéry quien muere de tuberculosis. Verdi había intentado previamente convencer al gerente de La Fenice para dar el papel a una cantante más joven, pero su demanda no fue atendida. A pesar de todo, el final del primer acto fue aplaudido; pero en el segundo acto, el público empezó a abuchear la representación, en especial tras el dúo del barítono (Felice Varesi) y el tenor (Lodovico Graziani). Al final de la ópera, el público rio a carcajadas en vez de conmoverse con el final trágico. Al día siguiente Verdi escribió a su amigo Muzio: “La Traviata anoche un fracaso. ¿Fallo mío o de los cantantes? El tiempo lo dirá.”

Argumento
La Traviata comienza con un emotivo preludio donde amor y muerte, como quiso llamarla Verdi, se unen en un melancólico tema que evoca ya sea el tercer acto (la muerte de Violetta),  o bien “Amami Alfredo” (duetto del segundo acto), tocado con especial intensidad por los violonchelos.
La escena empieza con una fiesta, estamos en París hacia 1840 en casa de Violetta, joven cortesana. El recibimiento culmina con el famoso brindis “Libiam nei lieti calici“, donde se ensalza la alegría del vino, del amor libre y de los placeres de la vida en general. Violetta delante de un espejo se da cuenta de la enfermedad que la está consumiendo poco a poco. Tisis. Alfredo le declara su amor, ella se queda sola y duda si el amor ha entrado realmente en su vida. Es el final del primer acto.
En el segundo, estamos en la casa de campo donde Alfredo y Violetta viven felices desde hace tres meses. Su situación económica es difícil, Alfredo está lleno de deudas y ha de marcharse. Cuando Violetta se queda a solas llega el padre de Alfredo, Giorgio Germont, quien primero impone y luego suplica que abandone a su hijo por el bien de su familia. Violetta al final accede a separarse de Alfredo y a la vuelta de éste decide retomar su vida anterior.
En el segundo cuadro del mismo acto estamos de nuevo en París, en la lujosa casa de Flora, donde se celebra otra fiesta,  Alfredo mostrando su ira arroja a los pies de Violetta el dinero que acaba de ganar a las cartas, según dice “como pago por sus servicios”, humillándola profundamente  delante de todos.
Un triste y desconsolado preludio nos lleva al dormitorio de una moribunda Violetta, donde tendrá lugar el último acto. Acompañada por un solo de violín, ella lee una carta, con voz declamada, escrita por Germont quien se arrepiente de lo sucedido y desea pedirle perdón, pero ya es demasiado tarde, “E tardi… Addio del passato”. La llegada de Alfredo sirve para que los dos sueñen una vida juntos pero, cuando parece que empieza a recuperar las fuerzas, Violetta se desploma inerte en sus brazos.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Richard Wagner: Tristán e Isolda

Dirección musical: Daniel Barenboim
Orquesta del Festival de Bayreuth
Puesta en escena en Bayreuth (1981) : Jean-Pierre Ponnelle
Realización(1983) : Jean-Pierre Ponnelle

Tristan, caballero de Cornualles, sobrino del rey : René Kollo (tenor)
Isolde, princesa de Irlanda : Johanna Meier (soprano)
El rey Marke de Cornualles : Matti Salminen (bajo)
Kurwenal, escudero de Tristan : Hermann Becht (barítono)
Melot, caballero, amigo de Tristan : Robert Schunk (tenor)
Brangäne, doncella de Isolde : Hanna Schwarz (mezzo)
Un joven marinero : Robert Schunk (tenor)
Un pastor: Helmut Pampuch (tenor)
Un timonel: Martin Egel (barítono)

Coro de marinos, de hilanderas, de caballeros: del Festival de Bayreuth (dir. : Norbert Balatsch)
 
Argumento

La acción tiene lugar en la Edad Media (s. XII). El Primer Acto acontece en un buque que viaja de Irlanda a Cornualles; el Acto Segundo en el parque del castillo de Marke, en Cornualles; el Acto Tercero en el castillo abandonado de Tristán en Kareol (Bretaña), durante una Alta Edad Media de leyenda.

