jueves, 3 de julio de 2014

El último concierto, film de Yaron Zilberman (2012)


La película constituye el primer largometraje de Yaron Zilberman que es autor del guion, la historia previa, la producción y la dirección. Con anterioridad, Zilberman había realizado un documental sobre un grupo de nadadoras judías en la Austria prenazi, Watermark, en 2005.
En El último concierto, Zilberman se centra en la peripecia de un cuarteto de cuerda y lo convierte en una metáfora de la convivencia, en un laboratorio de comportamientos que pueden ser ricos y fecundos, pero también agobiantes. En realidad, parece sugerir Zilberman, el microcosmos vivencial de un cuarteto de músicos difiere solo en grado del de otras convivencias intensas, sobre todo del de la pareja.
Los cuatro miembros del Cuarteto La Fuga (suena mejor The Fugue Quartet) forman un colectivo profesional de alto nivel, están en la cima, son grandes músicos, algunos, notables profesores, han desarrollado una fructífera carrera; pero no están a salvo de los claroscuros de la existencia. Es más, el paso del tiempo los hace especialmente proclives a los ataques de la fragilidad de la existencia.
La crisis de este Cuarteto comienza cuando el mayor de ellos, Peter, el violonchelista, descubre que está entrando en la deriva de la enfermedad del Parkinson. Tiene que decidir el abandono del Cuarteto y de toda práctica profesional con el instrumento, pero la hecatombe va a contagiarse al resto de miembros cuya convivencia larga y fecunda está basada en ese sinfín de secretos, sobreentendidos y complicidades desarrolladas en décadas de intenso trabajo compartido.
La siguiente pieza del Cuarteto en sufrir las consecuencias de la sacudida es doble, lo forman el matrimonio de Robert, segundo violín, y Juliette, viola. Robert quiere aprovechar el cambio de violonchelista para proponer una rotación entre los dos violines, en suma, desea dejar de ser un segundo violinista exclusivamente. Esto desestabiliza más a todos, y tanto el primer violinista, Daniel, como su propia esposa se oponen. El resultado es un estallido de Robert que termina teniendo una aventura sentimental con una bailarina (de flamenco, por cierto) y propiciando una ruptura de la pareja tanto más dolorosa cuanto que no queda claro si también alcanza al Cuarteto.
El único miembro del grupo aparentemente libre, Daniel, termina cayendo en los brazos de la hija del matrimonio de colegas, la joven Alexandra que quiere seguir una carrera de violinista, así como ajustar cuentas con sus padres a los que reprocha falta de atención por su agitada vida profesional.
Y, tras un estallido violento que termina desazonando a Peter, el chelista, que apura sus últimas fuerzas con la esperanza de que el cuarteto, su cuarteto, no se desintegre, solo queda el último concierto. Un concierto que Peter comienza, pero que no puede terminar, y da paso a su sustituta y, quizá, a una reconciliación de un cuarteto que parece haber aprendido que la imperturbable profesionalidad artística puede no ser suficiente combustible para concluir una aventura humana tan compleja como la de convivir como artistas hasta que la muerte los separe.

