Franz Schubert (1797-1828)
Octeto en Fa mayor, D 803
(III. Allegro vivace)
The New Israeli Ensemble: Ron Selka- Clarinete; Gad
Lederman- Fagot; Yoel Abadi- Trompa; Yevgenia Pikovsky, Yelena
Tishin-Violines; Dmitry Ratush- Viola; Kirill Mihanovsky- Violonchelo; Nir
Comforty- Contrabajo
Como obras similares de Spohr, Hummel entre otros, el
irresistible Octeto de Schubert es un rebrote tardío de las serenatas
para instrumentos de viento mezclados con cuerdas que estaban de moda en el
siglo XVIII. Debemos su existencia al conde Ferdinand Troyer, un talentoso
clarinetista aficionado, mayordomo principal en la corte del Archiduque
Rodolfo, discípulo y amigo de Bethoven, quien propuso a Schubert que escribiera
algo similar al Septeto beethoveniano. Schubert añadió un segundo
violín al conjunto de clarinete, fagot, trompa, violín, viola, violonchelo y
contrabajo, y siguió el plan general del maestro de Bonn (seis movimientos que
distribuyó de manera idéntica: los extremos con una lenta introducción, más un
scherzo y un minueto entre los que insertó unas variaciones sobre un tema
popular).
Tras una visita al músico, el pintor Moritz von Schwind
escribió al amigo común Franz von Schober: “Schubert está trabajando en un
octeto con gran entusiasmo. Si lo visitas, te saluda y continúa en lo suyo sin
hacerte caso”. Las primeras interpretaciones fueron privadas (en casa de Anton
Freiherr, un noble vienés con algunos de los intérpretes habían estrenado el Septeto
de Bethoven veinticinco años antes, incluido el clarinete de Troyer, y en
casa de Lachner, el colega de Johann Strauss) y finalmente vio la luz pública
en la Gesellschaft
der Musikfreunde de Viena en abril de 1827.
Con su entusiasmo melódico y rítmico y la caleidoscópica
variedad de colores, el Octeto, como las grandes serenatas para
viento de Mozart, eleva al más alto nivel el hedonístico espíritu de los
divertimentos de finales del XVIII. La orquestación es continuamente inventiva:
unas veces, especialmente en los movimientos extremos y en el Scherzo, Schubert
usa el grupo como una pequeña orquesta con dos violines en octava y bruscos
contrastes entre las sonoridades a solo o los ‘tutti’; otras, especialmente en
el Adagio y el Minueto, los colores de la cuerda y los
vientos se elaboran con la finura de la auténtica música de cámara. Si el Octeto,
cumpliendo sus orígenes del ‘divertimento’, es fundamentalmente genial y
relajante, el trabajo se completa con una cierta añoranza y el desvanecimiento
de la belleza que preside la última música de Schubert.
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