Filarmónica Checa
Manfred Honeck, director
I.
Adagio - Allegro (4/4, re mayor)
II.
Andante (6/8, sol mayor)
III.
Final - Presto (2/4, re mayor)
En los primeros días de 1787 Mozart partió rumbo a Praga en
lo más parecido posible a una tournée
de placer (sus obligaciones eran pocas: una interpretación de Las bodas de Fígaro y un par de
recitales de piano). Entre los sombreros de Constanza viajaba un manuscrito
recién acabado con una sinfonía en Re (KV 504), que quedaría para siempre
relacionada con el nombre de la capital de Bohemia. El 19 de enero Mozart
dirigió su estreno ante una orquesta de una veintena de instrumentistas, al
parecer con un gran éxito. Años más tarde, en 1808, su amigo Niemetschek
recordaba “la sinfonía permanece como favorita en Praga, y sin duda ha sido
interpretada cientos de veces”.
Indudablemente la Sinfonía
“Praga” es una obra maestra, a pesar de que sólo integra tres movimientos en
lugar de los cuatro tradicionales de la sinfonía clásica vienesa. La ausencia
del clásico minueto se compensa por la introducción lenta que abre la
composición, influencia de los progresos sinfónicos de su querido amigo Haydn
(y que tanto peso habría de tener en Beethoven).
De tono profundo, casi amenazante, tonalmente impredecible,
a veces severamente disonante, en el compás 16 sobrecoge al pasar a clave menor
(con un estallido de percusión y trompetas): en sus modulaciones se percibe el
rastro del KV 466 y se adivina la sombra cromática del dissoluto. Entonces el grave presentimiento cede el paso a un allegro, tirante y sincopado (a contratiempo),
descentrado armónicamente. Hasta seis motivos (reflejos de Fígaro, intuiciones de La
flauta mágica) son desarrollados y fugados contrapuntísticamente. En esta
densa polifonía (de la que significativa e inusualmente Mozart realizó
múltiples bocetos de posibles combinaciones temáticas) se suceden estrategias
retóricas irresistiblemente enérgicas, que cierran el movimiento sinfónico
mozartiano de mayor originalidad, síntesis de tradiciones barrocas y estilo
clasicista.
La forma sonata también es seguida en el segundo movimiento,
marcado andante y de sinuoso ritmo
ternario, en otro ejemplo de la sofisticación de la sinfonía: contrasta un
lírico y espiritual primer tema con un segundo turbulento, basado en tensos
acordes de las maderas. Por fin, extrañas sombras cromáticas desestabilizan la
armonía y se agazapan tras imitaciones contrapuntísticas. La recapitulación
revisa todos los materiales empleados en el movimiento alternando tonalidades
hacia un final apacible, cuya atmósfera camerística afianzada por la rica
paleta armónica servirá de inspiración a Schubert.
La obra concluye con un presto,
originalmente escrito para ejecutar la sinfonía “París” (KV 297) con un nuevo
final, que se inicia con una jovial atmósfera de carácter buffo (regresa la semblanza melódica a Fígaro) en la que los vientos irán desgarrándose en una violenta
tormenta. A modo de rondó utiliza
diálogos cromáticos, síncopas y transformaciones contrapuntísticas en un oscuro
carácter coral, apenas embozado en una capa de luz.
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