miércoles, 7 de mayo de 2014

Richard Wagner: Tristán e Isolda

Dirección musical: Daniel Barenboim
Orquesta del Festival de Bayreuth
Puesta en escena en Bayreuth (1981) : Jean-Pierre Ponnelle
Realización(1983) : Jean-Pierre Ponnelle

Tristan, caballero de Cornualles, sobrino del rey : René Kollo (tenor)
Isolde, princesa de Irlanda : Johanna Meier (soprano)
El rey Marke de Cornualles : Matti Salminen (bajo)
Kurwenal, escudero de Tristan : Hermann Becht (barítono)
Melot, caballero, amigo de Tristan : Robert Schunk (tenor)
Brangäne, doncella de Isolde : Hanna Schwarz (mezzo)
Un joven marinero : Robert Schunk (tenor)
Un pastor: Helmut Pampuch (tenor)
Un timonel: Martin Egel (barítono)

Coro de marinos, de hilanderas, de caballeros: del Festival de Bayreuth (dir. : Norbert Balatsch)
 
Argumento

La acción tiene lugar en la Edad Media (s. XII). El Primer Acto acontece en un buque que viaja de Irlanda a Cornualles; el Acto Segundo en el parque del castillo de Marke, en Cornualles; el Acto Tercero en el castillo abandonado de Tristán en Kareol (Bretaña), durante una Alta Edad Media de leyenda.

Tras un intenso Preludio instrumental, se levanta el telón. En la cubierta de un buque, en un pabellón suntuoso, la princesa irlandesa Isolda viaja hacia Cornualles, donde ha de unirse en matrimonio con el rey Marke, ya entrado en años. Es joven y bella, de una feminidad radiante y majestuosa. Sin embargo, oscuras sombras parecen acosar su alma, con desasosiego advierte el vuelo de las horas y la proximidad del país extraño. La desesperación se apodera de ella (la orquesta describe su tormento con más fuerza de lo que podrían hacerlo las palabras); su fiel compañera Brangania intenta inútilmente conocer las causas. Un joven marinero canta, desde un mástil invisible, una canción dedicada a una joven irlandesa. Isolda se estremece: ¿se refiere a ella? ¿Se burlan de ella? Brangania intenta tranquilizarla. Pero Isolda parece luchar cada vez con mayor fuerza contra un sentimiento que la tortura. Pregunta dónde se encuentra el buque y Brangania le contesta que a lo lejos se perfilan las costas de Cornualles. ¡No! ¡No! ¡Nunca! ¡Que los elementos se vuelvan contra este odiado destino! Desesperada, la fiel doncella pregunta a su señora cual es la causa de su agitación. Pero Isolda mira con una extraña expresión por un resquicio de la cortina al hombre que está en el puente, y que, sereno y seguro, dirige la nave: a su acompañante, que no la comprende, le canta un sombrío presagio. «Elegirme, perderme, sublime e íntegro, audaz y medroso. ¡Cabeza destinada a la muerte! ¡Corazón destinado a la muerte!» Isolda acusa al piloto, a quien Brangania considera un héroe incomparable, de que rehúye su mirada. Y sin embargo quiere que se acerque a ella, que salude a su futura reina.

Brangania corre con este mensaje hacia Tristán. Este se niega con palabras corteses: no puede abandonar el timón, pero en todo momento está al servicio de su señora Isolda. Evidentemente, es un pretexto, pues el mar está tranquilo. Y Tristán añade, para confusión de la doncella, que Isolda es «la más noble de las mujeres». Entonces, ¿por qué no cumple con su deseo de ir a verla? En ese instante pasan por la cabeza de Brangania numerosos pensamientos; relaciona los pretextos de Tristán con las sombrías palabras de Isolda, que evocan hechos del pasado. Sin embargo debe cumplir su misión, de manera que transmite textualmente el encargo de Isolda: «Ha ordenado al presuntuoso que rinda pleitesía a la señora, a Isolda». Eso está fuera de lugar, pues la posición de Tristán en el país del rey Marke seguramente no es la de un vasallo o subordinado. Antes de que Tristán conteste, interviene Kurwenal, su escudero y fiel compañero: «¿Puedo dar yo la respuesta?». «¿Qué respondes?», le pregunta Tristán muy tranquilo. Y Kurwenal habla sin tapujos: «... Quien lega la corona de Cornualles y la sucesión de Inglaterra a una joven de Irlanda, no puede subordinarse a la mujer que entrega a su tío...». Tristán no quiere oír estas palabras, pero Kurwenal canta una canción burlona a la que se suman con entusiasmo todos los hombres a bordo: «¡Morold se hizo a la mar para cobrar tributo en Cornualles; una isla flota en el mar desierto, allí está enterrado! Pero su cabeza cuelga en Irlanda, pagada como tributo por Inglaterra...».

