lunes, 10 de febrero de 2014

J. Brahms: Concierto para piano nº 2 en si bemol mayor, op. 83

 

 
 
 
Concierto para piano n° 2 en si bemol mayor, op. 83

1. Allegro non troppo
2. Allegro appassionato
3. Andante
4. Allegretto grazioso
 
Joaquín Achúcarro, piano
Halle Orchestra
James Loughran, director
1982 BBC Proms, Royal Albert Hall de Londres

En una época en que Liszt y Wagner proclamaban la doctrina de la Zukunftsmusik (música del futuro); en un período en que la sinfonía, el cuarteto, y la sonata "abstractas" estaban pasando de moda, Brahms, añorando las glorias del pasado, tomaba la actitud de un Don Quijote musical. Del mismo modo que un artífice fabricante de violines apunta a la perfección de un Stradivarius, Brahms dirigió su vista a la herencia clásica, como patrón con el cual mensurar sus propias obras. Y ya que no había más gran clasicista que Mozart, ni más profundo contrapuntista que Bach, ni lirista más refinado que Schubert, ni sinfonista más enjundioso que Beethoven, Brahms tuvo como norte emular esos modelos. La originalidad, la novedad y las nuevas orientaciones se habían enseñoreado en la música contemporánea, que contemplaba con indiferencia las tradiciones clásicas. Debía, pues, haber alguien que las mantuviera vivas.

            La perspectiva de un Bach, Mozart o Beethoven vigilando figurativamente desde el propio hombro la labor de creación, debería ser motivo bastante para inhibir o neutralizar a cualquier compositor, al margen de la individualidad que pudiera poseer. Consideradas las cosas desde este punto de vista, sería mucho más simple ser "revolucionario" que componer a la sombra de un pasado sin posibilidades de superarlo. Brahms, de maduración temprana, optó por el segundo camino, aunque con los ojos bien abiertos. La nómina de sus obras es una ilustración vívida de su lucha permanente por la perfección formal. Los opus 1, 2 y 5 nos lo muestran midiéndose con la sonata de piano. Que fracasara en sus tentativas (Schumann las consideraba "sinfonías veladas" debido a la "grandiosidad" y carácter no pianístico de las mismas), tiene menos importancia que el hecho de que sus preferencias se inclinaran hacia la sonata (un síntoma de su reacción frente al Romanticismo), en lugar de elegir las piezas breves de piano, entonces tan populares. En el opus 9 vuelve a la Variación. Antes de aventurarse en los dominios más egregios de la música de cámara (el cuarteto de cuerdas), experimenta con el trío, el sexteto, el cuarteto de piano, etc. Brahms no compuso una sinfonía hasta pasados sus cuarenta años y tras haber explorado a fondo el idioma orquestal en sus Variaciones sobre un tema de Haydn, y en las dos Serenatas para orquesta. Cada nueva obra de Brahms fue precedida de un largo período de gestación.

En una característica explosión de acidez, Hugo Wolf dijo en cierta ocasión de Brahms —entre otras cosas— que era "un mero copista". Aun cuando en muchos casos trabajó directamente sobre los moldes clásicos, difícilmente podría considerársele el imitador servil que el duro crítico del Wiener Salonblatt nos induce a creer. Juzgada a la luz de sus propios méritos, la música "manufacturada" de Brahms sostiene la comparación con las más revolucionarias creaciones de Liszt o de Wagner.

Si bien en muchos aspectos Brahms estaba en las antípodas de Wagner, ambos tenían puntos de contacto. En las óperas del segundo y en los conciertos del primero, los solistas responden a una concepción sinfónica. A menudo, Brunilda —walkyria preferida de Wotan— está sumergida en un mar instrumental, y el desdichado pianista de un concierto de Brahms lucha contra un pasaje de dificultades insuperables mientras al mismo tiempo se ve obligado a tomar un papel subordinado frente al "tutti". En su propósito de eliminar el despliegue técnico por el despliegue en sí, el compositor relega el solo instrumental a tal distancia que lo convierte simplemente en otro instrumento más.

Si se exceptúa el enfoque puramente musical, no virtuosista de los conciertos, la complicada escritura pianística de Brahms es disuasoria para quienes no sean expertos virtuosos. La pianista inglesa Harriet Cohen ha escrito: "Siempre me ha desconcertado la manera 'elefantina' en que Brahms se ha distendido sobre todas las claves en sus composiciones de piano, no obstante lo atractiva que pueda resultar tal característica". Superpóngase a esto los intrincados patrones rítmicos cruzados del autor, y el resultado es tan desafiante para el solista (y el director), como lo es el Monte Everest para el escalador de montañas.

En la primavera de 1878, Brahms viajó a Italia con sus amigos Karl Goldmark y Theodor Billroth. Después de un mes de recorrer paisajes y aburrirse con la ópera italiana (que según Brahms, se componía nada más que de cadencias finales), el compositor volvió a su retiro veraniego en los Alpes Austriacos, Poertschach, a la vera de un hermoso lago azul. Allí trazó los patrones para su segundo concierto de piano, pero abandonó  su desarrollo para dedicarse a su primera sonata de violín y su concierto para el mismo instrumento. Tres años más tarde, volvió Brahms a visitar Italia (la segunda de sus ocho giras) y regresó a Pressbaum el 22 de mayo. En esta pequeña villa, próxima a Viena, concluyó su Concierto en si bemol mayor el 7 de julio de 1881. Ese mismo día escribió a Elizabeth von Herzogenberq: "No tengo pudor en decirle que he escrito un concierto de piano flojo, muy flojo; con un scherzo flojo, muy flojo. Está en la tonalidad de Si bemol y tengo razones para temer que he urgido esta ubre —que anteriormente ha dado buena leche— demasiado a menudo y demasiado vigorosamente." La exigida "ubre" rindió uno de los más extensos y más ambiciosos conciertos en la historia de la música.

