Personajes
Don Ramiro: Juan Diego Flórez, tenor
Angelina: Joyce di Donato, mezzosoprano
Dandini: David Menéndez, barítono
Don Magnifico: Bruno de Simone, bajo
Clorinda: Cristina Obregón, soprano
Tisbe: Itxaro Mentxaka, mezzosoprano
Alidoro: Simón Orfila, bajo
Director: Patrick Summers
Director escénico: Joan Font
Gran Teatro del Liceu (2008)
Angelina: Joyce di Donato, mezzosoprano
Dandini: David Menéndez, barítono
Don Magnifico: Bruno de Simone, bajo
Clorinda: Cristina Obregón, soprano
Tisbe: Itxaro Mentxaka, mezzosoprano
Alidoro: Simón Orfila, bajo
Director: Patrick Summers
Director escénico: Joan Font
Gran Teatro del Liceu (2008)
Argumento
La acción se
desarrolla en fecha indeterminada, a finales del siglo XVIII o principios del
XIX en Salerno (Italia), en parte en el viejo palacio de Don Magnifico y en
parte en la quinta del príncipe, distantes entre ellas media milla.
ACTO I
Don Magnifico tiene
dos hijas, Clorinda y Tisbe, además de una hijastra, Angelina, apodada
Cenicienta, ya que la tienen como criada para limpiar y atender la cocina.
Magnifico ha caído en la pobreza y sueña con un pretendiente rico para sus
hijas. El príncipe Ramiro busca esposa y envía a Alidoro, su maestro, a buscar
información. Disfrazado de mendigo, Alidoro pone a prueba el alma de las hijas
de Magnifico pero sólo encuentra compasión en Cenicienta. La invitación al
baile del príncipe despierta la esperanza en Clorinda y Tisbe, que se arreglan
y acicalan. Magnífico se alegra porque su sueño de riqueza por fin se hace
realidad. Por consejo de Alidoro, Ramiro visita la casa de Magnifico disfrazado
de criado, se enamora de Cenicienta y su amor se ve correspondido.
Por el contrario,
Dandini, el criado vestido de príncipe, recibe las atenciones de las otras dos
hermanas. Todos se dirigen al palacio; sólo a Cenicienta no le es permitido.
Alidoro le envía un traje maravilloso para que pueda seguir a sus hermanastras.
Durante el baile, el criado Dandini disfruta de su papel como príncipe y nombra
como mayordomo a Magnifico. Llega Angelina y se produce una confusión por su
gran parecido con Cenicienta.
ACTO II
Don Magnifico y sus
hijas se alegran de haber conquistado al príncipe, que no es más que Dandini.
Entretanto, Ramiro declara su amor a Cenicienta y ella le regala un brazalete:
si la ama de veras deberá encontrar la pareja de éste, que estará en su brazo.
Después desaparece y Ramiro decide salir con todos sus hombres a buscarla.
Dandini confiesa la verdad a Don Magnifico que regresa indignado a su casa con
sus dos hijas. También Ramiro ha ido a casa de Don Magnifico, pero esta vez
como príncipe. Allí encuentra la pareja del brazalete en Cenicienta, a quien
toma para desposarla. Las hermanastras y el padrastro reniegan y maldicen
decepcionados. El príncipe quiere castigarlos, pero Cenicienta le ruega que
tenga compasión de ellos y los perdone.
En La
Cenerentola existe una correspondencia perfecta entre virtuosismo y virtud.
Angelina, la protagonista de la ópera, es la más buena y también la que más
valiosamente canta. El compositor le reserva una parte vocal brillante y
difícil, repleta de deslumbrantes ornamentaciones: ahí reside su superioridad
sobre los demás personajes. Las hermanastras, en cambio, tienen un canto que
suele ser mecánico y gélido. Rossini es representante de una tradición, la belcantista, en la que el canto es
portador de una verdad que va más allá de las apariencias. El sirviente Dandini
no deja de cantar buffo aunque esté
disfrazado de príncipe; Don Ramiro no pierde la nobleza de su canto ni siquiera
cuando se encuentra camuflado de escudero.
En esta ópera el
compositor expresa su personal visión de la vida, su pesimismo teñido de dulce
ironía. La comicidad no nace de la burla, sino más bien del desfase que se
produce entre el desorden de la vida (sus imprevistos, sus trastornos) y el
orden propio del elemento musical. Lo absurdo es el resultado de un exceso de
simetría dentro de algo que es íntimamente caótico o, mejor dicho, según la
acertada definición de Stendhal, “una locura organizada”. En las piezas de
conjunto, construidas como máquinas musicales que parecen proceder por sí solas
y perfectamente engrasadas, los personajes rossinianos quedan como atrapados,
víctimas de una fuerza superior e incontrolable que los dirige. Es la misma
desorientación, la misma imposibilidad para dirigir o descifrar los
acontecimientos que afectaba a una sociedad y un mundo empeñados en el difícil
paso entre Ilustración y Romanticismo. Al final de Cenerentola, Rossini nos dice que la verdadera victoria del
individuo consiste en la aceptación de la condición humana, de sus límites y
sorpresas.
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