John Williams, guitarra
Orquesta Sinfónica de la BBC
Paul Daniel, director
Nunca una obra española alcanzó tal popularidad, y
probablemente pasará mucho tiempo antes de que otra le haga siquiera sombra, ni
aún dentro de la amplia producción del maestro valenciano; ése, sin duda,
seguramente haya sido uno de sus grandes logros. El otro es colocar la guitarra
en el máximo punto de mira del espectador, hacerla protagonista frente a la
orquesta, lo que, junto a la enorme acogida y difusión de este concierto, ha
dado lugar a una literatura posterior orquestal impensable hasta la fecha. Es
importante, de igual manera, el enlace que supone con la música de nuestros
vihuelistas españoles, continuado posteriormente por Sor o Tárrega.
Por otro lado, los estudios del saguntino en París, la
influencia de contemporáneos como Falla y Turina, la guía rectora nunca
olvidada de Barbieri, todo confluye en esta obra, al igual que un no oculto
afán de popularidad por parte de su autor. El maestro reconoce asimismo la
materialización de un sentir popular a través de la guitarra, que
"cristaliza por primera vez en el homenaje a Debussy de nuestro gran
maestro Manuel de Falla. Ya ha salido, pues, la guitarra de las manos del
pueblo, rezumante de dejos populares: su técnica, por virtud de los dedos, casi
más que sensibles, sensitivos de Tárrega, se ha ensanchado prodigiosamente
[...]". Por otro lado, hay un reencuentro con la música de Bach, con el
barroco en general, con las cuadraturas neoclásicas, con la música palaciega,
con la popular, dieciochesca, bañada por la luz ciega del mediterráneo
rodriguesco. El maestro no tiene inconveniente en ubicar el concierto con
cierta precisión: "una época a lo largo de la cual los fandangos se
quiebran en fandanguillos, y el cante y las bulerías estremecen el ámbito
hispano: Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, toreros, Aranjuez, América".
La ambición exacta la recoge Sopeña, del que no debemos
perder una coma: "parece querer dos cosas pintiparadas para la fórmula
"concierto", dos cosas que la música española venía presintiendo:
fantasía personal, inspiración libre de lazos pintorescos, apoyada en datos
propios y alusivos de atmósfera y de perfume. La música más bella de Granados y
la más romántica -Quejas- llega a esa
doble meta a través del ornamento pianístico. Además, teníamos cansancio de
estrépitos: ¿era posible una música española tierna y no trágica? (Rodrigo). Y
así fue. Esas cosas tenían que hacerse con la guitarra." Por último,
consignemos que el estreno tuvo lugar en Barcelona el 9 de noviembre de 1940,
con el éxito que luego no le ha abandonado. El primer intérprete fue Regino
Sainz de la Maza, a la vez que fiel ayuda al maestro en los escollos puramente
técnicos ("¡Qué de idas y venidas de Regino a Rodrigo!" diría
Sopeña). La noche anterior al estreno fue de nervios. Vayá Pla nos cuenta que,
viajando en tren de Madrid a Barcelona compositor e intérprete, "Regino,
que no había pegado ojo en toda la noche, despertó al compositor: A
consecuencia de estas palabras, dejaron de dormir los dos..."
Sobresale en todo el concierto un sentido enorme de
unicidad. En los tres movimientos, todo parte de un tema principal; en los
tres, la célula motriz coincide con dos notas breves en anacrusa y una larga de
carácter tético, que en los movimientos extremos se materializa en dos corcheas
y una negra.
La popularidad de este concierto se debe fundamentalmente a
la belleza innegable de su segundo movimiento, hasta el punto de confundirse
con frecuencia la obra entera con esta sola bellísima página. Si la escritura
de Rodrigo resulta siempre de una encantadora sencillez, es en este inspirado
momento donde más evidente se hace, en un desarrollo hasta la extenuación del
motivo principal.
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