Julia Fischer, Violín
Orquesta de la Academy in-the-Fields
Al hablar de Vivaldi y de su obra
resulta imposible no mencionar Venecia, la rica y opulenta ciudad, entre cuyos
canales y palacios creció y se asentó la fama del “prete rosso”, nombre con el
que popularmente se le conocía, debido a su condición de sacerdote y al color
rojizo de su pelo. La Venecia de finales del siglo XVII está en trance de
perder su poderío y su riqueza, por la competencia de otras ciudades rivales, política
y económicamente amenazada por Austria y por el Imperio Turco, pero en ella todavía
se respira un aire de lujo y suntuosidad, lleno de contrastes entre la
frivolidad y la gravedad, lo sagrado y lo profano, la modernidad y lo
decadente. Todavía sigue siendo la meta de artistas y músicos, fascinados por
su leyenda y nombre. En sus iglesias, palacios y plazas resuenan las músicas de
muchos y excelentes compositores: Antonio Lotti, organista de San Marcos,
Tommaso Albinoni y Benedetto Marcello, alumnos suyos, Francesco Gasparini,
originario de Lucca pero asentado en la ciudad de los canales, y Antonio
Caldara. Y, por supuesto, de Antonio Vivaldi, el hijo de un modesto panadero,
que se convertirá en el músico de moda, no sólo de la ciudad, sino de buena
parte de Italia, y cuya música será objeto de estudio y revisión incluso del
gran Johann Sebastian Bach.
En 1725 Vivaldi compone Il cimento
dell’armonia e dell’invenzione (La lucha de la armonía <razón> y de
la invención <imaginación>), la recopilación de doce conciertos para
violín, entre los que se encuentran Las cuatro estaciones, cuatro
conciertos de los más populares del repertorio.
Las imitaciones musicales de la
naturaleza no eran infrecuentes en la época de Vivaldi y durante el barroco
muchos serían los compositores que recurrirían al tema, en su afán de
sorprender y encantar al público, pero el suyo no es simplemente un descriptivismo
musical o un catálogo de los sonidos de la naturaleza reducidos a imitación por
medio de los instrumentos. Es una reflexión, más bien, sobre los sentimientos e
impresiones que nos causa la naturaleza. Más que descriptivos, se podría
calificar a estos conciertos como impresionistas y han sido considerados como los
antecedentes del poema sinfónico.
Los cuatro son conciertos en tres
movimientos, “a la italiana” (un movimiento lento entre dos rápidos), para
orquesta de cuerda (violines primeros y segundos, violas y bajos), clavicémbalo
y violín solista (papel este que se reservó el propio compositor) y, como es
bien sabido, cada uno de ellos va precedido de un soneto alusivo a una estación
del año, de difícil atribución (algunos estudiosos del tema opinan que fueron escritos
por el propio Vivaldi, lo que llevaría a la interesante discusión de qué habría
sido escrito primero, si los poemas o los conciertos). Precediendo algunos
versos, aparecen unas letras mayúsculas que sirven de referencia al contenido
de la partitura y que, llevadas al texto musical, darían el significado de un
pasaje concreto. El conjunto instrumental y el violín solista parecen
repartirse los papeles: mientras la orquesta crea el ambiente, la atmósfera
(como el “leitmotiv” del primer concierto dedicado a la primavera, el aire
lánguido y caluroso del verano, una tempestad, la danza de los pastores, la
siesta, etc.), el violín describe los detalles (el canto del cuco o el
jilguero, el de los campesinos o el viento) aunque este esquema no es tan
rígido, ya que, en ocasiones, es el solista el que crea la escena (una
tormenta, por ejemplo) y es al conjunto al que se le encomiendan las
evocaciones de animales u hombres en una situación dada (los moscardones, los
ladridos de los perros, los relámpagos).
Aplica, pues, el principio
barroco del simbolismo musical, propio de las obras vocales. El concierto se
estructura sobre la base de un diálogo contrastante entre el tutti y el concertino,
estructura en la que está integrado el ritornello, el tema que
interpreta el tutti y que se repite entre las intervenciones del concertino
o solista, que introduce variaciones o material sonoro nuevo. Estas
intervenciones solísticas requieren un virtuoso, ya que están llenas de trinos,
adornos, escalas, etc. En el primer movimiento (rápido) la orquesta introduce
dos ritornellos que describen la llegada de la primavera, y que se repetirán a
lo largo del movimiento, entre los que se intercalan las apariciones del
solista, que describe el canto de los pájaros o los relámpagos de la tormenta.
Esta ha sido presentada por medio del ritornello pero en modo menor. Cuando
éste vuelve al modo mayor representa la aparición del sol tras la tempestad. En
el segundo movimiento (lento) el bajo, representado por la viola, imita la
respiración del perro, mientras los violines presentan un tema lánguido que
recuerda la siesta del pastor. El último movimiento (rápido) representa todo él
el baile de los pastores y las ninfas. Aquí aparece un bajo en forma de bordón,
muy típico de los bailes populares.
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