En el aposento, Isolda se vuelve con desesperación: la vieja herida vuelve a abrirse, su prometido Morold, que empuñó las armas contra Inglaterra y fue abatido por Tristán... Brangania se arroja a sus pies. Entonces la princesa de Irlanda abre las cámaras más ocultas de su corazón y describe a la fiel doncella las causas de su profundo dolor. Los hechos que salen a la luz sucedieron hace mucho y ya los creía olvidados: la muerte del prometido, cuya cabeza le fue entregada. Pero, lo que es peor, después de la guerra llegó a Irlanda, en un pequeño bote, un hombre agotado y malherido; Isolda lo reconoció a pesar de sus heridas y de utilizar el seudónimo de «Tantris» A pesar de ser el enemigo de su país y el asesino de su prometido, lo cuidó y lo curó. En una ocasión, para vengar lo ocurrido, se detuvo con la espada desenvainada ante el lecho del enfermo, pero Tantris-Tristán no miró la espada sino sus ojos, hasta que el arma se le cayó de las manos. Años después, llegó el mismo extranjero para pedir la mano de Isolda para su tío, el rey Marke. Brangania sigue sin entender el profundo dolor de su señora. En la actitud de Tristán no ve ninguna humillación para Isolda. ¿Acaso no es Marke un soberano grande y noble? (La orquesta expresa en ese momento, como ocurre siempre en las óperas de Wagner, más que las palabras. Describe el anhelo de amor de Isolda, mientras su voz todavía la oculta; pinta el dramatismo de la mirada y su profunda significación allí donde ella sólo menciona los hechos. Pero Isolda, con la mirada fija en algo que parece tener ante sí, dice: «Ver siempre cerca de mí al hombre más sublime...».

Lentamente, Brangania comienza a comprender el sufrimiento de su señora. Recuerda a Isolda los elixires mágicos que la madre le entregó cuando emprendió el viaje; además, ¿dónde hay un hombre que al ver a Isolda no se enamore de ella? Kurwenal interrumpe la conversación: la costa está cerca, Isolda debe prepararse. Pero la princesa se niega. Primero tiene que visitarla Tristán. Debe pagarle una vieja deuda. Cuando se va el escudero, una gran agitación se apodera de Isolda. Pide a Brangania el cofre de los elixires mágicos. ¿Cuál quieres?, pregunta la doncella temblando. Isolda señala el elixir que ha elegido: el de la muerte. Llena de dignidad, Isolda recuerda a la temblorosa doncella las palabras que ésta le dijo hace poco: «¿No conoces las artes de mi madre? ¿Crees tú que ella, avisada en todas las cosas, me habría enviado contigo a un país extranjero sin auxilio? Para el dolor y las heridas me dio un bálsamo, para los venenos un antídoto. Para el dolor más profundo, para el sufrimiento más grande, me dio el elixir de la muerte...». Tristán se acerca, entra en el pabellón. Durante un buen rato, con gran tensión y sin decir palabra, Tristán e Isolda están frente a frente. La orquesta sin embargo se agita en oleadas y está cargada con una excitación a punto de explotar.

Finalmente, Isolda toma la palabra: le pregunta si recuerda todavía la muerte de Morold. «¿No se hicieron las paces después?», contesta Tristán. Pero Isolda se defiende, le recuerda cuando se hacía llamar Tantris, la espada desenvainada con que ella estuvo ante su lecho de enfermo. Tristán saca su espada, se la entrega y espera el golpe. Pero Isolda había preparado otra forma de expiación. A una señal suya, Brangania acerca la copa. Y con un sombrío brindis, Ileno de presentimientos de muerte, Tristán se la lleva los labios y la vacía casi completamente. Pero Isolda le arrebata la copa y bebe el resto. Ambos se miran sin decir palabra y esperan la muerte. Sin embargo, el desafío que hay en sus ojos da paso a una creciente pasión amorosa, ambos se ponen la mano en el pecho como si sufrieran un espasmo, se buscan con la mirada, que se hace cada vez más ardiente. Y se arrojan el uno en brazos del otro, perdido; y olvidados del mundo para siempre A su alrededor suenan exclamaciones que anuncian el inminente desembarco, pero Tristán e Isolda no pueden volver en sí, están como aturdidos: ¿Qué elixir?, pregunta la temblorosa Isolda a su doncella. Brangania, desesperada, reconoce el error, que, en su sentido más profundo, no lo es: «¡El elixir del amor!».