Tras un intenso Preludio instrumental, se levanta el telón. En la cubierta de un buque, en un pabellón suntuoso, la princesa irlandesa Isolda viaja hacia Cornualles, donde ha de unirse en matrimonio con el rey Marke, ya entrado en años. Es joven y bella, de una feminidad radiante y majestuosa. Sin embargo, oscuras sombras parecen acosar su alma, con desasosiego advierte el vuelo de las horas y la proximidad del país extraño. La desesperación se apodera de ella (la orquesta describe su tormento con más fuerza de lo que podrían hacerlo las palabras); su fiel compañera Brangania intenta inútilmente conocer las causas. Un joven marinero canta, desde un mástil invisible, una canción dedicada a una joven irlandesa. Isolda se estremece: ¿se refiere a ella? ¿Se burlan de ella? Brangania intenta tranquilizarla. Pero Isolda parece luchar cada vez con mayor fuerza contra un sentimiento que la tortura. Pregunta dónde se encuentra el buque y Brangania le contesta que a lo lejos se perfilan las costas de Cornualles. ¡No! ¡No! ¡Nunca! ¡Que los elementos se vuelvan contra este odiado destino! Desesperada, la fiel doncella pregunta a su señora cual es la causa de su agitación. Pero Isolda mira con una extraña expresión por un resquicio de la cortina al hombre que está en el puente, y que, sereno y seguro, dirige la nave: a su acompañante, que no la comprende, le canta un sombrío presagio. «Elegirme, perderme, sublime e íntegro, audaz y medroso. ¡Cabeza destinada a la muerte! ¡Corazón destinado a la muerte!» Isolda acusa al piloto, a quien Brangania considera un héroe incomparable, de que rehúye su mirada. Y sin embargo quiere que se acerque a ella, que salude a su futura reina.

Brangania corre con este mensaje hacia Tristán. Este se niega con palabras corteses: no puede abandonar el timón, pero en todo momento está al servicio de su señora Isolda. Evidentemente, es un pretexto, pues el mar está tranquilo. Y Tristán añade, para confusión de la doncella, que Isolda es «la más noble de las mujeres». Entonces, ¿por qué no cumple con su deseo de ir a verla? En ese instante pasan por la cabeza de Brangania numerosos pensamientos; relaciona los pretextos de Tristán con las sombrías palabras de Isolda, que evocan hechos del pasado. Sin embargo debe cumplir su misión, de manera que transmite textualmente el encargo de Isolda: «Ha ordenado al presuntuoso que rinda pleitesía a la señora, a Isolda». Eso está fuera de lugar, pues la posición de Tristán en el país del rey Marke seguramente no es la de un vasallo o subordinado. Antes de que Tristán conteste, interviene Kurwenal, su escudero y fiel compañero: «¿Puedo dar yo la respuesta?». «¿Qué respondes?», le pregunta Tristán muy tranquilo. Y Kurwenal habla sin tapujos: «... Quien lega la corona de Cornualles y la sucesión de Inglaterra a una joven de Irlanda, no puede subordinarse a la mujer que entrega a su tío...». Tristán no quiere oír estas palabras, pero Kurwenal canta una canción burlona a la que se suman con entusiasmo todos los hombres a bordo: «¡Morold se hizo a la mar para cobrar tributo en Cornualles; una isla flota en el mar desierto, allí está enterrado! Pero su cabeza cuelga en Irlanda, pagada como tributo por Inglaterra...».

En el aposento, Isolda se vuelve con desesperación: la vieja herida vuelve a abrirse, su prometido Morold, que empuñó las armas contra Inglaterra y fue abatido por Tristán... Brangania se arroja a sus pies. Entonces la princesa de Irlanda abre las cámaras más ocultas de su corazón y describe a la fiel doncella las causas de su profundo dolor. Los hechos que salen a la luz sucedieron hace mucho y ya los creía olvidados: la muerte del prometido, cuya cabeza le fue entregada. Pero, lo que es peor, después de la guerra llegó a Irlanda, en un pequeño bote, un hombre agotado y malherido; Isolda lo reconoció a pesar de sus heridas y de utilizar el seudónimo de «Tantris» A pesar de ser el enemigo de su país y el asesino de su prometido, lo cuidó y lo curó. En una ocasión, para vengar lo ocurrido, se detuvo con la espada desenvainada ante el lecho del enfermo, pero Tantris-Tristán no miró la espada sino sus ojos, hasta que el arma se le cayó de las manos. Años después, llegó el mismo extranjero para pedir la mano de Isolda para su tío, el rey Marke. Brangania sigue sin entender el profundo dolor de su señora. En la actitud de Tristán no ve ninguna humillación para Isolda. ¿Acaso no es Marke un soberano grande y noble? (La orquesta expresa en ese momento, como ocurre siempre en las óperas de Wagner, más que las palabras. Describe el anhelo de amor de Isolda, mientras su voz todavía la oculta; pinta el dramatismo de la mirada y su profunda significación allí donde ella sólo menciona los hechos. Pero Isolda, con la mirada fija en algo que parece tener ante sí, dice: «Ver siempre cerca de mí al hombre más sublime...».