Brahms tocó "el largo terror" (como llamaba a su nueva creación) con Ignaz Brüll, a dos pianos y en presencia de "las víctimas" Billroth y Hanslick. Habiendo sido recibido en forma favorable, Brahms llamó la atención de Hans von Bülow sobre su opus 83. Bülow, director musical de la corte de Meiningen desde 1880 y ex adepto de Wagner (cuya primera esposa había sucumbido a los encantos del autor de Tristán e Isolda once años antes), era uno de los más extraordinarios directores de su tiempo y se hallaba al frente de una de las primeras orquestas europeas. Profundamente impresionado con la música de Brahms —particularmente con la Sinfonía n° 1—, Bülow puso su orquesta a disposición del compositor para los ensayos de sus nuevas creaciones sinfónicas. Después del estreno del Concierto para piano n° 2 en Budapest, el 9 de noviembre de 1881, Brahms lo dio a conocer en Meiningen el 27 de noviembre, actuando como solista bajo la dirección de von Bülow.

La mayoría de los críticos convinieron en que no se trataba de un concierto en el sentido corriente. Hanslick lo describió como una "sinfonía con piano obligado"; otros lo llamaron "música de cámara en gran escala". Hay algo de verdad en ambos puntos de vista, pero ninguno de ellos nos da el panorama completo.

Apartándose de los tres movimientos habituales en todo concierto clásico, Brahms agregó un cuarto, en forma de scherzo. Cuando se le interrogó al respecto contesto: "Bueno, como ven ustedes, el primer movimiento es demasiado simple". Como de costumbre, el músico estaba subestimando la importancia de sus composiciones. Desde el comienzo, el concierto asume proporciones sinfónicas. Los temas son tratados de conformidad a un estricto modelo clásico. Con la inventiva de un Schubert, Brahms introduce no menos de siete melodías en el primer movimiento, y a continuación se lanza a una maravillosa serie de entrelazados temáticos, en un tour de force no sobrepasado hasta el presente. El Scherzo, un allegro appassionato, es en la clave contrastada de Re menor, descrito por Brahms, como un "pequeño scherzo"; el segundo tiempo se abre con un tema apasionado para piano solo. No tan intrincado como el primer movimiento, el scherzo no es por ello menos intenso y rico en hallazgos. Un tema para la cuerda al unísono es opuesto a la vigorosa apertura y expandido por el piano, que reintroduce el primer tema bajo un ropaje más lírico. Se hace presente una tercera melodía, de textura un tanto heroica. Con gran habilidad contrapuntística Brahms desarrolla su material en una de sus más sucintas y perfectamente balanceadas expresiones. Por último hallamos un episodio de reposo en el tercer movimiento, Andante, que comienza con un solo de cello sobre una melodía que posteriormente el autor utilizó en su lied Immer leiser wird mein Schlummer ("Siempre más quedo se hace mi sueño"). El piano entra en los dos últimos compases del tema inicial, con varios meditativos arpegios. Pronto la placidez se quiebra con un incansable diálogo entre el solista y el "tutti". Y luego, tras una inesperada modulación, nos encontramos frente a una nueva melodía que según la poética descripción de Tovey "consiste en unas pocas notas espaciadas como las primeras estrellas que pueblan los cielos en el crepúsculo". Sigue una recapitulación del primer tema, esta vez con comentarios del piano. Aún los más grandes compositores, ocasionalmente, nos han dejado insatisfechos con los movimientos finales de obras fundamentales. En el cuarto movimiento de su segundo concierto, sin embargo, Brahms nos proporciona el broche adecuado sin perder de vista el largo recorrido que se halla a punto de completar. Cuatro rutilantes temas, pasan del solista a los coros instrumentales para concluir una de las más geniales creaciones del repertorio del concierto para piano.


 
Joaquín Achúcarro Arisqueta nació el 1 de Noviembre de 1932 en Bilbao. Dio su primer concierto con trece años, habiendo aprendido a tocar el piano con sus padres. Tras realizar sus estudios musicales en el conservatorio de su ciudad, y posteriormente en otras ciudades de España, como Madrid (donde estudió con profesores de la talla de José Cubiles) y Europa, la fama le llegó a nivel internacional a través del Concurso Internacional de Liverpool, donde triunfó, ganando el primer premio en 1959. Ello, pues, le lanzó como un gran pianista, siendo invitado por grandes orquestas, como la Sinfónica de Londres. A partir de ese momento, actuó en países de todo el mundo. Ha tocado junto a 202 orquestas, entre las que destacan la Filarmónica de Berlín, la Filarmónica de Nueva York, la nombrada Sinfónica de Londres, la Sinfónica de Chicago, la Filarmónica de Los Angeles, la Sinfónica de Dallas, la Ciudad de Birmingham, la sinfónica de RTE Dublin, etc. y junto a más de 300 directores de orquesta.

En el año 1992, el Gobierno de España le concedió el Premio Nacional de Música, y cuatro años más tarde la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. En el año 2000, la Unesco le nombró artista por la paz, por sus contribuciones a la causa.

Desde 1990 imparte clases en la Universidad Metodista de Dallas, dedicándose también a la grabación de discos y a dar conciertos. En el año 2003 presentó en la editorial Alpuerto una biografía desde el piano, en forma de diálogo, en la que colabora también el profesor y pianista Luciano González Sarmiento.

Es Comendador de la Orden de Isabel la Católica, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Académico Honorario de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada.

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