The Metropolitan Opera (2009)
Con la llegada del Romanticismo
surgen en las óperas las famosas y conocidas “escenas de locura”. La soprano,
soportando terribles presiones, pierde el juicio en una escena concebida para
el lucimiento vocal de la prima donna.
El porqué de la proliferación de este tipo de escenas es bastante sencilla. En
el Barroco y el Rococó el canto era muy ornamentado. Coloraturas, trinos,
agudos y filados se empleaban de forma indiscriminada, viniera o no a cuento. Lo
de menos era la verosimilitud de la historia que se narraba; lo verdaderamente
importante era el lucimiento de la voz. Esto cambia con el Romanticismo: lo que
se representa ha de tener una apariencia de realidad. Pero el público sigue
esperando esos momentos de virtuosismo de los intérpretes y éstos, sus escenas
de brillantez canora. La solución más común es recurrir a un estado de trastorno
emocional que justifique que la pobre afectada cante de una manera inusualmente
irreal para los gustos de la época. Todas esas coloraturas y exhibiciones vocales
se aceptan dentro del contexto de la enajenación mental del personaje.
Aunque se pudieran haber escrito
arias de locura para todo tipo de voces, es natural que la mayoría de las que
se conocen y han sobrevivido sean las cantadas por voces de soprano sfogato, categoría vocal belcantista que
corresponde a una voz de gran extensión, de intenso y dramático timbre, con la
agilidad necesaria para ejecutar toda clase de agudos y filigranas.
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