Maria Callas, soprano
Si hubiera que elegir un solo fragmento para definir toda
una época de belcanto sería sin duda Casta Diva, la cavatina de la
soprano de Norma, la obra maestra de Vincenzo Bellini.
De melodía frágil, misteriosa, distante, que fluye de forma
natural, suave y profunda, insondable, altiva y fuerte, es un canto inspirado que acaricia al oyente
para aproximarse a él con temor y reverencia, con dulzura.
Esta página de secreta
alquimia, difícil de apreciar en su totalidad, revela algo nuevo cada
vez que se escucha: un abismo sorprendente, casi susurrado, como una letanía obsesiva, inquietante…
atemporal.
Y curiosamente no hay un virtuosismo complicado en exceso, tampoco hay que lucirse con
agilidades imposibles o agudos extremos, sin embargo es, probablemente, una de
las arias más difíciles del
repertorio para soprano. ¿Por qué? Porque existe el riesgo de caer con cada respiración
y no mantener la exacta línea de canto,
porque las palabras engañan a la melodía y deben ser pronunciadas en el hilo
de aliento, porque la orquesta y el coro no son de ayuda sino todo lo
contrario, porque el acompañamiento, simple en apariencia, hace casi
imposible conseguir la perfección en esta escritura celeste y mortal.
Norma es la
gran sacerdotisa de una religión ancestral. Estamos en la Galia ocupada por Roma, siglo primero a. C. Es
de noche, la luna ilumina el bosque sagrado de los druidas, los galos se reúnen
esperando a la sacerdotisa y decididos a entablar una guerra contra Roma.
Aparece Norma que calma
sus ánimos pidiendo la paz. Presagiando la caída de los romanos, no
por la guerra sino por sus vicios, corta una rama del muérdago sagrado y la
ofrece al dios Irminsul, alzando sus brazos al cielo. Todos se postran y
empieza su oración invocando a la Luna.
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