Lentamente, Brangania comienza a comprender el sufrimiento de su señora. Recuerda a Isolda los elixires mágicos que la madre le entregó cuando emprendió el viaje; además, ¿dónde hay un hombre que al ver a Isolda no se enamore de ella? Kurwenal interrumpe la conversación: la costa está cerca, Isolda debe prepararse. Pero la princesa se niega. Primero tiene que visitarla Tristán. Debe pagarle una vieja deuda. Cuando se va el escudero, una gran agitación se apodera de Isolda. Pide a Brangania el cofre de los elixires mágicos. ¿Cuál quieres?, pregunta la doncella temblando. Isolda señala el elixir que ha elegido: el de la muerte. Llena de dignidad, Isolda recuerda a la temblorosa doncella las palabras que ésta le dijo hace poco: «¿No conoces las artes de mi madre? ¿Crees tú que ella, avisada en todas las cosas, me habría enviado contigo a un país extranjero sin auxilio? Para el dolor y las heridas me dio un bálsamo, para los venenos un antídoto. Para el dolor más profundo, para el sufrimiento más grande, me dio el elixir de la muerte...». Tristán se acerca, entra en el pabellón. Durante un buen rato, con gran tensión y sin decir palabra, Tristán e Isolda están frente a frente. La orquesta sin embargo se agita en oleadas y está cargada con una excitación a punto de explotar.

Finalmente, Isolda toma la palabra: le pregunta si recuerda todavía la muerte de Morold. «¿No se hicieron las paces después?», contesta Tristán. Pero Isolda se defiende, le recuerda cuando se hacía llamar Tantris, la espada desenvainada con que ella estuvo ante su lecho de enfermo. Tristán saca su espada, se la entrega y espera el golpe. Pero Isolda había preparado otra forma de expiación. A una señal suya, Brangania acerca la copa. Y con un sombrío brindis, Ileno de presentimientos de muerte, Tristán se la lleva los labios y la vacía casi completamente. Pero Isolda le arrebata la copa y bebe el resto. Ambos se miran sin decir palabra y esperan la muerte. Sin embargo, el desafío que hay en sus ojos da paso a una creciente pasión amorosa, ambos se ponen la mano en el pecho como si sufrieran un espasmo, se buscan con la mirada, que se hace cada vez más ardiente. Y se arrojan el uno en brazos del otro, perdido; y olvidados del mundo para siempre A su alrededor suenan exclamaciones que anuncian el inminente desembarco, pero Tristán e Isolda no pueden volver en sí, están como aturdidos: ¿Qué elixir?, pregunta la temblorosa Isolda a su doncella. Brangania, desesperada, reconoce el error, que, en su sentido más profundo, no lo es: «¡El elixir del amor!».

El Acto Segundo, el poema de amor más profundo que se haya escrito y puesto en música, es precedido por un agitado Preludio que reproduce la impaciencia de Isolda ante la tardanza de su amado y que encuentra expresión plástica en la señal que hace desde la terraza del castillo, después de levantarse el telón.

El parque del castillo con sus viejos árboles; a un costado la construcción, con escalinatas que conducen al jardín. Una tibia y clara noche de verano. En la terraza arde una antorcha. En la lejanía se va apagando el sonido de unos cuernos de caza. Brangania vigila. Amonesta inútilmente a Isolda, que quiere apagar la llama para dar la esperada señal a su amado, que está oculto en el parque. Brangania teme una traición, desconfía de Melot, a quien Isolda considera un amigo fiel. (La luz tiene aquí un profundo contenido simbólico. En un poema sobre la noche y la muerte significa el polo contrario y enemigo, el día, que traiciona los sentimientos y Ios secretos, la vida visible y exterior, y todo lo que se relaciona con ella, la prisa, la inquietud, la mentira. Al día se enfrenta la noche, la hora de las estrellas que piran eternamente sin prisa y con serenidad, la suave oscuridad de las almas de los amantes, que abrazadas íntimamente se vuelcan en el alma del espacio. El día hiere, la noche cura, la luz arde y quema, la oscuridad consuela y lleva al reposo, al último vivir y olvidar, al sueño, a la muerte. El Acto Segundo de Tristán e Isolda es el poema de la noche, y Wagner lo mantiene durante largos momentos en la tonalidad más nocturna, serena y expresiva, en la tonalidad de La mayor, suave, salpicada de estrellas y ligada al cosmos. Finalmente, Isolda apaga la antorcha, y con ello ahuyenta la luz, el día y la apariencia. Con su pañuelo blanco hace la señal, siguiendo el ritmo de la música, en dirección al parque. Brangania se retira hacia una habitación provista de torre a fin de vigilar la noche de amor de su señora. Un gesto de arrobamiento permite reconocer que Isolda ha visto a su amado. Poco después se precipitan uno en brazos del otro, sin aliento, balbuciendo exclamaciones. Comienza el largo dúo, seguramente el dúo más largo de la historia de la ópera. Las palabras sólo pueden ofrecer conceptos insuficientes de su poesía. Tristán lleva a Isolda suavemente a un banco rodeado de flores y situado bajo unos elevados árboles. Como si de las estrellas goteara rocío, como si la naturaleza dormida cantara con un movimiento de amor, la paz nocturna se extiende sobre la pareja, el mundo se hunde alrededor de ellos, como si no existiera, como si nunca más hubiera «un día». En la ensoñadora tonalidad de La mayor, la delicada orquesta extiende su alfombra bajo una melodía que parece surgir de los tiempos más remotos: «Desciende, oh noche del amor...».

