Título original: My Fair Lady.
Año: 1964.
Duración: 170
min.
País: Estados
Unidos.
Director: George
Cukor.
Guión: Alan
Jay Lerner, sobre “Pigmalión”, de George Bernard Shaw.
Música: Frederick
Loewe.
Fotografía: Harry Stradling.
Productora: Warner Bros. Pictures; Productor: Jack L. Warner.
Reparto: Audrey
Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Wilfrid Hyde-White, Gladys Cooper,
Jeremy Brett, Theodore Bikel.
Sinopsis: Versión
cinematográfica del mito de Pigmalión, inspirada en la obra teatral homónima
del escritor irlandés G.B. Shaw (1856-1950).
En una lluviosa noche de 1912, el excéntrico y snob lingüista
Henry Higgins conoce a Eliza Doolittle, una harapienta y ordinaria vendedora de
violetas. El vulgar lenguaje de la florista despierta tanto su interés que hace
una arriesgada apuesta con su amigo el coronel Pickering: se compromete a
enseñarle a hablar correctamente el inglés y a hacerla pasar por una dama de la
alta sociedad en un plazo de seis meses.
Comentarios:
El Pigmalión de Shaw es un célebre fonetista londinense que se
aplica a convertir a una vulgar y malhablada florista callejera en una dama
capaz de pasar por duquesa en una recepción diplomática, mediante el expediente
de enseñarle a hablar correctamente. En las alternativas de esa educación —que
es también una éducation sentimentale—
el comediógrafo encontró un camino admirable para cumplir con sus fines, que
eran como siempre los de fustigar a la sociedad en que le tocó vivir y crear.
Así, en las entrelíneas de un diálogo siempre chispeante, Shaw expande su
sátira a lo superficial y espurio de las distinciones de clase y se solaza en
subvertir las diferencias sociales, mostrando que lo que separa a una florista
de una duquesa es el vestido y la pronunciación, y que una se diferencia de la
otra "no por cómo se comporta sino por cómo es tratada". Aunque como
en anteriores ocasiones todos los personajes representan algo, tanto Elisa como
el profesor Higgins y tanto el coronel Pickering como Doolittle son criaturas
de enorme encarnadura dramática y sus réplicas son fuente de deleite permanente
para el espectador o el lector, en especial las de ese filósofo popular que es
Doolittle, con su afirmación —que Shaw hace suya— de que la moral es cosa de
ricos. Una opinión que (no tan extrañamente si se toma en cuenta que el
dramaturgo alemán fue un ferviente shawiano) reaparece en Brecht con su famoso
"Dennos el pan, y luego la moral".
Molesto por la recepción que algunas de sus obras
inmediatamente anteriores habían tenido en Inglaterra, Shaw hizo arreglos para
que Pigmalión se estrenase en Viena, donde fue presentada por primera vez el 16
de octubre de 1913, ofreciéndose quince días después en Berlín. El estreno
londinense tuvo lugar el 11 de abril del año siguiente, y corrió por cuenta de
dos ilustres intérpretes de la época, Mrs. Patrick Campbell (en cuya larga
correspondencia con Shaw se basó Jerome Kilty para armar su exitosa pieza
Querido mentiroso) y Sir Herbert Beerbohm Tree. En su discurso, al término de
la triunfal función inaugural, este último anunció que "el autor se sintió
tan molesto ante los encendidos y reiterados aplausos que no pudo soportarlos más
y huyó del teatro, visiblemente indignado". Evidentemente, Shaw no
vacilaba siquiera en insultar al público con tal de hacerse notar.
Pigmalión tuvo más tarde intérpretes prestigiosos y/o
populares como las anglonorteamericanas Gertrude Lawrence, Lynn Fontanne,
Raymond Massey y Alfred Lunt, y la española Catalina Barcena. En 1939, luego de
interminables cabildeos, el director Gabriel Pascal logró que Shaw, enemigo
acérrimo del séptimo arte, accediera a una adaptación cinematográfica de la
obra. Interpretada por Leslie Howard y Wendy Hiller, la película fue un gran
éxito artístico y contribuyó decisivamente a la difusión popular del nombre de
Shaw. Más aún, sin embargo, lo hizo la comedia musical que en 1956 escribieron
el libretista Alan Jay Lerner y el compositor Frederick Loewe con el título de My Fair Lady (Mi bella dama). Estrenada
en Nueva York por Julie Andrews y Rex Harrison, el musical, que llegaría a dar
la vuelta al mundo, pareció un modelo de fidelidad al original y por lo tanto
un dechado de gracia intencionada. Shaw, el crítico demoledor, el sempiterno
iconoclasta, hubiera estado conforme.
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