domingo, 14 de abril de 2013

Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 55 "Eroica"

Deutsche Kammerphilharmonie
Paavo Järvi, director


Partiendo de las estructuras sinfónicas de Haydn, Ludwig van Beethoven (1770-1827) completó el Ciclo de sus Sinfonías con la monumental Novena, que es un canto rebosante de alegría y que, en acción fraterna, abraza a la humanidad.
La Tercera Sinfonía tiene un trasfondo que es interesante desglosar. Fue completada en 1803, habiendo elaborado sus bosquejos en Heiligenstad, pequeña localidad cercana a Viena, adonde se dirigió en 1802, en busca del reposo recomendado por los médicos. Su sordera iba en aumento, y el aislamiento prescrito constituía un paliativo para el sufrimiento de su mente. Pero la desesperación se apoderó de él, y en un acto supremo de impotencia redactó el famoso Testamento de Heiligenstad, esa desconsolada confesión de tristeza, producto de la congoja y el dolor. Las tinieblas habían sometido su corazón, sin rozar su mente, que se alzó altiva y triunfante, para habilitar el genio valeroso, que se entregó a la lucha con mayor intensidad.

Su música se hizo más personal y audaz, como testimonio de la luz que iluminaba su alma. Algo más tarde, al regresar a Viena, dio término a la Tercera Sinfonía. En ella personalizaba al héroe que había salvado a Francia, al hombre que había demostrado entereza y valor, y que bien podría haberse identificado consigo mismo, reciente triunfador de su propia causa. Napoleón Bonaparte había proclamado la libertad de los hombres, y así se convirtió en el símbolo de un profundo sentimiento liberal. Poco después de finalizar la Sinfonía que había dedicado a Bonaparte, se enteró que el Primer Cónsul de Francia se había proclamado Emperador, y prestamente modificó la dedicatoria, sintetizando: "A la memoria de un gran hombre".
Pero había otros valores que dan cuenta del señalado alcance de esta sinfonía. Beethoven fue el primer artista que no dependió de tutelajes económicos de la nobleza o eclesiásticos y siempre reclamó su derecho a disfrutar la autonomía de su mente, al prestigio de su propio ego, a decidir la música de acuerdo a sus principios morales, en fin, fue el primer músico que estableció el verdadero alcance del Romanticismo.Y ese viraje fue plasmado con la Eroica; en ella Beethoven se rebela y crea su propio idioma, se emancipa a sí mismo, dejando atrás la dialéctica de Haydn y Mozart.

El movimiento inicial se presenta con gran energía, a través de dos acordes de tónica, que luego son afirmados con un juego arpegiado de las mismas notas. Recrea este símbolo musical, con síncopas de los violines, que enfatizan el carácter épico del movimiento.

La Marcha Fúnebre es de estructura compleja y más complicada que lo habitual en estas instancias. La retórica se acrecienta cuando intercala una parte fugada, con el germen del Tema Fúnebre. Según algunos historiadores, este fragmento está relacionado con la muerte del General Abercrombie, en la batalla de Alejandría de 1801. Este aserto probaría que Beethoven no pretendía ofrecer un retrato musical de Napoleón en esta Sinfonía, sino una epopeya de sucesos heroicos.

El Scherzo aporta enorme vitalidad, con algarabía de las cuerdas, en ingenioso diseño y una justamente célebre intervención de tres trompas en la sección central o Trío.

El Finale comienza exponiendo un sencillo tema en stacatto, a cargo de las cuerdas bajas, que es punto de partida de once variaciones. Una Coda fervorosa sirve de Presto final.

La idea original, ligada hondamente a los principios morales del artista, fue coronada con una poderosa concreción. Esta Sinfonía Eroica, paradigma de la literatura sinfónica y referente obligado de los compositores que lo sucedieron, fue estrenada el 7 de Abril de 1805, en un concierto celebrado en Viena, con la dirección de Franz Clement.

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