Wagner, que desde el comienzo de su carrera procedió siempre de forma consecuente, evitando que dos voces cantaran simultáneamente por considerarlo antinatural, utiliza aquí ese procedimiento; es su  expresión más elevada de la unión más íntima y completa de los amantes. En las voces conducidas con una melodía suave e íntima se mezcla el lejano aviso de Brangania, que ve surgir en el horizonte los primeros resplandores del amanecer. Pero Tristán e Isolda, olvidados del mundo, viven un amor cuya última expresión, cuyo más perfecto cumplimiento es la muerte: por primera vez aparece la melodía que más tarde acompañará la muerte de amor de Isolda. En este momento todavía es anhelo, deseo, intuición del único cumplimiento y solución posibles.

«¡Tenemos que morir entonces, para vivir sólo del amor, sin separarnos, unidos eternamente, sin fin, sin despertar, sin temor, rodeados por el amor inefable, entregados el uno al otro totalmente!». Entonces irrumpe cruel, ruda e implacablemente el día, la realidad. Un grito de Brangania, ruidos de espadas, Kurwenal que se pone delante de su señor para protegerlo. Luego el caballero Melot y el rey. Brangania protege a la vacilante Isolda, Tristán la cubre con su manto como si quisiera protegerla de las miradas curiosas. Se cree sentir el frío de la mañana. Largo silencio. Melot ha justificado su acusación. Pero Marke no le responde. Herido en lo más profundo de su corazón, se dirige a Tristán.

De sus labios no surge ninguna palabra dura, ningún reproche; sólo quiere una explicación del inconcebible hecho. Tristán, a quien ama como a un hijo; Tristán, caballero de las más grandes virtudes, ¿Tristán desleal?

Pero Tristán no lo puede explicar. Nadie puede describirlo con palabras. (Sólo la orquesta lo revela: en ella suenan los compases del preludio llenos de infinito anhelo, los acordes cromáticos que desgarran el corazón.) Tristán comienza a hablar lentamente. Pero no se dirige al rey, sino a Isolda, como si todavía estuvieran solos bajo el manto azul de la noche. Tristán debe irse, no sabe adónde, ¿lo seguirá Isolda? E Isolda responde que lo siguió cuando él apareció para conducirla a un país extranjero; ¿vacilaría ahora que la lleva a su patria? Lo que les espera es el reino del amor y de la muerte. Ambos lo saben. Tristán se inclina suavemente y besa a Isolda en la frente. Furioso, Melot desenvaina la espada. Herido, Tristán cae en brazos de Kurwenal.

El Preludio del Acto Tercero expresa la cruel soledad de Tristán, la nostalgia de Isolda, que en ese  momento está lejos, la tortura del recuerdo.

Un lugar desolado cerca del mar. Un castillo derruido: Kareol, la patria de Tristán, abandonada hace ya mucho tiempo. Dentro de aquellos muros fue niño, fue adolescente, antes de salir al mundo en busca de aventuras. Ha regresado a la patria herido, inconsciente; las anchas espaldas del fiel Kurwenal lo han llevado allí, al único lugar en que puede curarse tranquilamente o morir en paz. Allí yace desde hace mucho, sin despertar, como si estuviera muerto. Kurwenal posa en él su mirada preocupada. La melancolía del preludio, la tristeza de la primera escena se prolonga en la melodía que un pastor toca con la chirimía (un corno inglés en la orquesta le da una expresión conmovedora).