El Acto Segundo, el poema de amor más profundo que se haya escrito y puesto en música, es precedido por un agitado Preludio que reproduce la impaciencia de Isolda ante la tardanza de su amado y que encuentra expresión plástica en la señal que hace desde la terraza del castillo, después de levantarse el telón.

El parque del castillo con sus viejos árboles; a un costado la construcción, con escalinatas que conducen al jardín. Una tibia y clara noche de verano. En la terraza arde una antorcha. En la lejanía se va apagando el sonido de unos cuernos de caza. Brangania vigila. Amonesta inútilmente a Isolda, que quiere apagar la llama para dar la esperada señal a su amado, que está oculto en el parque. Brangania teme una traición, desconfía de Melot, a quien Isolda considera un amigo fiel. (La luz tiene aquí un profundo contenido simbólico. En un poema sobre la noche y la muerte significa el polo contrario y enemigo, el día, que traiciona los sentimientos y Ios secretos, la vida visible y exterior, y todo lo que se relaciona con ella, la prisa, la inquietud, la mentira. Al día se enfrenta la noche, la hora de las estrellas que piran eternamente sin prisa y con serenidad, la suave oscuridad de las almas de los amantes, que abrazadas íntimamente se vuelcan en el alma del espacio. El día hiere, la noche cura, la luz arde y quema, la oscuridad consuela y lleva al reposo, al último vivir y olvidar, al sueño, a la muerte. El Acto Segundo de Tristán e Isolda es el poema de la noche, y Wagner lo mantiene durante largos momentos en la tonalidad más nocturna, serena y expresiva, en la tonalidad de La mayor, suave, salpicada de estrellas y ligada al cosmos. Finalmente, Isolda apaga la antorcha, y con ello ahuyenta la luz, el día y la apariencia. Con su pañuelo blanco hace la señal, siguiendo el ritmo de la música, en dirección al parque. Brangania se retira hacia una habitación provista de torre a fin de vigilar la noche de amor de su señora. Un gesto de arrobamiento permite reconocer que Isolda ha visto a su amado. Poco después se precipitan uno en brazos del otro, sin aliento, balbuciendo exclamaciones. Comienza el largo dúo, seguramente el dúo más largo de la historia de la ópera. Las palabras sólo pueden ofrecer conceptos insuficientes de su poesía. Tristán lleva a Isolda suavemente a un banco rodeado de flores y situado bajo unos elevados árboles. Como si de las estrellas goteara rocío, como si la naturaleza dormida cantara con un movimiento de amor, la paz nocturna se extiende sobre la pareja, el mundo se hunde alrededor de ellos, como si no existiera, como si nunca más hubiera «un día». En la ensoñadora tonalidad de La mayor, la delicada orquesta extiende su alfombra bajo una melodía que parece surgir de los tiempos más remotos: «Desciende, oh noche del amor...».

Wagner, que desde el comienzo de su carrera procedió siempre de forma consecuente, evitando que dos voces cantaran simultáneamente por considerarlo antinatural, utiliza aquí ese procedimiento; es su  expresión más elevada de la unión más íntima y completa de los amantes. En las voces conducidas con una melodía suave e íntima se mezcla el lejano aviso de Brangania, que ve surgir en el horizonte los primeros resplandores del amanecer. Pero Tristán e Isolda, olvidados del mundo, viven un amor cuya última expresión, cuyo más perfecto cumplimiento es la muerte: por primera vez aparece la melodía que más tarde acompañará la muerte de amor de Isolda. En este momento todavía es anhelo, deseo, intuición del único cumplimiento y solución posibles.

«¡Tenemos que morir entonces, para vivir sólo del amor, sin separarnos, unidos eternamente, sin fin, sin despertar, sin temor, rodeados por el amor inefable, entregados el uno al otro totalmente!». Entonces irrumpe cruel, ruda e implacablemente el día, la realidad. Un grito de Brangania, ruidos de espadas, Kurwenal que se pone delante de su señor para protegerlo. Luego el caballero Melot y el rey. Brangania protege a la vacilante Isolda, Tristán la cubre con su manto como si quisiera protegerla de las miradas curiosas. Se cree sentir el frío de la mañana. Largo silencio. Melot ha justificado su acusación. Pero Marke no le responde. Herido en lo más profundo de su corazón, se dirige a Tristán.

De sus labios no surge ninguna palabra dura, ningún reproche; sólo quiere una explicación del inconcebible hecho. Tristán, a quien ama como a un hijo; Tristán, caballero de las más grandes virtudes, ¿Tristán desleal?

