Ann-Sophie Mutter, violín
Lambert Orkis, piano
I. Allegro
II. Adagio molto espressivo
III. Scherzo: Allegro molto
IV. Rondo: Allegro ma non troppo
Esta
sonata es la más luminosa de todas las que compuso Beethoven para piano y violín, sin que ello implique que la
concibiera a la ligera. Los célebres primeros compases del Allegro inicial, por ejemplo, le exigieron mucho trabajo. Desde la
opus 12, una nueva profundidad, arropada por una maestría igualmente renovada,
va haciendo realidad las tempranas promesas y dibujando el futuro. La sonata La Primavera da perfecto testimonio de
este equilibrio.
El
tema principal del primer movimiento presenta un carácter muy schubertiano: no
solamente por su frescura y sencilla alegría, sino también por la expresividad
que vuelca Beethoven en él, por ejemplo, en sus cadencias. Pese a todo, se
trata de un tema tan típico que, aparte alguna que otra ingeniosa
transformación ―particularmente en la coda― el compositor destina todo lo que
es esencial de su trabajo creativo al segundo tema y a los motivos que le
acompañan.
El
aludido segundo tema es muy característico: un trazo en semicorchea que
concluye en blanca anunciado con todo boato por el registro alto del violín.
Más importantes todavía, son quizás, las terceras descendentes, con su ritmo
punteado, con el cual el tema arranca: estos fragmentos, sus variantes (intervalos
invertidos, por ejemplo) o el intervalo ciertamente sorprendente de la figura
central son los soportes de un dinamismo latente, de una plasticidad del
movimiento que siempre Beethoven se cuidó de expresar. Hasta la reexposición,
esos diferentes elementos resultan fáciles de observar. Pero lo que realmente
resulta notable es el hecho de que la perfecta elaboración del primer tema
excluye su reaparición como un mero y agradable episodio, pues así se correría
el riesgo de introducir un fallo en la estructura del conjunto. No obstante, su
perfil, su silueta, reaparece constantemente; a veces, incluso su hechura toda,
pero ya ilusivamente transformada.
Los
restantes movimientos son menos complejos, pero tan llenos de interés que
resulta difícil saber por dónde empezar. El oído menos atento descubrirá,
después de algunas audiciones, la sutil semejanza que el simple tema del Adagio presenta con el motivo de la
apertura del primero: tempo,
tonalidad, carácter y tratamiento (los dos instrumentos adornan delicadamente
sus respectivas exposiciones) revelando que aun siendo todo inmensamente
diferente, los caracteres semejantes son, sin embargo, claramente visibles.
En
el Scherzo, algunos acordes
insospechados parecen quebrar el habitual plan armónico y este artificio,
ligado a un tema festivo, da al movimiento un aire desenfadado, actitud
contrapesada solamente en el Trio, en
el que piano y violín intercambian escalas mutuamente y se replican en breves y
agudos epigramas.
Tras
este torneo violín-piano, se queda uno extrañamente sorprendido al encontrarse
con un garboso Rondo cuyo tema parece
ostentar la expresión de alguien que gastara una broma afortunada. Los
sostenidos del violín imprimen cierta amable respetabilidad al conjunto, pero
si la viveza del primer movimiento se repite, su misterio, en cambio, ha
desaparecido. El tema, radiante de un humor sin sutilezas, aparece bajo las
formas más insospechadas, como la de una figura de bajo en el piano, por
ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.