El pastor se acerca, pregunta por el estado de Tristán. Kurwenal cabecea. ¿No se ve ningún buque en el mar? Ninguno. Todo está gris y desierto. El pastor se aleja entristecido, promete una melodía alegre cuando vea aparecer en el horizonte el buque esperado. Tristán despierta e intenta recordar. Kurwenal tiene que contarle todo lo ocurrido, hacerle comprender que está en su patria, en el castillo de su padre, del que partió hace muchos años. Allí volverá a recuperar la salud y la alegría. El espíritu de Tristán sale lentamente del reino oscuro y suave de la noche. El día deslumbrante lo rodea de nuevo. Se creía protegido para siempre en el seno de la noche milagrosa (que equivale a la muerte). Kurwenal no lo entiende, pero siente su sufrimiento. Tristán cae en el delirio de la fiebre, cree ver la antorcha cuya luz, ¡siempre la luz resplandeciente!, lo separa de su amada. Su escudero lo tranquiliza, ha hecho buscar a Isolda para que vuelva a curar su herida, como hace mucho tiempo. Tristán quiere levantarse de un salto: ¡Viene Isolda! ¿No es aquél el buque, no aparece detrás del promontorio? Pero el mar sigue gris, inmenso y vacío. Y la melodía del pastor es triste. Tristán vuelve a caer en pensamientos confusos, entre la vida y la muerte, entre la claridad y la locura; aparecen recuerdos de su infancia. Y una y otra vez aparece Isolda. Los recuerdos pasan como relámpagos por su memoria. El viaje a Irlanda, su curación por Isolda, la espada que no cayó sobre él, el elixir mágico. ¡Oh, el elixir! Las imágenes lo acosan en medio de la fiebre; sin fuerzas, vuelve a desplomarse en el lecho. Kurwenal solloza, lo cree muerto. Pero Tristán vuelve en sí, pregunta por el buque. Mientras su fiel amigo quiere tranquilizarlo, cambia la melodía. ¡El buque! Kurwenal sube a una pequeña elevación. Tremendamente agitado, Tristán lo sigue con la mirada. Se levanta con esfuerzo, se arranca los vendajes de las heridas. La voz de Isolda lo llama llena de angustia. Con sus últimas fuerzas, Tristán se dirige tambaleándose hacia ella, muere a sus pies, con su nombre en los labios. Otro buque se acerca a la costa. En él va el rey, que se ha enterado de los acontecimientos por medio de Brangania y va a perdonarlos, a unirlos para siempre. Pero Kurwenal cree que se acerca como enemigo, y se dispone a defenderse. Nadie entrará allí mientras él viva. Y lucha hasta que cae muerto a los pies de su señor. Inútilmente intenta Brangania explicarle todo a su señora. Ninguna voz humana llega hasta el alma de Isolda. Con el rostro vuelto hacia el sol que se apaga, que se hunde en el mar infinito, Isolda está alejada de todo lo terrenal. Su mirada se transfigura, el dolor cede a la paz celestial. De sus labios surge un canto que parece proceder de un mundo muy lejano. Lentamente se inclina sobre el cadáver de Tristán, y su alma abandona el mundo en una «muerte de amor» completamente sobrenatural, una transfiguración incomparable que al mismo tiempo es oración, fervor y éxtasis.

 

Carl Orff: Carmina Burana

Cantata: Carmina Burana
"Canciones de Beuern" (Codex Buranus)
Música: Carl Orff
Texto: Manuscrito anónimo encontrado en el
monasterio bávaro de Benediktbeuern
Estreno: el 8 de junio de 1937 en la Alte Oper de
Fráncfort del Meno
Lucia Popp (soprano)
John van Kesteren (tenor)
Hermann Prey (barítono)
Coro de la Radio de Baviera
Coro infantil de
Tolz
Orquesta de la Radio de Múnich
Kurt Eichhorn, director
Jean Pierre Ponnelle, director cinematográfico

Lista de números:

Fortuna Imperatrix Mundi
1. O Fortuna
2. Fortune plango vulnera

I -- Primo vere
3. Veris leta facies
4. Omnia sol temperat
5. Ecce gratum

Uf dem Anger
6. Tanz
7. Floret silva
8. Chramer, gip die varwe mir
9. a) Reie
9. b) Swaz hie gat umbe
9. c) Chume, chum, geselle min
9. d) Swaz hie gat umbe
10. Were diu werlt alle min

II -- In Taberna
11. Estuans interius
12. Olim lacus colueram
13. Ego sum abbas
14. In taberna quando sumus

