Annette Dasch
(Soprano)
Mihoko Fugimura
(Mezzosoprano)
Piotr Beczala (Tenor)
Georg Zeppenfeld (Bajo)
Coro de los Amigos de la Música
Orquesta
Filarmónica de Viena
Christian Thielemann,
director
Hasta que empezó en
Alemania el culto a Beethoven casi nadie pensaba que la música del pasado
debiera ser conservada intacta y tocarse con una fidelidad reverencial. Es más,
no existía el concepto de “música clásica” ni se escuchaba otra que la que
hubiera sido compuesta en el presente. En menos de dos siglos, la Novena ha
sido, sin embargo, todo lo contrario de un monumento inamovible, pero por su
contenido y lo que transmite. Se ha convertido en un himno para casi todas las
causas, una bandera de entusiasmos muy diferentes y, a veces, contradictorios
entre sí. Se podría pensar en ella como una declaración de fe en el progreso,
en la evolución de lo primitivo, lo desorganizado, lo violento, hacia la
serenidad contemplativa, la culminación entusiasta de la fraternidad. Y sin
embargo, cuando Beethoven la compuso la Europa de la esperanza y revolucionaria
de su juventud se había anquilosado y había dado paso de nuevo a una
restauración del Antiguo Régimen, por lo que tal vez fuera, en realidad, una
declaración de nostalgia hacia los sueños fracasados.
La historia de la
composición de esta obra es una de las más largas de toda la producción de su
autor. Fue compuesta entre 1822 y 1824, pero el origen y las primeras ideas son
de 1792, momento en que conoció la “Oda a la alegría” de Schiller y proyectó
ponerle música. Las primeras anotaciones en su cuaderno de música para alguno
de los versos datan de 1798. El célebre tema del himno aparece ya en la
“Fantasía coral, op. 80”, que es, además, la primera ocasión en la que
Beethoven mezcla el sinfonismo con la música coral. En 1808 vuelve a aparecer
este tema en una de sus canciones. En 1817, según escribió a un amigo, empezó a
trabajar en dos grandes sinfonías y, aunque su salud es un poco delicada, bosqueja
ya lo que será la Novena, aunque interrumpe el trabajo para centrarse en la
“Missa solemnis”. En el verano de 1822, terminada ya esta obra, recupera sus dos
sinfonías: una, totalmente instrumental, estaba destinada a la Sociedad
Filarmónica de Londres y sería en la tonalidad de Re; la otra sería una
“sinfonía alemana con coro”. Para el final de esta última pensaba en la “Oda a
la alegría”. A mediados de 1823 estaba terminado el primer movimiento de la
sinfonía en re, bastante definido el segundo y comenzado el tercero, pero en
octubre de ese mismo año decide acabar esta sinfonía con el coro proyectado
para la “alemana”. Las grandiosas proporciones que estaba adquiriendo la obra
le hicieron pensar que este era el contexto idóneo para el poema de Schiller y
a partir de este punto todos sus esfuerzos se encaminaron a resolver el
problema de la transición entre la música instrumental y la voz para el último
movimiento. Y dentro de éste, el momento oportuno para introducirla. Pensó
primero en incluir varios episodios concitas de los tres movimientos anteriores
interrumpidos por un solista que clamaba “no”. Pero la solución, genial por
otra parte, fue distinta: mantuvo las citas de los movimientos previos, pero
confió a los instrumentos, primero a los violonchelos y contrabajos, una
especie de recitativo instrumental jamás visto antes. Luego los violonchelos,
en pianísimo, introducen el tema del himno, que es recogido por toda la
orquesta. Beethoven reordenó las estrofas del texto original para encajarlas
mejor y conectar con la parte orquestal, dándole un nuevo carácter. Cuando
Schiller la compuso originalmente era una “Oda a la Libertad”, pero la censura
le obligó a cambiarlo (“libertad” en alemán es “freiheit” y “alegría”,
“freude”). La obra se estrenó el 7 de mayo de 1824 en Viena tras dos únicos
ensayos. Para entonces el compositor estaba totalmente sordo y se colocó junto
al director de la orquesta sin oír nada. Tanto es así que, cuando finalizó la
interpretación, Beethoven seguía agitando los brazos, hasta que la contralto le
hizo darse la vuelta para ver la reacción del público. Esta fue tan entusiasta
que obligó a la policía a intervenir. Hubo cinco salvas de aplausos, cuando
el protocolo sólo tenía previstas tres para la familia imperial.
TEXTO EN
ESPAÑOL
Alegría, Luz Divina,
del Elíseo dulce lar,
inflamados alleguemos
Diosa, a tu celeste altar.
Une otra vez tu hechizo
a quienes separó el rigor.
Fraterniza el orbe entero
de tus alas al calor.
Coro
A quien
el azar ha dado
verdadera amistad,
quien consorte dulce halla,
ha sin par felicidad.
En la redondez terrena
suya un alma invocar!
A quien no le fuera dado
sumiríase en pesar!
Coro
En el
seno de Natura
alegría liba el ser,
su florida vía sigue
males, bienes, por doquier.
Besos, vides, fiel amigo
hasta el morir nos dio;
el deleite, a los gusanos;
y al querube, un gran Dios.
Cual los soles en su vía
magna, juntos! oh! marchad!
y como héroes disfrutad
dicha, triunfos y
felicidad!
Abrazaos, oh! millones!
Beso de la Humanidad!
Brinda celestial bondad
Padre a tu séquito sin par
Os postráis, oh! juntos
Ante el Creador Eterno
Busca en el azur, y reina
Sobre el plano etéreo.
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