Felix Mendelssohn.Bartholdy (1809-1847)
Octeto
de cuerda en Mi bemol mayor, op. 20
I. Allegro moderato ma con fuoco
II. Andante
II. Andante
III. Scherzo
IV. Presto
IV. Presto
Cuarteto de Praga - Cuarteto Zemlimsky
Todavía arrastra la figura de Mendelssohn una gran
injusticia histórica, la que valora como superiores sus obras juveniles, por su
frescura y espontaneidad -por otra parte indudables-, frente a unas
composiciones de madurez, presuntamente aquejadas de academicismo. En esas
asombrosas adolescencia y juventud nacen las primeras obras de cámara, cuando
el músico escribe para los instrumentistas que tiene a mano, tocándose las
obras de inmediato. Esas interpretaciones “domésticas” se daban en el que
entonces era el famoso “pabellón del parque” de la casa familiar berlinesa de
los Mendelssohn, un recinto que podía dar cabida a un centenar de personas.
Este es el peculiar ambiente social que viera nacer el Octeto
para cuerda en mi bemol mayor op.20, escrito en 1825 por un músico de
dieciséis años. Fue un regalo para el amigo Eduard Rietz, muerto prematuramente
a causa de la romántica enfermedad de la tuberculosis a los treinta años y,
según el testimonio del propio Mendelssohn, el mayor violinista de la época.
El Octeto se eleva como
una obra maestra inigualada por lo que a la naturalidad de la invención se
refiere. Posee la apariencia de una sinfonía en miniatura, no en vano su autor
advertía que “Este
octeto debe tocarse en un estilo sinfónico. Los pianos y los fortes se
respetarán rigurosamente y serán más enfatizados que de ordinario en piezas de
este carácter”. Sin embargo, la creación inaugura un nuevo género de
auténtica música de cámara, pues supera en unidad orgánica al antecedente de
los dobles cuartetos de Louis Spohr (1784-1859), pese a la identidad de
instrumentación: cuatro violines, dos violas y dos violonchelos, pero es que
este autor utilizaba los dos cuartetos como un juego de espejos, estando el
segundo cuarteto subordinado al primero. En cambio, con Mendelssohn se crea una
entidad distinta y superior, el octeto como destinatario de una música de
cámara nueva. Cierto que no estamos lejos de una orquesta en esquema y abundan,
por ejemplo, los trémolos poco menos que sinfónicos, pero no cabe negar que son
muchos los pasajes en los que el compositor escribe diferenciando las ocho
voces reales del conjunto. En el Octeto se compendian
cinco años de preparación en el terreno de los instrumentos de cuerda, estudios
plasmados en las infantiles trece sinfonías de cuerda, escritas de 1821 a 1823.
La dedicatoria a Rietz, con quien Mendelssohn había aprendido a tocar el violín
y a escribir para la cuerda, era todo un gesto de reconocimiento y gratitud. El
Octeto se interpretó
por vez primera, con Rietz como primer violín, el 25 de octubre de 1825. La
edición de la obra data de 1830, cuando Mendelssohn aprovechó para introducir
grandes cortes en la redacción original de los dos primeros movimientos, que
así ganaron seguramente en concisión y eficacia. Los logros admirables de esta
obra de un compositor adolescente son numerosos: frescura, colorido,
combinaciones de texturas variadas, demostración de un sólido manejo del
contrapunto…
El Allegro moderato ma con
fuoco inicial se
abre con un tema de amplitud sinfónica; se opone de inmediato a una segunda
idea de perfil más heroico. En este movimiento, al igual que en el segundo, el
primer violín tiene un protagonismo que casi alcanza lo concertante. El
desarrollo somete el material temático a mutaciones líricas y rítmicas,
recursos en los que Mendelssohn será siempre un maestro. Sigue un Andante,
en do menor que contrasta
con la vehemencia del primer tiempo por su sencillez melódica, hasta el punto
de hacernos pensar en una canción folclórica. Sobresale en el seno de toda la
obra el magnífico Scherzo (Allegro leggierissimo), en sol menor, una música de
duendes y elfos, intangible y fantástica, que Fanny, la hermana de Felix,
atestiguó como inspirada en La noche de Walpurgis del primer Fausto de Goethe, en
concreto en estos versos:
Ráfagas de nubes y niebla,
iluminadas desde lo alto,
brisa en las hojas y viento en las cañas,
mas todo se dispersa.
Pero, gloriosa referencia literaria aparte, lo innegable
es que con este inmaterial pasaje nace un nuevo gran compositor. Años después,
Mendelssohn volvió a este Scherzo, lo orquestó y
le dio la naturaleza de movimiento alternativo para el Minueto
de su Primera
Sinfonía, que él mismo
estrenó en su visita a Londres en 1829. Se cierra la obra con un Presto que prolonga
la atmósfera del Scherzo, una especie de movimiento perpetuo mediante una grandiosa
fuga a ocho voces. No debe descartarse que algunos extraños guiños de humor que
surgen aquí y allá fueran chistes privados que sólo los miembros selectos del
círculo privado del estreno pudieron comprender bien. Hoy en absoluto son
necesarios para disfrutar de esta música resuelta con una habilidad rara en un
autor adolescente.
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