III -- Cour d'amours
15. Amor volat undique
16. Dies, nox et omnia
17. Stetit puella
18. Circa mea pectora
19. Si puer cum puellula
20. Veni, veni, venias
21. In trutina
22. Tempus est iocundum
23. Dulcissime

Blanziflor et Helena
24. Ave formosissima

Fortuna Imperatrix Mundi
25. O Fortuna (repetición)

Carmina Burana es una de las obras más conocidas del repertorio clásico y, sin duda, la más popular de su compositor, el alemán Carl Orff (1895-1982). Estrenada en Frankfurt en 1937, está basada en una recopilación de cantos medievales encontrados por el investigador J. A. Shmeller en 1803 en un monasterio bávaro, el Convento Benedictino de Beuren. De ahí el título de la obra: los Cantos de Beuren; en latín: Carmina Burana.
Los autores de los textos sobre los que Orff compuso la obra eran monjes desertores, clérigos vagabundos, conocidos como los goliardos. Las constantes persecuciones emprendidas en su contra hicieron que se relacionasen con gente marginal de la época como los juglares, saltimbanquis y artesanos, todos ellos organizados en “gremios” o “cofradías” por idénticas razones de seguridad. Los monjes vagabundos influyeron en estas cofradías con los tres pilares del conocimiento que dominaban a la perfección: el latín, la poesía y la música. La ironía y la trasgresión de toda norma moral y de conducta social fueron los elementos que impregnaron sus poemas.
La colección de textos encontrados por Schmeller en Beuren fue reunida hacia al año 1225. Están escritos en latín y en alemán y Orff realizó una selección de los temas más representativos: lo inconstante de la suerte, la primavera y sus múltiples manifestaciones de vida; la embriaguez, el sarcasmo, la ridiculización y los placeres sensuales.
Carmina Burana es una cantata, palabra italiana que define a una creación musical con coros, voces solistas, orquesta y cuyo contenido temático puede ser profano o religioso. Carl Off subtituló su obra Canciones profanas para solistas y coros con acompañamiento de instrumentos e imágenes mágicas.
Musicalmente, la cantata evoca el medievo con el uso del gregoriano y la línea melódica de tipo monódico con sencillas armonizaciones. Utiliza una instrumentación rica en percusiones que nos transporta a un mundo fantástico y en algunas ocasiones irreal. La obra consta de siete secciones: Fortuna imperatrix mundi (Fortuna, emperatriz del mundo), Primo vere (la Primavera), Uf dem anger (Sobre el prado), In taberna (En la taberna), Cours d'amour (La corte de amor), Blanziflor et Helena (Blancaflor y Helena) y Fortuna imperatrix mundi (Fortuna, emperatriz del mundo).


Vincenzo Bellini: Norma

 Norma: Montserrat Caballé, soprano
Adalgisa: Tatiana Troyanos, mezzosoprano
Pollione: Giorgio Lamberti, tenor
Oroveso: Carlo Zardo, bajo


Director: Gianandrea Gavazzeni

Teatro de la Scala, Milán (1977)
 
"Norma" es una tragedia lírica en dos actos con música de Vincenzo Bellini (Catania 1801- Puteaux 1835), sobre un libreto de Felice Romani, basado en la obra teatral de L. A. Soumet y L. Belmontet "Norma ou l'infanticide". Es la ópera más característica de Bellini y la de mayor éxito. Se estrenó en el Teatro alla Scala de Milán el 26 de diciembre de 1831. Fueron sus primeros intérpretes Giuditta Pasta, Domenico Donzelli, Giulia Grisi y Vincenzo Negrini.

"Norma" se halla en la confluencia de la tradición de la antigua "ópera seria" italiana y la evolución debida a la reforma de Gluck. Bellini trabajó bajo el influjo de Cherubini, Spontini, y, sobre todo de Rossini. La obra cuenta con una cuidada instrumentación y gran riqueza melódica. No es de extrañar, ya que con ella el compositor pretendía acallar las crecientes críticas sobre el carácter demasiado simple de la instrumentación de sus óperas anteriores.
Norma es una sacerdotisa de los druidas. Pese a sus votos de castidad, mantiene un idilio secreto con el gobernador romano Pollione, al que ha dado dos hijos. Este romance hace que Norma trate de acallar por todos los medios la rebelión contra Roma, esperando que se establezca la paz entre los dos pueblos y así no perder a su amado.
Sin embargo Pollione se ha enamorado de Adalgisa, otra de las sacerdotisas druidas. El desengaño amoroso de Norma hace que ésta convenza a los druidas para que finalmente ataquen al invasor romano.
Tras el combate, Pollione ha de ser sacrificado a los dioses en honor a la victoria; no obstante, Norma no quiere abandonar a su amor. Esta lealtad hace que Norma se autoinculpe de traición recapacitando sobre sus actos. El amor de Pollione por Norma renace y ambos suben juntos a la hoguera.       
 
