miércoles, 15 de mayo de 2013

Isaac Albéniz: Triana

Alicia de Larrocha, piano

Aquéllos para quienes la música española no es algo ajeno o desconocido, quienes la han vivido como experiencia propia desde la infancia o en los canturreos de la adolescencia o la mocedad, quienes la han reconocido, engalanada, en las partituras de los mejores compositores pero también han sabido sentirla en su más sencilla expresión popular, suelen experimentar una doble sensación, aparentemente contradictoria, al escuchar cualquiera de las obras más características de Isaac Albéniz (1860-1909). Por una parte, la evidencia de un sello inconfundible de personalidad, de autoría, de original e inequívoca traza albeniciana; por otra parte, esa música nos conecta con un substrato reconocible, unos rasgos de identidad común que surgen del fondo de nuestra percepción estética en una especie de déjà vu. Y esto ocurre por igual tanto desde la experiencia personal del oyente no especializado, del no profesional, como desde la del intérprete de su música, el conocedor, el técnico.
La razón de ello está en el propósito que Albéniz persiguió infatigablemente, el de crear y dar a conocer al mundo una “música española con acento universal”, y a ello aplicó lo mejor de su talento creador. El resultado son esos casi dos centenares de obras, principalmente para piano, entre las que sobresale la prodigiosa Iberia, pero también tres zarzuelas, cuatro óperas completas y otras tantas sin terminar, una pieza polifónica, un concierto y una rapsodia para piano y orquesta, dos suites sinfónicas, música incidental para recitados y hasta una treintena de canciones para voz y piano.
Entre diciembre de 1905 y enero de 1908, Isaac Albéniz culmina su obra más ambiciosa, Iberia, una colección de doce piezas, doce "impresiones" de España. Tal como quedó a su muerte, once piezas se refieren a Andalucía y una a Madrid. Pero la idea del compositor era recorrer toda la Península, incluido Portugal. Su prematura muerte se lo impidió.

Hoy nadie pone en duda que Iberia es la obra cumbre del músico español, en la que no solo materializa (si es que este verbo se puede utilizar al hablar de música) su deseo de hacer música de su país "con vistas a Europa", es decir, internacional sin renunciar a sus orígenes; demuestra además plenamente sus poderes técnicos y ambición estética con una escritura pianística trascendental y deslumbrante de luz, ritmo y color.
La estilización del elemento popular en Iberia es extraordinaria, como podemos apreciar ya en la jota surgida entre la niebla impresionista de ese nostálgico "quasi nocturno" de apertura llamado Evocación, o en las sevillanas de Rondeña, el tango "a lo chotis" de Lavapiés, la malagueña de Málaga, la soleá de Jerez o el zapateado de Eritaña.

Sin embargo hay tanto de invención en Iberia como de estilización de temas tradicionales. Una invención desbordante, exagerada, de una amplitud generosa, apasionada y fértil. La ornamentación de cada una de las piezas es impresionante, abrumadora para el intérprete, impulsado a cada momento por una pasión incontenible.
Triana pertenece al Segundo Cuaderno de Iberia y es una de las más divulgadas piezas de Albéniz. Evoca el barrio sevillano a través de una seguiriya bulliciosa y colorista, dentro de una estilización poética que no cae en el folclore tópico. Hay en toda la pieza una elegancia de fraseo y un señorío de la mejor ley.

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