jueves, 18 de abril de 2013

Ludwig van Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 5 en mi bemol mayor, op. 73

Krystian Zimerman
 Orquesta Filarmónica de Viena
Leonard Bernstein, director
 
Beethoven terminó el Concierto nº 5 para piano y orquesta, en Mi bemol mayor, Opus 73, en 1809, año de la derrota austríaca en Wagram que también sería testigo de la segunda ocupación francesa de Viena, con Napoleón instalado en el Palacio de Schönbrunn. La toma de la ciudad por los franceses enfureció a Beethoven; se cuenta que en un café se dirigió agresivamente a un oficial diciéndole “Si yo fuera general y supiera de estrategia militar tanto como sé de contrapunto, le daría a sus amigos en qué pensar”.
El Quinto Concierto fue el primero en no ser estrenado por el propio Beethoven, lo que representa toda una novedad en un género que hasta entonces había tenido como una de sus finalidades principales la presentación en público de pianistas-compositores, caso de Mozart, o del propio Beethoven, y aún de músicos posteriores como Chopin. Beethoven había sido solista en el estreno de sus cuatro primeros conciertos para piano. Sus primeros triunfos como pianista en Viena le habían consagrado como virtuoso, pero en 1809 cuando terminó su quinto concierto, estaba demasiado sordo para tocarlo; esa puede ser una de las razones por las que el Concierto “Emperador” fuera el último.
Por causa de la guerra el estreno del concierto debió esperar dos años. Finalmente tuvo lugar en Leipzig el 28 de noviembre de 1811, con Friedrich Schneider como solista. La obra fue recibida con gran entusiasmo; el Allgemaine Musikalische Zeitung de enero de 1812 publicó en su arrebatada crónica: “Es sin duda uno de los más originales, imaginativos pero también uno de los más difíciles entre los conciertos existentes” y que el público que llenaba la sala estaba “en un estado tal de entusiasmo que apenas podía conformarse con las expresiones habituales de reconocimiento y júbilo”.
Para el estreno vienés, que tuvo lugar tres meses después, Beethoven eligió como solista a su alumno Carl Czerny, pero no hubo éxito. El periódico Talía atribuyó el fallo al hecho de que Beethoven rehusó por sobreestimación y orgullo a escribir para su público; el editor respondió “Sólo puede ser comprendido y apreciado por verdaderos conocedores”.
El sobrenombre de “Emperador” con el que suele designarse este concierto no procede de Beethoven, aunque parece haberse difundido ya en tiempos del compositor. Por otra parte, la grandeza monumental de la obra no lo hace del todo inadecuado. Sin olvidar la originalidad del magnífico Cuarto concierto para piano en Sol mayor, opus 58, el Quinto tiene en la historia del género un papel parecido al de la Sinfonía  "Eroica", debido a la forma en que amplía los límites de la tradición.
El “Emperador” tiene una duración muy superior a la de cualquier obra anterior del género concertante, lo que sería solamente anecdótico si no fuera por el hecho, mucho más trascendente, de que la complejidad y solidez de las relaciones tonales, la exigencia sinfónica de su desarrollo motívico, la profundidad expresiva y la dificultad virtuosística de la parte solista están a la altura de las ambiciosas dimensiones.

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