Coro de la Abadía de Notre Dame de Fontgombault
El canto
llano es una forma sagrada que representa la música más temprana conocida de la
Iglesia Cristiana. La tradición del canto de los salmos en las sinagogas, fue
sin duda una fuerte influencia del canto cristiano. Este canto se desarrolló
separadamente en varios centros europeos. Entre los más importantes están Roma,
Hispania, la Galia, Milán e Irlanda. El canto era desarrollado como forma de
soporte a la liturgia local para la misa. Cada área desarrolló su propio canto
y reglas de celebración. En España se estilaba el canto mozárabe, que muestra
la influencia de la música del Norte de África. La liturgia mozárabe sobrevivió
incluso a la invasión musulmana. No obstante, fue una corriente aislada y esta
música sería suprimida más tarde en un intento de reforzar la conformidad con
la liturgia completa. En Milán el canto ambrosiano, así nombrado en honor a San
Ambrosio (340-397), obispo de Milán, fue la norma, mientras que el canto
beneventano se desarrolló alrededor de Benevento, otro centro litúrgico
italiano situado al norte de Nápoles. El canto gálico se empleaba en la Galia y
el canto celta, en Irlanda y Gran Bretaña.
El papa
Gregorio I (540-604) trabajó con sus ayudantes en un repertorio de música
litúrgica que se llamó «romano antiguo» y recogió la práctica musical de los
primeros cristianos con mayor fidelidad que las distintas interpretaciones que
se hacían en determinados ritos locales, introduciendo poco a poco innovaciones
y diferencias.
Durante
los siglos VII, VIII y IX se fue constituyendo y seleccionando un repertorio
que en honor a su primer recopilador, ha recibido después el nombre de canto gregoriano. En el siglo XI, la
Iglesia Católica Romana quiso estandarizar la celebración de la misa y los
cantos litúrgicos. En esa época Roma era el centro religioso de la Europa
occidental y París su centro político. Los esfuerzos de normalización
consistieron principalmente en combinar las dos versiones litúrgicas más
significativas, imperantes en Roma y la Galia.
El canto
gregoriano es monódico, o sea, consta de una sola línea melódica. En ella no
interviene en absoluto la armonía ni el contrapunto. Es colectivo, anónimo y
vocal, sin acompañamiento de instrumentos. El ritmo del canto gregoriano es
libre, no sometido a la rigidez métrica del compás, y en él la música fluye
potenciando el sentido del texto. Las obras gregorianas pueden compararse en su
construcción con un arco arquitectónico del románico: un punto de arranque que
tiende a alcanzar un clímax melódico y textual, tras el que se produce un
progresivo relajamiento final, una cadencia.
Aparte
de las formas responsorial y antifonal, el gregoriano puede ser silábico, si se
canta una sola nota en cada sílaba del texto, o melismático, canto que consiste
en florear ciertas sílabas con varias notas distintas, a veces muy numerosas.
De igual
manera que la difusión internacional del arte románico fue el resultado de un proceso
de integración político-religiosa, el canto gregoriano también estuvo sometido
a esa tendencia uniformadora que reyes y obispos, desde Carlomagno, trataron de
imponer tomando como base la recopilación ya iniciada por el papa Gregorio. La
expansión geográfica de la orden de los monjes benedictinos de Cluny,
portadores y ejecutores de estas ideas unificadoras, fue imponiendo el canto
romano antiguo a todas las regiones, incluso a las que habían desarrollado un
interesante canto litúrgico propio, como el ambrosiano en Milán y el mozárabe
en España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.