martes, 6 de noviembre de 2012

L. van Beethoven: Sinfonía nº 8 en Fa mayor, op. 93

Deutsche Kammerphilharmonie Bremen
Paavo Jarvi, director

 La Octava Sinfonía fue escrita entre 1811 y 1812 y estrenada el 27 de febrero de 1814. No lleva dedicatoria y fue calificada por el autor de “pequeña sinfonía en Fa mayor”, para diferenciarla de la Sexta, escrita en la misma tonalidad.

La originalidad del compositor prevalece una vez más. Y se revela que, en realidad, no asumió forma alguna: antes bien, las creó todas, y las desarrolló. En cierto modo, como apuntaba Einstein, hizo estallar la forma, aunque lo cierto es que no hay, ni siquiera en sus últimas composiciones, un solo movimiento, un solo compás que se aparte de la lógica musical más estricta o que exija una justificación extramusical. La Octava es, después de la Primera y la Segunda, la más clásica de todas; pero su clasicismo es muy de otro signo. El biógrafo Schönewolf escribía que la obra «es una escena musical por la que el compositor expresa su sueño de hombre afortunado y libre que vive un día de fiesta en la alegría». Optimismo sincero, humor, ironía cordial —muy a lo Haydn— y la alegría de la libertad son cosas que se desprenden, en efecto, de esta partitura, llena de ideas variadas, de jugosas exploraciones y dotada de una coherencia inigualable.
Desde que el arrebatado Allegro vivace inicial en Fa mayor, 3/4 irrumpe inopinadamente en los violines, que enuncian un tema de una energía avasalladora, la música fluye en permanente estado de excitación. El segundo tema, en re mayor, supone una breve respiración gracias a la frase elegante, sostenida por alegres acotaciones del fagot. En el desarrollo el primer tema se traslada a Fa menor, con lo que la música adquiere un aire pasajeramente más reflexivo. Coda que se cierra con un sorprendente pianísimo en el que se recuerda el primer tema.
En contra de lo habitual y como ya había hecho en la Séptima, Beethoven introdujo a continuación un movimiento tipo scherzo, un Allegretto scherzando, en si bemol y 2/4, que se circula en principio sobre una batería rítmica, sempre staccato, de maderas (excepto flautas) y trompas. El primer tema lo presentan los violines y se traslada luego al resto de la cuerda. Hay algo de mecánico en este fragmento. La habilidad del músico hace que se diluya en un discurso absolutamente expresivo y musical, al que se pliega un segundo motivo, muy cantabile, en violines y violas. Un delicioso divertimento.
Sigue un Tempo di menuetto en 3/4, muy breve, de ecos haydnianos. Continúa la utilización del ritmo bien marcado, ostinato, sobre el que los violines enuncian un alado motivo. Abundan los diálogos entre cuerdas y maderas. Trío protagonizado por un dúo de trompas, seguidos de clarinete sobre arpegios, sobre las notas que Beethoven tomó del toque del postillón de Karlsbad.
El Finale es un Allegro vivace en un furibundo 2/2 en el que se concentra la máxima energía y complejidad de la composición. Se extiende a lo largo de 103 compases, más que los tres movimientos anteriores juntos. Aquí aparece la forma rondó, muy propia de movimientos conclusivos en el XVIII. Los violines, en tresillos, exponen, piano, el primer tema. Enseguida el tutti entra como una exhalación repitiendo el motivo. Se suceden numerosas alternativas y los violines enuncian el segundo tema, de carácter cantable; flauta y oboe los secundan dolce. Las modulaciones, alteraciones, el empleo del contrapunto van configurando una música que desemboca en una coda en la que se insiste en el tresillo inicial. Una stretta conclusiva, de gran energía y poder rítmicos, con retazos del tema de apertura, se nos lleva de manera perentoria, en volandas, del forte al fortissimo, sobre el acorde de Fa mayor repetido a lo largo de veintitrés compases.

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