Orquesta Filarmónica de Berlín
Herbert von Karajan, director
La historia épica del escritor alemán Schiller constituyó la base
para la que iba a ser la última ópera de Gioachino Rossini. En ella demostró
que, además de componer óperas cómicas ―bufas―, también era capaz de escribir
una Gran Ópera Histórica. Conviene precisar que el libretista Víctor Joseph
Étienne ―bajo el pseudónimo de De Jouy― modificó la leyenda fundacional de
Suiza y la del héroe Guillermo Tell en función de los gustos operísticos del
pueblo francés.
La ópera, escrita entre los años 1828 y 1829 en París, a lo largo
de cinco meses, fue estrenada en lengua francesa. Guillaume Tell contentaba
las exigencias del público operístico parisino, deseoso siempre que eminentes
compositores mostrasen representaciones grandilocuentes, con cuatro o cinco
actos y la presencia obligada de ballet. El tema de trasfondo histórico de Guillermo Tell era el apropiado para la
época: tiempos de luchas patrióticas en aras de la libertad.
La trama argumental precisa de muchos personajes que configuran
una historia larga y compleja. Amén del conocidísimo momento en el cual
Guillermo Tell hace honor a la fama de su precisa puntería, disparando a la
manzana que su hijo mantiene sobre su cabeza, se inserta la historia amorosa
entre un joven suizo y una princesa austriaca, dos nacionalidades en conflicto.
Los coros que dan vida a la voz del pueblo helvético y los coros
masculinos de los soldados rebeldes, poseen una importancia primordial en los
cuatro actos de la ópera.
Las danzas, las dudas entre ambos amantes y el jefe de la
resistencia helvética, las valientes acciones de Guillermo Tell... mantienen
constante la atención del público en una obra de cuatro horas de duración,
descontados los intermedios.
Guillermo Tell es un drama romántico con un lenguaje
elevado y épico, que denota la madurez compositiva de Rossini. La alusión
histórica no debe entenderse como un culto al héroe individualizado, sino como
un reto colectivo. El nacionalismo que transmiten los coros a lo largo de la
ópera es la respuesta a una dura y constante agresión. Conceptos como revuelta,
lucha o triunfo, poseen un significado inequívoco: el compromiso colectivo
contra el invasor. En este sentido cabe destacar los cantos finales de los actos
segundo y tercero, dedicados a ensalzar la libertad. Sin duda, debieron agradar
al público francés de la época, aunque debieron ser sospechosos al monarca
Carlos X, quien había contratado a Rossini para permanecer en París y escribir
diez óperas.
Guillermo Tell fue
estrenada el 3 de agosto de 1829 con un gran éxito de público asistente que
ovacionó la obra. Durante unos años se mantuvo en cartelera, pero comenzó a
tener dificultades para seleccionar los cantantes idóneos, sobre todo para el
papel de Arnold, que requiere un tenor de registro muy agudo.
Años más tarde, se puso “de moda” en París representar, en una
misma velada, fragmentos populares de diversas óperas. El segundo acto de Guillermo
Tell era representado a menudo. Muy rara vez se ejecutó la ópera
íntegramente. Cuando hacia el final de la vida de Rossini se le comunicó que
iba a representarse el segundo acto de Guillermo Tell, con la ironía que
le caracterizaba contestó: ¿De verdad? ¿El segundo acto entero?
Ésta fue la última ópera escrita por Rossini. Es difícil entender
por qué dejó de componer en plena juventud. Superó en 40 largos años de vida a
su postrera obra. Se desconocen los motivos de su decisión. Quizá había
acumulado ya, a sus 37 años, suficiente fama y riqueza para retirarse de la
creación operística o también pudiera ser que se tratase de motivos de salud. También,
sin duda, los cambios que se estaban gestando en el mundo de la ópera en
Francia, Italia y Alemania le inducían a aceptar que la época belcantista estaba
tocando a su fin.
Puede afirmarse que Guillermo
Tell es una ópera internacional: la melodía es italiana, la
prosodia está bien adaptada a la lengua francesa y el argumento narra la
fundación de la nación suiza. Su duración y su dificultad vocal la han alejado,
en ocasiones, de las programaciones operísticas.
La obertura se
ha convertido en una de las piezas más interpretadas de todas las épocas. Está
articulada en cuatro movimientos contrastados: lento (0:20), rápido (2:55),
lento (5:40) y rápido (8:30). En la primera parte lenta, el violonchelo es el
indudable protagonista, interpretando una melodía de gran belleza expresiva. En
la segunda, más rápida, la orquesta va despertándose misteriosamente hasta
culminar en un crescendo – tutti electrizante, que podría asociarse al
paisaje sonoro de una tormenta; una de aquellas que Rossini gustaba incluir en
sus obras. La tercera parte, lenta, contiene el diálogo entre un corno inglés y
una flauta travesera. (Didáctico ejemplo para discriminar las diferencias
tímbricas de ambos instrumentos.) La parte final de la obertura, la más
conocida y popular, es una explosión de alegría con trepidantes destellos
rítmicos.
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