martes, 14 de mayo de 2013

Rubinstein a los 90

 Entrevista con Robert MacNeil

Artur Rubinstein encarna de manera emblemática la figura del concertista de piano. Su larguísima trayectoria, sumada a la difusión y calidad de sus interpretaciones, le otorgaron un prestigio y una popularidad tan merecidos como inusuales. La alegría de vivir y la celebración de la música como una fiesta compartida fueron el secreto de su envidiable vitalidad, un legado de rigor y hondura interpretativa que le hicieron único. Para muchos, Rubinstein fue el pianista que mejor supo transmitir la fuerza expresiva de todos aquellos compositores a los que interpretaba. Por ello, su repertorio se centró casi con exclusividad en el Romanticismo.
Nacido en Lodz (Polonia) el 28 de enero de 1887, recibió las primeras lecciones musicales en Varsovia de la mano de Alexander Rózycki y ofreció su primer recital de piano el 4 de diciembre de 1894, con sólo seis años de edad, durante una velada de caridad en Varsovia. Posteriormente ingresó en el Conservatorio de Varsovia y luego en el de Berlín, bajo la tutela de los profesores Max Bruch y Robert Kahn. A los doce años, ofreció su primer concierto de gran relevancia en Berlín, ejecutando una obra de Mozart bajo la dirección musical de Joachim, el inseparable amigo de Brahms. En 1905 toca por primera vez en París, en una sesión de los conciertos Lamoureux, y al año siguiente realiza su primera gira por el continente norteamericano. La Primera Guerra Mundial la pasó en Inglaterra, país en donde ofreció innumerables recitales junto al violinista Ysaÿe con fines caritativos. En 1916 realizó una gira por España, país del que se enamoró por completo, interpretando obras de Falla, quien le dedicó su Fantasía bética. Desde entonces, siempre fue considerado uno de los más grandes intérpretes del compositor español.
En 1932, se casó con Aniela Mlynarski, hija del eminente violinista y director polaco Emil Mlynarski. El matrimonio duró toda la vida y el músico declaró en sus memorias que “a ella le debo todo”. En 1939, y ante el ambiente prebélico que se vivía en Europa, Rubinstein se instaló en Hollywood, aunque una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial emprendió una constante vida de giras concertísticas que le hizo célebre y le llevó a casi todos los rincones del planeta. De cualquier manera, en 1946 obtuvo la ciudadanía estadounidense. Uno de los momentos más emotivos de su trayectoria se produjo en 1958, cuando regresó a Polonia. El público le recibió con lágrimas en los ojos y con cerradas ovaciones de pie. Tocó prácticamente hasta los últimos días de su vida — fue capaz de interpretar los dos conciertos para piano de Brahms con ochenta años en una memorable velada — aunque una progresiva ceguera le obligó a retirarse en Inglaterra en 1976. Falleció plácidamente el 20 de noviembre de 1982 en Ginebra, tras una vida plena, intensamente vivida y llena de éxitos. Sus cenizas fueron trasladadas a Jerusalén.

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