domingo, 15 de diciembre de 2013

Nikolái Rimski-Kórsakoff: Scheherezade, op. 35

Orquesta Filarmónica de Viena
Valery Gergiev, director

Scheherezade es una suite orquestal de 1888, inspirada en Las mil y una noches. Consta de cuatro movimientos: El mar y el barco de Simbad, El cuento del príncipe Kalender, El joven príncipe y la joven princesa y el último movimiento en el que se suceden el Festival de Bagdad, El mar y El barco se estrella contra las rocas. Existen dos temas musicales principales: el muy vigoroso que correspoade el sultán y el tierno solo de violín de Scheherezade. La plantilla orquestal se compone de dos flautas, flautín, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba, arpa, timbales, batería y cuerdas.

El tema musical que inicia el primer movimiento representa supuestamente al dominante sultán Schahriar; este tema está construido con cuatro notas de la escala de tonos enteros descendente. Pero pronto (después de unos pocos acordes en los maderas reminiscentes del inicio de la obertura Sueño de una Noche de Verano de Felix Mendelssohn), se escucha otro de los temas que aparece en cada movimiento; éste representaría a la narradora de la historia misma, Scheherazade, la esposa del sultán, que logra el éxito al conmoverlo con sus historias. Es una melodía arrebatadora y sensual en un solo de violín, acompañada por el arpa. Ambos temas, en cierto modo son tratados como leitmotiven.
Scheherezade, la partitura más popular e importante de Rimski-Kórsakoff es una alfombra mágica que nos transporta al mundo de Las mil y una noches y sus viejas historias orientales de tradición oral (Alí Babá, las aventuras de Simbad, y similares), en parte difundidas por Europa gracias a las populares traducciones de Richard Burton. Es una preciosa pieza, una fiesta para los propios músicos de la orquesta que gozan de numerosas oportunidades de intervención. Su vitalidad, el poder de atracción de sus melodías y su formidable orquestación son impresionantes. Fue estrenada en San Petersburgo en 1889 y aunque su autor no quería ceñirse a un programa muy definido, hay títulos que evidencian episodios de mares, príncipes, fiestas y hasta el naufragio del barco que se estrella sobre las rocas. Existen unas notas unidas a la partitura en las que se pueden leer detalles sobre el contenido general. El compositor explicaba que el sultán Schahriar, convencido de la falsedad de las mujeres, se propuso acabar con cada una de sus esposas tras pasar con ellas la noche de bodas. Fue la bella Scheherezade quien salvó su vida amenizando las veladas del tirano durante mil y una noches con interesantes cuentos que excitaban la curiosidad del esposo. Si la sultana imbrica la narración de forma que no decaiga el interés del marido, Rimski-Kórsakoff logra un objetivo igual, haciendo que todo proceda de un motivo generador de diferentes temas.

El músico añadió a los movimientos las indicaciones de Preludio, Balada, Adagio y Finale pero, dado el carácter programático de la obra, no procedía calificarla de “sinfonía”. Dos asuntos conforman los cuatro movimientos de la exótica suite: uno robusto, el del sultán, que contrasta con la ternura del violín: la favorita que hila las maravillosas historias que cautivan al esposo.
En El mar y el barco de Simbad, la música comienza con la amenazante figura del sanguinario sultán en los trombones, tuba, maderas graves y cuerdas, tras la que, brillando entre ricos acordes del arpa, escuchamos la voz de Scheherezade en el violín solo, que comienza temblorosa la primera de las historias. El inmenso mar se manifiesta en grandes olas de parte de toda la orquesta. Navegamos en el barco de Simbad (flauta, oboe y clarinete) y vemos las velas hinchadas, el sol en las aguas, la calma del mediodía, una tormenta que aminora, y seguimos a la joven hilando la historia... El sultán se duerme y la esposa pospone su destino por un día.

El cuento del Príncipe Kalender se refiere a un príncipe que ahora es un monje mendicante que ha profesado votos de pobreza, castidad y humildad. Escuchamos su historia de parte del fagot. Es tímido, serio, aunque algo burlón. Las feroces fanfarrias del trombón y la trompeta nos arrastran a una escena de esplendor bárbaro y salvaje. Rimski lanza luminosas masas de color como joyas brillantes procedentes de un cofre y el torbellino y la pompa de un solemne desfile nos sitúa en un ambiente opulento. Es la primera vida del príncipe cuando se rodeaba de gloria y poder. Hay cierta nostalgia hasta que el movimiento termina con un rimbombante crescendo.
La tercera parte, El joven príncipe y la princesa, es la sección más lírica. Una cautivadora canción de amor de los violines representa al joven, mientras que el clarinete habla por voz de la dama. Más tarde, el ritmo de la pequeña percusión añade un efecto picante a esta amorosa escena.

Termina la obra con la Fiesta en Bagdad. El barco de Simbad se estrella contra las rocas. El Sultán entra en la alcoba y Scheherezade comienza la descripción de una fiesta oriental llena de vida y color en la que la orquesta ha de mostrar su capacidad virtuosa. Bailarines, trajes lujosos, perfumes... oriente en música. Retornan los temas de los movimientos anteriores, todos llenos de energía que mantiene el ritmo de la fiesta. Recordamos a todos los personajes de los relatos y finalmente, la orquesta nos transporta a la cubierta del barco de Simbad, ahora en medio de un terrible temporal de olas gigantescas que lo precipitan contra las rocas coronadas por la estatua de un guerrero. Finalmente se escucha la voz de Scheherezade que nos llama desde el fantástico mundo que ha creado y el Sultán habla de nuevo, pero suave y gentilmente, pues ha renunciado a su terrible propósito. El violín solo asciende a lo más agudo para terminar la suite en sereno y luminoso triunfo
Scheherazade es una nueva forma de composición, hasta cierto punto a medio camino entre la Sinfonía fantástica de Hector Berlioz (1830) y los  poemas sinfónicos de Franz Liszt de 1854. Probablemente, debido a la trama en la que está basada, está más próxima al poema sinfónico, en el sentido de que es menos preciso que el de la Sinfonía fantástica. El compositor siempre se pronunció para evitar que se hiciera una lectura habitual programática, negando por ejemplo que los personajes evolucionen claramente y actúen, todo lo contrario de lo que escribió Antonio Vivaldi con los poemas adjuntos a Las cuatro estaciones, o de lo que hará Prokófieff en Pedro y el lobo, con los instrumentos que representan personajes con sus temas propios recurrentes. Rimski-Kórsakoff escribió así violentamente en Crónicas de mi vida musical:

“Es en vano el buscar leitmotiven siempre vinculado a tales imágenes. Por el contrario, en la mayoría de los casos, todos estos aparentes leitmotifs no son más que materiales puramente musicales para el desarrollo sinfónico. Estos motivos pasan y se extienden por toda la obra, uniéndose sucesivamente y entrelazándose. Aparecen cada vez bajo diferente luz, mostrando cada vez distintas características y expresando nuevas situaciones, y corresponden cada vez a imágenes y cuadros diferentes.”
En 1910, con la música de Scheherazade, Michel Fokine creó y coreografió un ballet para la temporada de los Ballets Rusos en París, con la escenografía y vestuarios de Léon Bakst. Destacaron en los papeles principales Ida Rubinstein y Vátslav Nizhinski. El ballet impactó por su cargada sensualidad y orientalismo. Gracias a su popularidad, fragmentos de Scheherazade ha formado parte de la banda sonora de varias películas.
 

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