sábado, 14 de diciembre de 2013

Nikolái Rimski-Kórsakoff: Capricho español, op. 34

 
Orquesta Filarmónica de Berlín
Zubin Mehta, director
 

Debido a su imagen exótica, a finales del siglo XIX lo español se puso de moda en los círculos cultivados parisinos (y, por ende, en los del mundo entero, dado que París era la capital cultural del mundo en la época). Los compositores de la época descubrieron las melodías folclóricas españolas y las emplearon con mejor o peor resultado en sus obras. George Bizet, en su ópera Carmen; Maurice Ravel, en su Bolero o su Rapsodia Española; Edouard Lalo, en su Sinfonía Española o el propio Rimski-Kórsakoff, en Capricho Español, son buenos ejemplos de este hispanismo de pandereta.

Los compositores españoles de esa época también hacían folclorismo a la española, mucho de él en forma de Zarzuela, género que vivió su período dorado durante ese final de siglo y principios del XX. Isaac Albéniz, seguramente el mejor compositor español de esos años, también se dedicó a componer, sobre todo para piano, sobre temas folclóricos españoles, igual que Enrique Granados. El mejor violinista de la época, el navarro Pablo Sarasate, además de tocar primorosamente las obras de los demás, también escribió él mismo una deliciosa música para violín, como sus famosísimos Malagueña o Zapateado, con aires folclóricos.
Nikolái Rimski-Kórsakoff nació en 1844 en Tijvin, a unos 200 km de San Petersburgo, la capital rusa, en una familia aristocrática cuyos miembros poseían  amplia tradición como oficiales de la Marina Imperial Rusa. Es decir, su destino estaba trazado en el mismo momento de nacer: sería oficial de la marina (su hermano mayor, Voin, llegó a ser un conocido navegante y explorador naval). Así que, a pesar de tener un excelente oído musical y capacidades fuera de lo común para la música desde muy temprana edad, Nikolái acabó enrolándose en la Marina Rusa, se graduó y realizó un viaje de casi tres años como guardiamarina en un clíper llamado Almaz.

Sin embargo, mientras estaba en la Escuela de la Marina continuó dando clases de música, casi siempre de manera informal, incluso componiendo alguna pieza de forma autodidacta, hasta que conoció a Mili Balákirev, el alma mater y fundador del Grupo de los Cinco, que abogaba por la exaltación de lo nacional en la música rusa, tratando de alejarse de la influencia de las escuelas alemana y francesa, las más destacadas e influyentes de la época.
Junto al propio Balákirev también formaban parte de dicho Grupo Cesar Cui, Modest Músorgski, Alexander Borodin y Nikolái Rimski-Kórsakoff. Fue Balákirev quien exhortó a Rimski a proseguir sus estudios y a no cejar en la composición. El resultado fue que al acabar su viaje iniciático en el velero ruso, vino con su Primera Sinfonía bajo el brazo: la había compuesto durante la singladura.

Rimski-Kórsakoff continuó siendo oficial de la Marina durante bastantes años. Sin embargo, no hay que olvidar el hecho de que era de familia noble, así que sus obligaciones con el Zar consistían en acudir un par de horas diarias al Almirantazgo de San Petersburgo para realizar algún trabajo administrativo. Nunca más se volvió a embarcar, al menos como oficial de la Marina, y su horario le dejaba mucho tiempo libre para dedicarse a la música. A partir de 1873, cuando el Zar creó por decreto el puesto de “Inspector de Bandas Navales de Música”. Nikolái ejerció tal cargo hasta que otro decreto de 1884 eliminó el puesto, momento en el que Rimski-Kórsakoff renunció a la Marina y se dedicó por entero a la música.

A pesar de su escasa formación, casi toda ella autodidacta, en 1871, con tan sólo 27 años de edad, fue nombrado profesor de Composición Práctica e Instrumentación del Conservatorio de San Petersburgo. Nikolái era realmente un orquestador brillante. Algunos de los más importantes compositores rusos del Siglo XX, como Glazunov, Stravinski o Prokófieff fueron alumnos suyos, e incluso se permitió escribir un Tratado de Orquestación que fue santo y seña durante muchos años en la enseñanza de la disciplina.

