Cappella Andrea Barca
András Schiff, piano y dirección musical
Allegro
Romanza
Rondó: Allegro assai
Instrumentación: flauta, dos oboes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas, timbales y cuerdas.
Resulta asombroso que Mozart
haya podido generar de consuno dos obras tan disímiles como los dos
consecutivos números del catálogo de Köchel, KV 466 y 467. Y es que la
producción concertística del año 1785 se caracterizó por el contraste entre
este núm. 20 en Re menor y el Concierto
núm. 21 en Do mayor, escritos en el mismo mes, y enfrentados por el
carácter ocre y tempestuoso del primero, y el talante optimista y bienhumorado
del segundo, obras maestras ambas en cualquier caso.
El arranque de la obra, con su ritmo
sincopado y sus palpitantes acordes en Re menor, es casi insólito en la
producción mozartiana a la hora de expresar angustia, tensión y dramatismo.
Cuando el piano entra en escena, como un nuevo personaje de la acción, no
repite las frases iniciales de la pieza, sino que aporta su propio material
temático y, de hecho, el solista atraviesa todo el movimiento sin citar los
imponentes acordes iniciales de la orquesta, que, paritaria contrapartida, tampoco
recoge o imita las frases con las que el solista comienza su discurso. Como
Huscher señala con acierto, la relación entre solista y orquesta nunca antes
había sido tan tensa y compleja.
El piano a solo comienza el segundo
movimiento, una serena Romanza que
aporta alivio al espíritu sin desterrar por completo el carácter trágico. En
particular, un explosivo interludio en Sol menor —“esa parte ruidosa con los
tresillos rápidos”, como Leopold Mozart lo describiera.
Cuando Leopold Mozart llegó a Viena el día 10 de febrero de 1785, el día antes del estreno del nuevo Concierto en Re menor de su hijo, advirtió que no había tiempo para ensayar el Finale, habida cuenta de que los materiales aún se estaban copiando. ("Tu hermano ni siquiera ha tenido tiempo de hacer una lectura del Rondó", escribió a Nannerl, "porque tenía que supervisar el trabajo de copia".) La música, sin embargo, no muestra signo alguno de prisa o premura. Charles Rosen señala incluso que este es el primer Concierto cuyos movimientos extremos "están perfectamente relacionados de manera sorprendente y abierta". El detallismo y la sabiduría de Mozart son evidentes en toda la obra. De nuevo, es el piano en solitario quien inicia la peroración argumental del último movimiento, esta vez con inusual urgencia. No se trata de un alegre rondó convencional, sino de una conclusión de gran fuerza, que clausura una página esencialmente trágica; su oscura reciedumbre se anticipa al final en modo menor del Concierto núm. 3 de Beethoven. Y, cerrando el recorrido, igual que el escalofriante Re menor de Don Giovanni termina en la brillante genialidad de Re mayor, también este drama concertante culmina en una radiante coda, equivalente al ordenado final feliz que la ópera del siglo XVIII exigía.
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