Un cuarteto de actores apabullante
Naturalmente, una historia así solo sale adelante con enorme profesionalidad, sensibilidad y un conocimiento de la vida musical suficiente. Y, milagrosamente, todo esto se encuentra en la película. Los cuatro actores principales del cuarteto son de cortar el aliento. Philip Seymour Hoffman, el increíble Truman Capote, por el que recibió un Oscar, se hace cargo del más inestable de los cuatro, el segundo violinista Robert. En cuanto al enfermo y declinante violonchelista Peter, lo hace carne el extraordinario Christopher Walken, Oscar por El cazador. La viola y esposa de Robert, Juliette, es magistralmente interpretada por Catherine Keener, dos veces nominada al Oscar y que ya coincidió con Seymour Hoffman en la citada Truman Capote, donde interpretaba a Harper Lee, la escritora amiga y autora de Matar a un ruiseñor. En cuanto al obsesivo y perfeccionista primer violinista, Daniel, está firmado por Mark Ivanir, actor, que se ha alzado ya con un Oso de Plata y que ha trabajado con Spielberg en La lista de Schindler y en Tintin y el secreto del Unicornio.
Además de citar a la joven actriz Imogen Poots, que encarna a la hija de Robert y Juliette, también hay que señalar el protagonismo del Cuarteto, Opus 131, de Beethoven, auténtico motor de la película, sobre el que vuelve una y otra The Fugue Quartet, y sobre el que se habla y se reflexiona más de lo que uno esperaría en una película al uso.
Pese al papel destacadísimo de la música, la película es un melodrama que crea una metáfora precisa de las flaquezas humanas a partir del retrato del grupo y de sus individuos. ¿Qué clase de proyecto personal y artístico es un cuarteto de cuerda? ¿Es una suerte de matrimonio a cuatro? ¿Cómo evolucionan estos artistas en el apartado humano?
La crisis que se abate sobre The Fugue Quartet no es, obviamente, ineluctable a la vida de un cuarteto de cuerda, pero tampoco es imposible, es solo una de sus posibilidades. De la misma manera que le puede suceder a una pareja. En la película, estas tribulaciones están concentradas, como corresponde a las leyes de la ficción melodramática. Pero no hay colectivo humano que no esté al abrigo de la enfermedad, la decrepitud, el agotamiento de los automatismos que mantienen nuestros pactos para vivir juntos o las pequeñas vanidades enquistadas.
Resulta curioso, por ejemplo, que el protagonista principal de la película, Seymour Hoffman, encarne al segundo violín, el único que tiene alguna cuenta pendiente con el rol que le ha tocado jugar en el Cuarteto. ¿Es realmente secundaria la labor de un segundo violín? En cuartetos de altísimo nivel, es absurdo suponerlo. Daniel, el primer violinista, le dice a Alexandra, la hija de Robert, “Hay cuartetos que tienen muy buenos primeros violines, pero solo los mejores tienen muy buenos segundos violines”. Cierto, pero él no quiere ni oír hablar de la rotación. Y Robert, el segundo, lo sabe. Ha aguantado décadas porque sabe que su Cuarteto es de los mejores, pero no olvida, él es el segundo. ¿Sucede así en los cuartetos reales? Es absurdo responder porque cada cuarteto, como cada pareja, establece sus reglas y jerarquías, algunos rotan, otros no. Pero después de dos décadas así, el cambio es, efectivamente, una crisis. Como le sucede a la pareja matrimonial cuando Robert se acuesta con la bailarina tras la bronca con Juliette, y esta no encuentra las fuerzas de perdonar, al menos hasta el final de la película, donde tampoco queda claro cómo va a acabar la cosa.
Frente a esto, el violonchelista vive su propio drama, enfermo de Parkinson tras haber perdido a su esposa unos meses antes, una mezzo soprano que, en una escena en la que se le aparece en el recuerdo, es nada menos que Anne Sophie von Otter, se enfrenta a su última batalla, salvar al Cuarteto. Walken realiza una interpretación estremecedora.
Y la metáfora del cuarteto se va cerrando poco a poco. Un día sigue al otro y los cuatro miembros deben descubrir lo que les motiva seguir juntos. Un día, en un ensayo, alguien desafina o entra tarde en un compás, y con veinte años de convivencia, otro debe decirle, “desafinas”, o “has entrado tarde”. Pero sabe que el otro lo sabe. Ya no es un aspecto técnico, es un cuestionamiento de las personalidades. Si alguien está decaído o deprimido, lo hará notar tocando. Si está enfermo, más aún. Son buenos, les gusta estar juntos y se quieren, pero la vida pasa por encima de ello, son humanos.
En un momento de la bronca matrimonial, Robert le dice a su mujer: ¿Me quieres o solo te convengo? Es un reproche de pareja. Pero esa misma pareja cuando está ejerciendo dentro del cuarteto podría invertir el reproche: ¿Te convengo o solo me quieres? Lo que es trascendental en un caso, no lo es en el otro, y la vida sigue, los hijos crecen y las fuerzas no duran siempre. Ese es el estremecedor laboratorio de comportamientos que Zilberman descubre en una de las aventuras más nobles, elevadas y ambiciosas del comportamiento humano: juntarse cuatro personalidades para formar y vivir un cuarteto de cuerda.

La interpretación musical de los actores
En una película tan fina y bien cuidada como esta, una desmañada interpretación musical del grupo de protagonistas hubiera sido fatal. Afortunadamente, también aquí está cuidado el detalle. Los cuatro actores no tocan de verdad sus instrumentos, como es lógico, de eso se encarga el Cuarteto Brentano; pero lo simulan con ejemplar convicción y detalle. Se nota que se han preparado lo mejor posible y en los créditos consta un entrenador personal para cada uno de ellos.
Pero de ahí a tocar (incluso mal) un instrumento de cuerda hay un abismo. Quedaba simularlo. Y lo hacen bien en general. Concretamente, los movimientos de arco de la mano derecha son extremadamente convincentes. La izquierda, claro, no lo es tanto, pero suele estar bien puesta en el bastidor, el resto es un buen montaje que hace verosímil la prestación. El peor momento viene de la joven Imogen Poots con una postura muy torpe de la mano izquierda, pero son segundos.
El resultado general es muy de agradecer para un músico, especialmente si conoce la cuerda. Hay, además, detalles musicales de notable interés. Por ejemplo, Daniel, el primer violín, construye arcos en sus ratos libres y hay varias tomas de ello. O, también, la subasta de un violín que la pareja quiere comprar para su hija. O sus conversaciones en las que indican cómo se conocieron y se juntaron en la Juilliard School, sus ilustrativas clases con diálogos tan emotivos como la anécdota que Peter cuenta sobre Pablo Casals, o la que cuenta Daniel sobre Beethoven y Schubert. Todo, en fin, hace de esta película una sorpresa muy grata para un músico y muy poderosa en cuanto al drama humano que se abate sobre los protagonistas para cualquier espectador.
Un último detalle, el concierto que cierra la película, el “último concierto” al que hace alusión el título, está rodado en el Grace Rainey Hall del Metropolitan Museum de Nueva York. El mismo en el que se celebró la despedida del legendario Cuarteto Guarneri tras 45 años de carrera.


 

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