Lynne Dawson, soprano
Nicole Heaston, soprano
Magdalena Kozená, mezzosoprano
Charlotte Hellekant, contralto
Brian Asawa, contratenor
John M. Ainsley, tenor
Russell Smythe, barítono
Brian Bannantyne-Scott, bajo
Les Musiciens du Louvre-Grenoble
Marc Minkowski, director
Haendel no sólo fue
un gran compositor, sino también un vivo hombre de negocios que se adaptaba a
los gustos y apetencias de los públicos. Tras unos años de idas y venidas a
Londres, en 1717 se estableció definitivamente en la capital británica, donde
triunfaron sus óperas de estilo italiano. Todo fue bien hasta que por los años
30 los públicos londinenses se cansaron de las pomposas elaboraciones
dramáticas y los ridículos argumentos italianizantes. Fue entonces cuando el
músico se orientó definitivamente a escribir oratorios (Débora, Israel en Egipto, Saúl...), basados en textos del Antiguo
Testamento con los que estaban familiarizados los británicos, y que se
consideraban apropiados para el tiempo de Cuaresma. La nueva forma dramática
podía ser rentable, pues se aminoraban los gastos escénicos y se daba entrada a
solistas y coros locales con el consiguiente ahorro de los costosos contratos
de los cantantes italianos.
De vuelta a Londres, Haendel intentó presentar su nuevo oratorio, pero, según Robbins Landon, hubo “fuerte oposición a escuchar las palabras del Nuevo Testamento en un teatro y de parte de actores y actrices de dudosos hábitos sexuales”. Tras ser aclamado su oratorio Sansón, cambió de título a El Mesías y lo propuso al Covent Garden como “un nuevo oratorio sagrado”, intentando eludir la indignación de los más puritanos de entre la audiencia, en especial de Edmund Gibson, el obispo de Londres. Fue tras la muerte de éste cuando se montó la obra con su título original, siendo aceptada como era debido, eso sí, siempre con fines benéficos. Desde entonces, se puede decir que es una de las pocas obras barrocas que se han interpretado sin interrupción desde su estreno.
Existen muy diferentes versiones en cuanto a contenidos e instrumentación. Así, en 1884 se celebró una representación de El Mesías con más de 500 músicos para conmemorar el centenario del fallecimiento del compositor, que se cifraba erróneamente en 1784. En otra ocasión Bernard Shaw informó en una de sus críticas sobre la interpretación a cargo de unos 4. 000 participantes.
Charles Jennens, un rico hacendado de Leicester, escritor de segunda fila, pasó a la historia al escribir para Haendel el texto de El Mesías. Evitó el relato de forma narrativa y no presentó personajes ni conflictos dramáticos. Los elementos del Antiguo y Nuevo Testamento se engarzan hábilmente y la “acción” tiende inevitablemente hacia la esencia de la teología judeo-cristiana desde las profecías hasta la Natividad, Crucifixión, Ascensión y Redención. Fue un acertado libreto que Haendel aprovechó con la habilidad de un maestro de la música escénica. Eludió lo teatral y concedió al coro el principal papel, poniendo el énfasis en la expresión de la comunidad antes que la de los individuos, y procuró la mayor sencillez de las arias.
De los veinte oratorios que compuso el músico de Halle, El Mesías es el único escrito sobre un tema cristiano, un apreciado monumento musical presente en el repertorio de las orquestas y coros de todo el mundo independientemente de su contenido religioso. Es conocida historia de que Haendel lo compuso en sólo veinticuatro días trabajando tan afanado que rehusaba la comida y bebida. Se dice que al final exclamó: “Creo que he visto el cielo y al mismo Dios”, lo que no indica que fuera concebido con destino a la liturgia ni para ser cantado en un lugar sagrado, sino más bien en salas de conciertos o teatros.
La obra contiene amplia variedad de melodías presentadas de diferentes maneras; los “recitativos” usan ritmos irregulares relacionando la música con las inflexiones del habla normal; las arias de los solistas son unas veces descriptivas y otras de carácter meditativo. Grandes secciones corales exploran amplia variedad de estilos: polifónico, cuyas melodías engarzan las diferentes voces; armónico, con grandes bloques de acordes que se cantan enérgicamente; y contiene también partes “fugadas” en las que Haendel muestra su habilidad como compositor.
La orquesta consiste básicamente en las cuerdas, oboes y fagotes que refuerzan a los coros, más el clave y órgano para rellenar la armonía. Como recurso especial, Haendel introduce la pareja de trompetas y los timbales aunque no los prodiga mucho, como ejemplo, en el coro “Gloria a Dios” a cierta distancia y un tanto suave. También aparecen las trompetas en el “Aleluya”, tras la primera enunciación “que reine el Dios Omnipotente” como emblemas de gloria que irrumpen causando un impacto más que excitante. En cualquier caso, tanto la orquestación como la elección de los números y reparto a los solistas es muy variable desde los tiempos del mismo Haendel, y persiste en numerosas ediciones y grabaciones que abundan en el mercado.
La obra completa consta de 52 números, a saber: 16 arias, 1 dueto, 8 recitativos acompañados y 5 secos, 21 coros, y una sinfonía pastoral, todos precedidos de una obertura. Los doce números de apertura contienen profecías del Antiguo Testamento, que anuncian la inminente venida del Mesías, tras los que se refiere al nacimiento de Cristo y la promesa de su extraordinario poder. La parte segunda trata sobre la Redención (Pasión, Muerte, Resurrección Ascensión) todo lo cual fluye gradualmente hasta el “Aleluya”, una gloriosa explosión de alegría. Finalmente y con texto casi exclusivamente de la Carta de San Pablo a los Corintios, se procede a una especie de epílogo en el que Jennens combinó los textos para reflexionar sobre la segunda venida de Cristo y su papel en la salvación de la humanidad.
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