"Me sorprende mucho que
permitiera filmar el ensayo, no va con la idea que tengo de él."
Otto Schenk,
Director escénico y amigo.
Todas las actuaciones públicas de
Carlos Kleiber constituían un verdadero acontecimiento. Hombre muy riguroso y
tremendamente autoexigente, imponía a los que trabajaban con él enormes dosis
de perfeccionismo. Quizá sólo dos grandes directores aparte de él ―Herbert von
Karajan y Sergiu Celibidache, salvando las enormes diferencias
técnico-estilísticas entre ambos― pueden comparársele en estos aspectos.
Carlos Kleiber confeccionó un
repertorio muy selecto ―y exiguo― de partituras con las que trabajaría durante
los treinta últimos años de su vida: algunas sinfonías de Ludwig van Beethoven,
de Wolfgang Amadeus Mozart y de Johannes Brahms, el repertorio de la dinastía
Strauss, y un selecto número de óperas: La
Bohéme, Otello, Carmen, Tristán e Isolda, Der
Freischütz, Elektra, El caballero de la rosa y Wozzeck – esta última, estrenada por su
padre Erich en la Staatsoper de Berlín en 1925, bajo la supervisión del propio
Alban Berg.
Uno de los puntos en los que
coinciden la gran mayoría de músicos que han trabajado con Carlos Kleiber está
relacionado con sus ensayos –realizados siempre a puerta cerrada−. Hay quienes
afirman que un solo ensayo con él valía toda una carrera en el conservatorio.
En las largas e intensas jornadas
en las que Carlos analizaba con gran detalle cada compás de cada obra, cada
nota, cada silencio, nada se dejaba al azar. Kleiber era un “alquimista
musical”, alguien que conocía perfectamente su profesión y que se zambullía en
cada partitura como si hubiese sido compuesta en aquel preciso instante, sin
dejarse llevar por prejuicios interpretativos o corrientes estilísticas
pretéritas.
De ahí que nuestro genial
director argentino se transformase en el podio en pura fantasía e
improvisación, sumergiéndose y dejándose llevar por el flujo de los sonidos. Su
máximo respeto por todos y cada uno de los instrumentistas de las orquestas a
las que dirigía –otorgándoles gran libertad− le convertía en una persona afable
en el trato, en hombre dialogante y en músico dispuesto a escuchar
planteamientos diferentes a los suyos. La imposición nunca fue su modus operandi.
En este ensayo legendario,
grabado en Stuttgart en 1970, Carlos Kleiber pone de relieve su singular forma
de entender, no sin tenue pasión, la obra maestra de Johann Strauss (hijo). Su
manera de transmitir a los músicos cómo debe ser entendida se aprecia en varias
escenas donde subraya todo lo dicho con singular interés. Por ejemplo, cuando
manda al percusionista que toque las campanas tubulares detrás del escenario y
le dice que lo haga de oído.
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