El Capricho Español es un maravilloso ejemplo de orquestación, y como tal ha sido reconocido desde su mismísimo estreno, a pesar de que este hecho fastidiaba un poco al autor, que decía que lo que hacía realmente especial y maravillosa a esta obra era «por el cambio en los timbres y la feliz elección de concepciones melódicas y de patrones de figuras».
Compuesto en 1887 ―la misma época en que compuso sus otras dos obras más famosas, Scheherezade y la obertura La Gran Pascua Rusa―, el Capricho Español (originalmente, “Capricho sobre Temas Españoles”) iba a ser inicialmente una Suite para Violín y Orquesta, pero Rimski decidió incorporar algunos pasajes para otros instrumentos solistas, aunque el violín del concertino siguió manteniendo su preponderancia. El Capricho está basado, cómo no, en temas españoles, sobre todo asturianos. Eso sí, según la peculiar percepción de un ruso que hacía unos veinticinco años que no había estado en España de cómo deberían sonar estos temas.

La obra comienza con el primer movimiento (Alborada), basado en un baile asturiano dedicado a la salida del sol, que comienza con un vigoroso tutti orquestal y luego deja paso a un portentoso solo de clarinete. Se escuchan panderetas y trinos diversos que sugieren el carácter español de la música. Se repiten la entrada y el solo del clarinete, respondido luego por otro solo del violín del concertino, confirmando la idea inicial del autor de escribir una Suite para violín y orquesta (no será ésta la única intervención solista del violín).
Sin pausa comienza el segundo movimiento (Variazioni) que consiste en unas variaciones sobre un tema de raíces hispanas. Las trompas enuncian el tema, que es recogido por la cuerda y luego pasa al oboe, con respuestas de trompas y trompetas con sordina, hasta que la orquesta en pleno lo hace suyo. Son las flautas quienes ahora van a adquirir protagonismo, con un genial pizzicato de la cuerda como contrapunto. La flauta solista se arranca por fin con escalas ascendentes y descendentes, que culminan con un trémolo que parece indicar que el fin del movimiento, lo que acontece al ser abruptamente interrumpido por la vigorosa entrada del tutti en el tercer movimiento (Alborada). Se trata de una repetición del primer movimiento, aunque ligeramente modificado en su orquestación. El violín intercambia su lugar con el clarinete en los solos; lo que antes estaba encargado al primer clarinete lo hace ahora el concertino y viceversa.

El cuarto movimiento, Escena y Canto Gitano, comienza con un redoble de la caja. Rápidamente, los metales introducen el tema con una sonora fanfarria, hasta que comienza el primero de los muchos solos de este movimiento, que es en realidad un motivo perfecto para el lucimiento solista de los músicos de la orquesta a través de sucesivas cadencias. El primer solo es del violín del concertino, con una suerte de melodía gitana. Los solos van acompañados, o no, por la orquesta punteando la melodía, remedando una fiesta gitana con mucha improvisación e intervenciones de los asistentes. Los solos que se van sucediendo son: flauta, clarinete, oboe y arpa, acompañada del triángulo. La orquesta entra en tutti cambiando el ritmo, pero sólo hasta el comienzo de más solos sucesivos, acompañados siempre por la cuerda imitando a la guitarra, porque así lo pide el autor en la partitura: quasi chitarra. Los solos son muy variados: de cello acompañado de oboe y flauta, de flauta y oboe, de la madera al completo, luego el metal… En un determinado momento cambia el tema (pero no el movimiento), y ahora las castañuelas llevan el ritmo. Se producen más solos del concertino, la flauta y el violín, los clarinetes y toda la madera. El final del movimiento es muy movido e implica a la orquesta en su totalidad, preparando con un crescendo la entrada, sin interrupción alguna, del quinto y último movimiento: Fandango Asturiano.
El fandango es una danza muy antigua, conocida desde el Siglo XVII, y que tiene representaciones en la música folclórica de diversas regiones españolas, incluida Asturias. Así que Rimski-Kórsakoff orquesta brillantemente un fandango asturiano con un acompañamiento de castañuelas aquí y allá, lo que ayuda a darle un aire verdaderamente español. Nuevos solos se suceden: violín, clarinete, etc. hasta llegar al vibrante final del movimiento que culmina la obra.
 

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