Deutsche Kammerphilharmonie Bremen
Paavo Jarvi, director
Paavo Jarvi, director
La Octava Sinfonía
fue escrita entre 1811 y 1812 y estrenada el 27 de febrero de 1814. No lleva
dedicatoria y fue calificada por el autor de “pequeña sinfonía en Fa mayor”, para
diferenciarla de la Sexta, escrita en la misma tonalidad.
La originalidad del compositor prevalece una vez más. Y se
revela que, en realidad, no asumió forma alguna: antes bien, las creó todas, y
las desarrolló. En cierto modo, como apuntaba Einstein, hizo estallar la forma,
aunque lo cierto es que no hay, ni siquiera en sus últimas composiciones, un
solo movimiento, un solo compás que se aparte de la lógica musical más estricta
o que exija una justificación extramusical. La Octava es, después de la Primera
y la Segunda, la más clásica de
todas; pero su clasicismo es muy de otro signo. El biógrafo Schönewolf escribía
que la obra «es una escena musical por la que el compositor expresa su sueño de
hombre afortunado y libre que vive un día de fiesta en la alegría». Optimismo sincero,
humor, ironía cordial —muy a lo Haydn— y la alegría de la libertad son cosas
que se desprenden, en efecto, de esta partitura, llena de ideas variadas, de
jugosas exploraciones y dotada de una coherencia inigualable.
Desde que el arrebatado Allegro
vivace inicial en Fa mayor, 3/4 irrumpe inopinadamente en los
violines, que enuncian un tema de una energía avasalladora, la música fluye en
permanente estado de excitación. El segundo tema, en re mayor, supone una breve
respiración gracias a la frase elegante, sostenida por alegres acotaciones del
fagot. En el desarrollo el primer tema se traslada a Fa menor, con lo que la
música adquiere un aire pasajeramente más reflexivo. Coda que se cierra con un sorprendente
pianísimo en el que se recuerda el primer tema.
En contra de lo habitual y como ya había hecho en la
Séptima, Beethoven introdujo a continuación un movimiento tipo scherzo, un Allegretto scherzando, en si bemol y 2/4, que se circula en principio
sobre una batería rítmica, sempre
staccato, de maderas (excepto flautas) y trompas. El primer tema lo presentan
los violines y se traslada luego al resto de la cuerda. Hay algo de mecánico en
este fragmento. La habilidad del músico hace que se diluya en un discurso
absolutamente expresivo y musical, al que se pliega un segundo motivo, muy
cantabile, en violines y violas. Un delicioso divertimento.
Sigue un Tempo di menuetto
en 3/4, muy breve, de ecos haydnianos. Continúa la utilización del ritmo bien
marcado, ostinato, sobre el que los violines enuncian un alado motivo. Abundan
los diálogos entre cuerdas y maderas. Trío protagonizado por un dúo de trompas,
seguidos de clarinete sobre arpegios, sobre las notas que Beethoven tomó del toque del postillón de Karlsbad.
El Finale es un
Allegro vivace en un furibundo 2/2 en el que se concentra la máxima energía
y complejidad de la composición. Se extiende a lo largo de 103 compases, más
que los tres movimientos anteriores juntos. Aquí aparece la forma rondó, muy
propia de movimientos conclusivos en el XVIII. Los violines, en tresillos,
exponen, piano, el primer tema. Enseguida el tutti entra como una exhalación
repitiendo el motivo. Se suceden numerosas alternativas y los violines enuncian
el segundo tema, de carácter cantable; flauta y oboe los secundan dolce. Las modulaciones, alteraciones,
el empleo del contrapunto van configurando una música que desemboca en una coda
en la que se insiste en el tresillo inicial. Una stretta conclusiva, de gran
energía y poder rítmicos, con retazos del tema de apertura, se nos lleva de
manera perentoria, en volandas, del forte al fortissimo, sobre el acorde de Fa
mayor repetido a lo largo de veintitrés compases.
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