Natalia Gutman (Cello), Sviatoslav Richter (Piano), Oleg Kagan (Violín)
El Trío en la menor, Op. 50, es una de las grandes obras de cámara
de Chaikovski, contándose entre las más
interpretadas en el género, por cierto, sólo cultivado por el compositor ruso
en esta ocasión. Con tan magnífica obra, estructurada en dos movimientos, el
segundo de los cuales tiene dos partes, Chaikovski rindió homenaje a su gran
amigo y consejero Nicolai Rubinstein, ilustre pianista fundador del
Conservatorio de Moscú a cuyo claustro de profesores incorporó inmediatamente a
Chaikovski como catedrático de composición.
Rubinstein falleció en París el
20 de marzo de 1881 de un ataque al corazón. Su muerte suscitó mil recuerdos
felices al bueno de Piotr Ílich, que perduraron a lo largo de aquel año. A
finales del mismo decidió emprender una composición a la memoria de un gran
artista, para que pudiera ejecutarse en Moscú al conmemorarse el primer
aniversario de la muerte. Comenzó a escribir en Roma a comienzos de diciembre y
el 9 de febrero de 1882 puso fin a la obra. Como hemos dicho, Chaikovski eligió
el trío con piano, género nunca practicado por él, ya que no le gustaba la
combinación tímbrica de un violín y un violonchelo, y buena prueba de ello es
la ausencia de sonatas para ninguno de estos instrumentos. Pero, por un lado,
Nadejda von Meck le había pedido que compusiera algo para su trío particular,
cuyo pianista era un joven francés que se firmaba Claude De Bussy (sic). Y por
otro, su querido Nicolai fue, ante todo, un magnífico pianista. Surge así una
ele las más espléndidas creaciones de cámara de Chaikovski, cuyo estreno tuvo
lugar en el Conservatorio de Moscú el 23 de marzo de 1882.
El primer tiempo es de vastas
dimensiones. Se titula pezzo elegiaco
(pieza elegiaca) y aunque posee la forma sonata tiene un carácter rapsódico
bastante libre. Chaikovski no duda en darnos aquí expresivas y hondas melodías,
tiernas o nostálgicas, desde el triste comienzo de la pieza hasta su
melancólico final. El piano está tratado con el virtuosismo de un solista en un
gran concierto.
El segundo movimiento, más largo
aún si consideramos sus dos secciones, consiste en un tema con doce variaciones
en la primera sección. La segunda es un Finale
(Allegro risoluto e con fuoco) cuya
esencia constituye la duodécima variación, unida a las anteriores y
desarrollada al máximo. El tema sobre el que Chaikovski elabora sus variaciones
está claramente relacionado con la melodía que contrasta con el primer tema del
primer movimiento. Y este primer tema, de tan noble y sentida tristeza,
reaparecerá en la coda del Finale, variada
sobre un ritmo de marcha fúnebre. Chaikovski evoca al Rubinstein pianista a
través del piano en la décima variación, una mazurca muy chopiniana. En la
sexta encontramos uno de los más bellos valses de Chaikovski. Todo el
movimiento denota el esfuerzo del compositor por acceder a un esquema formal
complejo, evitando caer en la música de salón, riesgo que siempre le amenazaba.
En resumen, una música efusiva y
de trazo maestro que honra tanto al artista que la inspiró como a su creador.
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