Acto I:
 Sacerdotes y guerreros galos se reúnen en un bosque en espera a que la sacerdotisa Norma de la orden de atacar a los romanos. Norma que está enamorada de Pollione, procónsul romano de la Galia, pide la paz. Ella no sabe que su enamorado la está olvidando y se ha fijado en otra mujer: la también sacerdotisa Adalgisa.
Adalgisa presa de sus remordimientos, pues se debate entre su amor a Pollione y sus votos ceremoniales, pide consejo a Norma. Ésta queda conmovida por su historia (que tanto se parece a la propia) y puesto que no sabe el nombre del amado, exime de sus votos a Adalgisa.
Cuando Norma se entere de que es su enamorado el que está ahora con Adalgisa, entrará en cólera.
 
Acto II:
Norma pretende matar a sus hijos por despecho, pero en el último momento es incapaz de cometer semejante crimen. Confía en el arrepentimiento de Pollione, pero todos sus esfuerzos son en vano, razón por lo que finalmente da la orden de ataque contra los romanos.
Según la tradición, Pollione ha de ser sacrificado a los dioses, pero Norma, que no se resiste a perderlo, trata de convencerlo buscando así una justificación para perdonarle. Pollione no quiere abandonar su nuevo amor.
Por este motivo, Norma que se ve envuelta en un sinfín de sentimientos contradictorios, debatiéndose entre la lealtad a su pueblo, el amor al romano y sus remordimientos por haber traicionado sus votos, decide acusarse de traición, revelar a su pueblo su deslealtad y ser ella la que vaya a la hoguera de los sacrificios.
Pollione al ver la actitud de Norma se vuelve a enamorar de ella y la acompaña al sacrificio. Ambos suben de la mano a la hoguera.

 
 

martes, 6 de mayo de 2014

Richard Wagner: Lohengrin

Ópera Estatal de Viena

Enrique I el Pajarero - Robert Lloyd
Lohengrin - Plácido Domingo
Elsa de Brabante - Cheryl Studer
Friedrich de Telramund - Hartmut Welker
Ortrud, esposa de Telramund - Dunja Vejzovic
El heraldo del rey - Georg Tichy

Coro y Orquesta de la Ópera Estatal de Viena

Director - Claudio Abbado


Argumento

La acción tiene lugar en Amberes. La época: la primera mitad del siglo X.

Acto I

Un delicado preludio da comienzo a esta partitura definida por el compositor cual “ópera romántica”. Cerca de Amberes y al borde del río Escalda, el rey alemán Heinrich llamado “el Pajarero” reúne a una multitud de guerreros de Brabante con la intención de organizar una cruzada en contra de los enemigos húngaros. Sin embargo, previo paso a esta campaña guerrera es necesario que el monarca ponga fin a un conflicto.

Es el suscitado por una joven princesa de nombre Elsa, acusada por el conde Friedrich von Telramund de haber dado muerte a su hermano pequeño Gottfried, el heredero legítimo al trono de Brabante. Elsa, tras un inquietante mutismo, es incapaz de defenderse. En su lugar hace un misterioso relato en el que evoca una visión que tuvo: “en los momentos de mayor confusión, después de la desaparición de su hermano, un hermoso joven puro y virtuoso la reconfortó”. En ese joven pone ella ahora todas sus esperanzas de protección. Él la defenderá de las acusaciones de Telramund. El Heraldo Real, tras dos convocatorias con la única respuesta de un ominoso silencio, convoca al caballero que ha de enfrentarse a un juicio de Dios en defensa de Elsa. A la tercera llamada hace su aparición un caballero que llega deslizándose por las ondas del Escalda en una pequeña barca arrastrada por un cisne.  El caballero acepta defender la inocencia de Elsa a condición de convertirse luego en su esposo y con una inquebrantable promesa: que la muchacha jamás le interrogue acerca de su nombre ni saber de dónde procede. Elsa promete que jamás le interrogará sobre sus orígenes.

El Heraldo anuncia las reglas del combate y el caballero y Telramund se enfrentan. Es breve la contienda. El desconocido arroja rápidamente al suelo a su contrincante a quien perdona la vida. Una vez reparada la inocencia de Elsa, el pueblo aclama al triunfador, mientras Ortrud, la esposa de Telramund, se pregunta sobre la identidad del caballero desconocido que parece inmune a sus mágicos poderes.

