Orquesta MelkArt
La producción musical de Turina se inscribe plenamente
en la llamada "generación de maestros", que incorporo a
España a las corrientes estéticas de las músicas europeas de su época.
Corrientes que se centraban para quienes como él
se formaron en París, en la Schola Cantorum,
heredera de César Franck, y en el impresionismo, pero que en los países del
acusado folclore vinieron tan sólo a servir de apoyo y a actualizar una música
de raíz esencialmente nacionalista. Turina supo recoger esas técnicas y ese
ambiente del París de comienzos de siglo y adaptarlos a su personalidad de
andaluz fino, sensitivo y apacible. Cuando Joaquín Turina aborda la composición
de La oración del torero ha escrito la casi totalidad de su producción
sinfónica, no extensa, pero de capital importancia en la música española del pasado
siglo.
Han visto la luz La
procesión del Rocio (1913), Evangelio (1915), las Danzas
Fantásticas y la Sinfonía sevillana (1920).
Su personalidad musical está ya configurada y su lenguaje es inconfundible. La Oración del
torero se inicia poco después de esta época de plenitud, con destino
al célebre cuarteto de laúdes que habían formado los hermanos Aguilar: Elisa,
Ezequiel, José y Francisco. El éxito conseguido por esta agrupación en sus
giras internacionales interpretando esta obra hizo que Turina la adaptase para
cuarteto de cuerdas, siendo publicada en 1925 por Unión Musical.
El padre de Turina fue el pintor sevillano Joaquín Turina Areal (1845-1903) y es posible que el compositor llegase en su adolescencia a
contemplar cuadros andaluces de temática taurina. Quién sabe si, en su
subconsciente visual estaban pinturas como La súplica de los toreros, del jerezano José Gallegos Arenosa 1859-1917) o La plegaria del torero, del gaditano Salvador Viniegra 1862-1915) cuando abordó, a fines de marzo del año 1925, la
composición de La oración del
torero, con su quintaesenciado
pasodoble inicial. Él nos lo contó de otro modo:
“Una tarde de toros en la Plaza de
Madrid, aquella plaza vieja, armónica y
graciosa, vi mi obra. Yo
estaba en el patio de caballos. Allí, tras una puerta pequeñita, estaba la capilla,
llena de unción, donde venían a rezar los toreros un momento antes de
enfrentarse con la muerte. Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel
contraste subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la
plaza, del público que esperaba la fiesta, con la unción de los que ante aquel
altar, pobre y lleno de entrañable poesía, venían a rogar a Dios por su vida,
acaso por su alma, por el dolor, por la ilusión y por la esperanza que acaso
iban a dejar para siempre dentro de unos instantes, en aquel ruedo lleno de
risas, de música y de sol".
Es la Oración del torero pieza hondamente española y, hasta
cierto punto, característica de un lirismo andaluz todo delicadeza y recogimiento.
La transfiguración del patético pasodoble, el clima brumoso y poético que
transpira toda la obra, quintaesencia de la copla de un pueblo capaz de rezar y
llorar cantando, ha hecho de la Oración del torero una de las piezas favoritas del público desde el día
de su estreno.
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