Anne Sophie
Mutter
Camerata de
Salzburgo
Allegro
aperto
Adagio
Rondeau
(Tempo di Minuetto)
Mozart
compuso sus cinco conciertos para violín en un breve arco de tiempo -durante el
año 1775- y todos para la corte de Salzburgo. Se trata, por tanto, de un corpus
de piezas compacto y homogéneo, dictado esencialmente por los gustos de su
patrón, el arzobispo Colloredo. Al parecer, Mozart nunca mostró especial
predilección por este género y pronto encontró una forma de expresión más
acorde con su genio en el concierto para piano. No obstante, siempre nos
quedará la curiosidad de escuchar lo que el compositor hubiera podido dar de sí
en este ámbito en sus años de madurez.
Sería
arduo encontrar en otros conciertos mozartianos para violín el mismo grado de
emotividad que caracteriza el Adagio del Quinto.
Por lo general, estamos ante obras que siguen las pautas de un discurso
brillante, ameno y no muy profundo, pensadas para entretener a la audiencia. A
estas circunstancias se debe también el hecho de que estos Conciertos
antepongan la búsqueda de un lirismo amable a las prerrogativas de un
virtuosismo fogoso.
“No
soy partidario de las dificultades”, escribía el compositor en una carta a su
padre tras escuchar a un violinista empeñado en un concierto muy exigente.
El
“mito turco” arranca en Europa a finales del siglo XVII, precisamente cuando el
sultán Mehmet -tras las repetidas derrotas sufridas por su ejército- renuncia a
Hungría en el Tratado de Carlowitz (1699). Tras llegar a sitiar la capital,
Viena, el Imperio Otomano dejaba por fin de representar una amenaza para el
mundo occidental. El turco, visto hasta entonces con miedo y desconfianza,
empezaba a ser objeto de una creciente atención, curiosidad y simpatía.
La
apertura de un nuevo período de paz dio paso a un estrecho diálogo
intercultural. Las misiones diplomáticas realizadas por los sultanes en las grandes
cortes europeas -es célebre la que realizó Mehmet Effendi en París, bajo el
reinado de Luis XV, en 1721- desataron una verdadera moda turca sobre todo en
lo que respecta al vestuario y la música.
Numerosos
son los cuadros de la época –realizados por pintores de la talla de Liotard,
Quentin de La Tour o Boucher- que representan a aristócratas francesas vestidas
de sultanas o con ropa oriental.
En
el campo operístico, el ejemplo más destacado lo ofrecen Les Indes galantes de
Jean-Philippe Rameau (1735). Uno de los protagonistas de este balle théroïque,
el pachá Osman, puede considerarse entre los primeros prototipos de “turco
generoso” destinados a invadir el melodrama del siglo XVIII. En 1764, también
Christoph Willibald Gluck realiza su personal aportación a la galería de
“turcos generosos” con el melodrama La rencontre imprévue, también conocido con
el título de Los peregrinos de la Meca. Veinticinco años después, el compositor sueco Joseph
Martin Kraus hará lo propio con la ópera Solimann II, estrenada en Estocolmo en 1789.
La
música de los jenízaros -el cuerpo de élite del ejército otomano- se impone
finalmente en el modelo de la música turca para los públicos europeos. El
aspecto más imponente y llamativo del repertorio militar de los jenízaros era representado
por el amplio y novedoso aparato de percusiones utilizado en sus conjuntos:
bombos, timbales, platillos, címbalos... La paz con Turquía favoreció la
incorporación de instrumentistas de este país en las orquestas de los teatros
europeos, y algunos estudiosos llegan a mantener que esta aportación tuvo como
consecuencia un mayor desarrollo de las percusiones en la orquesta europea.
En la época de Mozart, el mito de Turquía
seguía vivo. Y aún más en un imperio -el austro-húngaro- fronterizo con el sultanato
otomano. Diversas y significativas son las piezas del catálogo mozartiano en
las que el compositor refleja el interés por la “conexión turca”.
La
más antigua es la música para ballet Le gelosie del serraglio,
compuesta para la ópera Lucio Silla en 1771. La lista se completa con Zaide,
un Singspiel compuesto entre 1779 y 1780, el movimiento final de la
Sonata para piano KV 331 (la
célebre “Marcha Turca”), aunque el capítulo más importante es representado por El rapto del serrallo, nuevo Singspiel estrenado en Viena en 1782. En este
apartado de piezas, no puede dejar de mencionarse el Concierto para violín núm. 5, KV 219. Su apodo de “turco” se debe al tercer y último
movimiento: Rondeau. Tempo di Minuetto, en cuya parte central (Allegro)
el compositor introduce una cita de la mencionada música para ballet Le gelosie del serraglio. Uno de los aspectos más curiosos de este episodio es
la escritura reservada a violonchelos y contrabajos, que tocan con el arco al
revés, esto es, con la parte de la madera en vez de con las cerdas, lo que
produce un característico efecto percutivo.
Si
la sección central del Rondeau brinda el momento más exótico y truculento de la obra,
el Adagio representa,
en cambio, el punto de mayor intensidad expresiva alcanzado por Mozart. El tema
principal consiste en un suave ondear de semicorcheas, que desde los violines
se propaga por imitación a todo el movimiento en forma de apacible radiación
luminosa. El murmullo de la cuerda es el fondo sobre el que se mueve el lirismo
del solista, roto en algunos momentos por repentinos virajes patéticos. El
material melódico no sufre grandes modificaciones, pero se renueva
constantemente por efecto de las modulaciones, y en especial al pasar por el
modo menor, que le otorga un tono más trágico. Brunetti, el violinista de la
corte de Salzburgo al que estaba destinado el concierto, no entendió la
novedosa belleza que encerraba este movimiento. Para él, Mozart compuso un
nuevo Adagio (K 261), de corte más tradicional.
Una
anticipación de la temperatura emotiva del concierto -en vilo entre
extroversión e intimismo- se detecta en el comienzo del Allegro aperto.
Después de la exposición de los dos temas principales por parte de la orquesta,
el violín arranca con un recitativo en tiempo lento. Un paréntesis de ensueño
que se prolonga durante algunos compases y arroja una sombra de incertidumbre
sobre el carácter dominante del Allegro, hasta que el solista lo quiebra
lanzándose a la carrera.
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