Escena inicial
Empeño de muchos ha sido
fotografiar la vida de las calles de Nueva York y acierto de unos pocos sacar
una radiografía completa de la ciudad de los rascacielos. Martin Scorsese y
Francis Ford Coppola lo lograron mostrando los bajos fondos y el crimen organizado.
Woody Allen también lo consiguió, pero ofreciendo una cara mucho más amable,
sin violencia pero con un deje melancólico.
En este sentido, el prólogo de Manhattan es toda una declaración de
intenciones. Cual si fuera un poema sinfónico, la cuna de Occidente nos abre
sus puertas, enseñándonos sus imponentes edificios, su tráfico vertiginoso y su
ritmo de vida frenético, en un montaje acelerado que culmina con unos fuegos
artificiales, todo ello al son de la maravillosa y estilizada Rhapsody in Blue, de George Gershwin.
Esta obertura es, por sí sola, la más hermosa oda que se ha dedicado a la
ciudad de Nueva York, verdadero protagonista y embajador de la hondura de esta
película.
Manhattan fue el primer filme de
Woody Allen rodado en blanco y negro y en formato Panavisión, y en él se
aprecia un prurito esteticista al que es poco dado su autor. El excelente
trabajo del director de fotografía Gordon Willis se nota en los encuadres
medidos, en los planos sostenidos, en el fuera de campo, en los claroscuros,
incluso en esa neblina que envuelve la ciudad y que le confiere un aura entre
mágica y mefítica.
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