Marta Argerich, piano
Orquesta Nacional de Francia
Charles Dutoit, director
I. Allegramente
II. Adagio assai
III. Presto
Maurice Ravel tenía un talento
especial para la escritura pianística y unas proverbiales dotes para la orquestación.
Los dos mundos se plasman en las numerosas obras que tienen doble vida, en el
teclado y en la orquesta. Sus composiciones con piano
solista se cuentan entre lo más brillante de la literatura concertística del
siglo XX. Son dos los conciertos que dedica a su instrumento, y resultan
todo lo diferentes que permite la propia estética raveliana. Ambos fueron
escritos a la par, en 1930-31, en el último impulso creativo antes de que una
enfermedad cerebral le incapacitase. Mientras el Concierto para la mano izquierda se compuso para el pianista manco
Paul Wittgenstein, el hermano del filósofo, el Concierto en sol mayor fue concebido para ser interpretado por el
propio Ravel. Sin embargo fue estrenado por la gran solista Marguerite Long,
dedicataria de la obra, con el autor en el podio.
Como se ha dicho, son conciertos
muy distintos, casi opuestos. El que es para las dos manos destaca por su luminosidad, su
alegría desenfadada, y por reflejar la interpretación que del jazz americano pudo
hacer el refinado músico francés. Los elementos de ultramar se hallan presentes
en los movimientos extremos, especialmente en el brevísimo y feroz Presto final. El inicial Allegramente combina la brillante
escritura alla toccata con secciones
pausadas en los que se sugiere el blues y momentos mágicos como el
protagonizado por el arpa. Pero el corazón, en todos los sentidos, del
Concierto se halla en el Adagio
assai, un movimiento atípico en Ravel al estar presidido por una melodía
continua, casi infinita, de ternura conmovedora. La simplicidad de su
planteamiento, alejado de lo virtuoso, con un acompañamiento en la mano
izquierda inmutable, es engañosa. Lo muestran las guirnaldas de la mano derecha del
piano que dominan la segunda sección y que constituyen un reto para el
analista, confrontado a lo sublime y a la sorprendente afirmación del autor
según la cual escribió el tiempo lento del Concierto
siguiendo, compás por compás, el Adagio
del Quinteto con clarinete de Mozart.
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