Pero Tristán no lo puede explicar. Nadie puede describirlo con palabras. (Sólo la orquesta lo revela: en ella suenan los compases del preludio llenos de infinito anhelo, los acordes cromáticos que desgarran el corazón.) Tristán comienza a hablar lentamente. Pero no se dirige al rey, sino a Isolda, como si todavía estuvieran solos bajo el manto azul de la noche. Tristán debe irse, no sabe adónde, ¿lo seguirá Isolda? E Isolda responde que lo siguió cuando él apareció para conducirla a un país extranjero; ¿vacilaría ahora que la lleva a su patria? Lo que les espera es el reino del amor y de la muerte. Ambos lo saben. Tristán se inclina suavemente y besa a Isolda en la frente. Furioso, Melot desenvaina la espada. Herido, Tristán cae en brazos de Kurwenal.

El Preludio del Acto Tercero expresa la cruel soledad de Tristán, la nostalgia de Isolda, que en ese  momento está lejos, la tortura del recuerdo.

Un lugar desolado cerca del mar. Un castillo derruido: Kareol, la patria de Tristán, abandonada hace ya mucho tiempo. Dentro de aquellos muros fue niño, fue adolescente, antes de salir al mundo en busca de aventuras. Ha regresado a la patria herido, inconsciente; las anchas espaldas del fiel Kurwenal lo han llevado allí, al único lugar en que puede curarse tranquilamente o morir en paz. Allí yace desde hace mucho, sin despertar, como si estuviera muerto. Kurwenal posa en él su mirada preocupada. La melancolía del preludio, la tristeza de la primera escena se prolonga en la melodía que un pastor toca con la chirimía (un corno inglés en la orquesta le da una expresión conmovedora).

El pastor se acerca, pregunta por el estado de Tristán. Kurwenal cabecea. ¿No se ve ningún buque en el mar? Ninguno. Todo está gris y desierto. El pastor se aleja entristecido, promete una melodía alegre cuando vea aparecer en el horizonte el buque esperado. Tristán despierta e intenta recordar. Kurwenal tiene que contarle todo lo ocurrido, hacerle comprender que está en su patria, en el castillo de su padre, del que partió hace muchos años. Allí volverá a recuperar la salud y la alegría. El espíritu de Tristán sale lentamente del reino oscuro y suave de la noche. El día deslumbrante lo rodea de nuevo. Se creía protegido para siempre en el seno de la noche milagrosa (que equivale a la muerte). Kurwenal no lo entiende, pero siente su sufrimiento. Tristán cae en el delirio de la fiebre, cree ver la antorcha cuya luz, ¡siempre la luz resplandeciente!, lo separa de su amada. Su escudero lo tranquiliza, ha hecho buscar a Isolda para que vuelva a curar su herida, como hace mucho tiempo. Tristán quiere levantarse de un salto: ¡Viene Isolda! ¿No es aquél el buque, no aparece detrás del promontorio? Pero el mar sigue gris, inmenso y vacío. Y la melodía del pastor es triste. Tristán vuelve a caer en pensamientos confusos, entre la vida y la muerte, entre la claridad y la locura; aparecen recuerdos de su infancia. Y una y otra vez aparece Isolda. Los recuerdos pasan como relámpagos por su memoria. El viaje a Irlanda, su curación por Isolda, la espada que no cayó sobre él, el elixir mágico. ¡Oh, el elixir! Las imágenes lo acosan en medio de la fiebre; sin fuerzas, vuelve a desplomarse en el lecho. Kurwenal solloza, lo cree muerto. Pero Tristán vuelve en sí, pregunta por el buque. Mientras su fiel amigo quiere tranquilizarlo, cambia la melodía. ¡El buque! Kurwenal sube a una pequeña elevación. Tremendamente agitado, Tristán lo sigue con la mirada. Se levanta con esfuerzo, se arranca los vendajes de las heridas. La voz de Isolda lo llama llena de angustia. Con sus últimas fuerzas, Tristán se dirige tambaleándose hacia ella, muere a sus pies, con su nombre en los labios. Otro buque se acerca a la costa. En él va el rey, que se ha enterado de los acontecimientos por medio de Brangania y va a perdonarlos, a unirlos para siempre. Pero Kurwenal cree que se acerca como enemigo, y se dispone a defenderse. Nadie entrará allí mientras él viva. Y lucha hasta que cae muerto a los pies de su señor. Inútilmente intenta Brangania explicarle todo a su señora. Ninguna voz humana llega hasta el alma de Isolda. Con el rostro vuelto hacia el sol que se apaga, que se hunde en el mar infinito, Isolda está alejada de todo lo terrenal. Su mirada se transfigura, el dolor cede a la paz celestial. De sus labios surge un canto que parece proceder de un mundo muy lejano. Lentamente se inclina sobre el cadáver de Tristán, y su alma abandona el mundo en una «muerte de amor» completamente sobrenatural, una transfiguración incomparable que al mismo tiempo es oración, fervor y éxtasis.

 

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