Acto II

La noche posterior, ante las paredes del castillo de Amberes, Ortrud y Telramund, derrotados y proscritos, están rumiando su derrota en los escalones que conducen a la vecina iglesia. El marido acusa a la esposa de ser la causante de su vergüenza. Con calma y con los proyectos a realizar claros y contundentes, Ortrud expone su plan vengativo contra el desconocido y Elsa. Sabe que si aquél descubre su identidad, con ello perderá todo su poder y únicamente Elsa podrá desenmascararlo. La pareja se compromete a poner en práctica ese diabólico plan.

De repente, en lo alto del castillo aparece Elsa agradeciendo a Dios la ayuda obtenida. Ortrud, con humildad bien conseguida, logra llamar la atención de la muchacha y que ésta se compadezca de su caída en desgracia. Elsa acaba por perdonarla y la invita a participar en la boda que está a punto de celebrarse. Animada por tanta confianza que le demuestra Elsa, Ortrud le inyecta las primeras dudas sobre su futuro marido, al decirle que quizás algún día la abandone de la misma repentina manera a como se presentó de improviso ante ella. Elsa, de momento, no parece afectada por estas sibilinas insinuaciones. Una fanfarria de trompetas anuncia la llegada del día. Es la señal para que se reúna toda la nobleza brabantina a las puertas de la iglesia. El Heraldo vocea las decisiones regias: Telramund y su esposa han de abandonar el lugar, al tiempo que Lohengrin, el defensor de Elsa, nombrado protector de Brabante, llevará a la muchacha al altar. Cuatro pajes convocan al cortejo nupcial. Ortrud unida al cortejo detiene a Elsa nada más la muchacha iniciar su entrada a la iglesia. Con duras palabras acusa al caballero de impostor, de poseer un poder maléfico a causa del cual no quiere que se descubran sus orígenes. El estupor y la ira de los presentes sólo se calma con la llegada del rey Heinrich quien pone término al enfrentamiento de Ortrud y Elsa. No acaban aquí los problemas. Es ahora Telramund el que acusa al desconocido de malas artes al no querer revelar su nombre. El aludido, Lohengrin, afirma que sólo Elsa es la que tiene derecho a interrogarle acerca de tal cuestión. Elsa, terriblemente afectada, demostrando la lucha interior que la agita, acaba por declarar que su amor está por encima de toda duda y preocupación. La pareja, aclamada por el pueblo, entra por fin en la iglesia.

Acto III

Tras un bello, y lleno de climax, intermedio orquestal, varias mujeres acompañan con su canto a Elsa al interior de la alcoba nupcial. Los dos jóvenes reciben la bendición del rey antes de que todos se retiren dejándoles a solas en la más deseada intimidad. Al principio la pareja solo tiene palabras de mutuo amor y comprensión, pero poco a poco en la cabeza de Elsa comienza a germinar la fatal duda que en ella sembró la astuta Ortrud. Una idea fija parece haberse apoderado de ella: saber quién es el caballero que la salvó de la ignominia. La tensión se recrudece y, pese a las evasivas iniciales del ahora marido, Elsa acaba dejándose llevar por un febril empecinamiento y finalmente hace la fatal pregunta: “¿Quién eres?”.

En esto, surgido de la oscuridad, avanza Telramund amenazador, espada en mano. El caballero acaba con él de un solo golpe. Luego se vuelve a Elsa y le dice que entre ellos todo ha acabado. Ante ella y toda la corte explicará quién es y de dónde viene.

En una pradera al borde del Escalda, al amanecer, el rey Heinrich y su pueblo se preparan para la lucha en defensa de la tierra germánica. Son interrumpidos por la aparición de cuatro  nobles portando el cadáver de Telramund. Tras ellos aparece Elsa, pálida y apesadumbrada, en compañía de su esposo. Este no se unirá a las tropas porque Elsa ha incumplido su promesa y su partida del lugar es irrevocable. Delante de todos descubre quién es: se llama Lohengrin y es hijo de Parsifal, un enviado de la comunidad que custodia en Montsalvat el Santo Grial. Asegura que el rey saldrá victorioso de sus enemigos. En el río se vislumbra la silueta del cisne arrastrando la barquita. Ortrud triunfante revela entonces que Gottfried, el hermano perdido de Esla, es el cisne transformado por sus artes. Lohengrin ora junto al río y una paloma blanca vuela por encima del cisne que, de repente, adquiere la figura de Gottfried. Ortrud no puede ocultar su rabia; Elsa llama a su esposo, pero Lohengrin se aleja a través de las aguas camino de Montsalvat.