Entrevista con Robert MacNeil
Artur Rubinstein encarna de manera emblemática la figura del concertista de
piano. Su larguísima trayectoria, sumada a la difusión y calidad de sus
interpretaciones, le otorgaron un prestigio y una popularidad tan merecidos
como inusuales. La alegría de vivir y la celebración de la música como una
fiesta compartida fueron el secreto de su envidiable vitalidad, un legado de
rigor y hondura interpretativa que le hicieron único. Para muchos, Rubinstein
fue el pianista que mejor supo transmitir la fuerza expresiva de todos aquellos
compositores a los que interpretaba. Por ello, su repertorio se centró casi con
exclusividad en el Romanticismo.
Nacido en Lodz (Polonia) el 28
de enero de 1887, recibió las primeras lecciones musicales en Varsovia de la
mano de Alexander Rózycki y ofreció su primer recital de piano el 4 de
diciembre de 1894, con sólo seis años de edad, durante una velada de caridad en
Varsovia. Posteriormente ingresó en el Conservatorio de Varsovia y luego en el
de Berlín, bajo la tutela de los profesores Max Bruch y Robert Kahn. A los doce
años, ofreció su primer concierto de gran relevancia en Berlín, ejecutando una
obra de Mozart bajo la dirección musical de Joachim, el
inseparable amigo de Brahms. En 1905 toca por primera vez en París, en una
sesión de los conciertos Lamoureux, y al año siguiente realiza su
primera gira por el continente norteamericano. La Primera Guerra Mundial la
pasó en Inglaterra, país en donde ofreció innumerables recitales junto al
violinista Ysaÿe con fines caritativos. En 1916 realizó una gira por España,
país del que se enamoró por completo, interpretando obras de Falla, quien le
dedicó su Fantasía bética. Desde entonces, siempre fue considerado uno
de los más grandes intérpretes del compositor español.
En 1932, se casó con
Aniela Mlynarski, hija del eminente violinista y director polaco Emil
Mlynarski. El matrimonio duró toda la vida y el músico declaró en sus memorias
que “a ella le debo todo”. En 1939, y ante el ambiente prebélico que se
vivía en Europa, Rubinstein se instaló en Hollywood, aunque una vez finalizada la
Segunda Guerra Mundial emprendió una constante vida de giras concertísticas
que le hizo célebre y le llevó a casi todos los rincones del planeta. De
cualquier manera, en 1946 obtuvo la ciudadanía estadounidense. Uno de los
momentos más emotivos de su trayectoria se produjo en 1958, cuando regresó a
Polonia. El público le recibió con lágrimas en los ojos y con cerradas
ovaciones de pie. Tocó prácticamente hasta los últimos días de su vida — fue
capaz de interpretar los dos conciertos para piano de Brahms con ochenta años
en una memorable velada — aunque una progresiva ceguera le obligó a retirarse
en Inglaterra en 1976. Falleció plácidamente el 20 de noviembre de 1982 en
Ginebra, tras una vida plena, intensamente vivida y llena de éxitos. Sus cenizas
fueron trasladadas a Jerusalén.
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