Amfortas – Falk Struckmann
Titurel – Matthias Hölle
Gurnemanz – Hans Sotin
Parsifal – Poul Elming
Klingsor – Ekkehard Wlaschiha
Kundry – Linda Watson
Titurel – Matthias Hölle
Gurnemanz – Hans Sotin
Parsifal – Poul Elming
Klingsor – Ekkehard Wlaschiha
Kundry – Linda Watson
Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth
Giuseppe Sinopoli, director
Giuseppe Sinopoli, director
Wolfgang Wagner, director escénico y decorados
Grabación en vivo del Festival de Bayreuth, 1998.
El 14 de Abril de 1.865 Wagner escribió
a Luis II: "Hoy es Viernes Santo, otra vez. ¡Oh día bendito, el día más
lleno de significado del mundo! ¡Día de Redención! ¡El sufrimiento de Dios!
¿Quién podría expresar toda su enormidad? (…) Un Viernes Santo cálido y soleado
me inspiró con sus sensaciones sagradas a que escribiera Parsifal, que desde aquel día ha vivido y crecido dentro de mí como
un niño en el vientre de su madre". En el corazón de Parsifal radica la sobrecogedora paradoja que permite al rito de la
primavera ya a la agonía divina coexistir en un único día, y ese doble mandato
permite a Wagner reemplazar el "Oficio de las Tinieblas" con una
música coral en la que muerte y resurrección, naturaleza y el hombre-Dios están
mezclados.
Acto I
Un claro del bosque en los dominios de Monsalvat, el territorio de los
Caballeros del Grial. Está amaneciendo. El sonido de trombones llama a
Gurnemanz y los escuderos que duermen en el bosque, a rezar. Todos deben
prepararse para el baño del Rey Amfortas, de quien los exploradores, traen
malas noticias. Aparece una figura extravagante, con el cabello enmarañado,
como si llegara de un exhausto viaje: se trata de Kundry quien, desde las
profundidades de Arabia trae un bálsamo para aliviar el sufrimiento del Rey. Entonces
llega el resto de la procesión. Amfortas es llevado en su litera, Gurnemanz le
entrega el frasco traído por Kundry, pero ella, que insiste en permanecer en
silencio, rechaza toda muestra de agradecimiento. Su actitud apenas sorprende a
los escuderos quienes están dispuestos en ver en ella al culpable de la
desgracia del Rey. Gurnemanz les saca de su error: desde el día en que Titurel,
el fundador de Monsalvat, la encontró casi sin vida entre la maleza, ella ha
servido siempre al Grial. Sin embargo, los hechos demuestran que cada una de
sus ausencias ha coincidido con alguna desgracia de los Caballeros. Ante la
mirada atenta de los pajes, Gurnemanz deja que sus pensamientos se llenen de
recuerdos.
Hace mucho tiempo había dos tesoros en
Monsalvat: el Grial, el cáliz sagrado donde se recogió la sangre del Salvador,
y la Lanza que le hirió en el costado. Fueron entregados a Titurel, padre de
Amfortas, para que los guardara. Construyó Monsalvat y allí organizó una Orden
de Caballeros. Klingsor exigió ser admitido. Incapaz de controlar su propia
libido, se castró a sí mismo, y con desprecio fue expulsado de la Orden.
Exiliado al desierto, por arte de magia Klingsor construyó allí una tierra de
placeres, repleta de flores diabólicas, y desde entonces, intenta atrapar allí
a los Caballeros para conseguir su reino. Cuando Titurel, ya anciano, entregó
la insignia de soberano a Amfortas, éste en el ardor de la juventud, intentó
combatir al diablo de Klingsor, a cuyo reino se dirigió llevando la Sagrada
Lanza con él. Pero fue, seducido por una mujer, una flor del infierno y la
lanza cayó en poder de Klingsor quien se la clavó a Amfortas en el costado
provocándole una herida que sólo la propia lanza puede curar. Todos aquellos
que intentaron recuperarla de manos del brujo, también han sucumbido. Sin
embargo, el Grial ha profetizado que un día llegará un hombre puro y gran
conocedor de la pena.
Los escuderos repiten la profecía con devoción, y entonces un cisne herido cae en el claro del bosque. Orgulloso de su arco y de sus flechas, un joven se jacta de ser el autor de tan buen disparo. Más Gurnemanz le hace apenarse haciéndole ver el dolor angustioso de la hermosa ave herida. El joven no sabe porque ha disparado, ni quién es ni de donde procede. Sólo sabe que su madre se llama Herzeleide. Kundry se le acerca en silencio, ella sabe que el muchacho al alejarse de su madre, la ha puesto en peligro dejándola sola y Herzeleide ha muerto. Temblando de furia, el joven parece dispuesto a matar a Kundry, pero se desmaya del impacto recibido. Kundry logra despertarlo con un poco de agua del manantial, y después se vuelve a la maleza para dormir como un perro. Mientras tanto, el Rey ha vuelto de su baño. Como haría un buen padre, Gurnemanz invita al joven desconocido a presenciar la celebración del Grial.
Se pasa del claro del bosque a una gran sala donde los Caballeros esperan la llegada de Amfortas para celebrar el sacrificio. Titurel le invita a hacerlo. Antes de morir, querría ver el Grial al descubierto, ya que es lo que le mantiene vivo. Pero Amfortas se niega a acceder: el Grial le da la vida a él también, y para él la vida es un tormento.
El oráculo desciende una vez más desde la cúpula: un hombre puro llegará, conocedor de la pena. Amfortas, transfigurado, descubre el Grial. Una vez más, su herida vuelve a sangrar. Se lo llevan, y la procesión abandona la sala. Parsifal sin decir palabra, y sin aparentemente haber entendido nada, lo ha visto todo. Gurnemanz lo echa un poco de malas maneras, ¡Dejad que el ganso, vaya a buscar su gansa y deje en paz a los cisnes!
Los escuderos repiten la profecía con devoción, y entonces un cisne herido cae en el claro del bosque. Orgulloso de su arco y de sus flechas, un joven se jacta de ser el autor de tan buen disparo. Más Gurnemanz le hace apenarse haciéndole ver el dolor angustioso de la hermosa ave herida. El joven no sabe porque ha disparado, ni quién es ni de donde procede. Sólo sabe que su madre se llama Herzeleide. Kundry se le acerca en silencio, ella sabe que el muchacho al alejarse de su madre, la ha puesto en peligro dejándola sola y Herzeleide ha muerto. Temblando de furia, el joven parece dispuesto a matar a Kundry, pero se desmaya del impacto recibido. Kundry logra despertarlo con un poco de agua del manantial, y después se vuelve a la maleza para dormir como un perro. Mientras tanto, el Rey ha vuelto de su baño. Como haría un buen padre, Gurnemanz invita al joven desconocido a presenciar la celebración del Grial.
Se pasa del claro del bosque a una gran sala donde los Caballeros esperan la llegada de Amfortas para celebrar el sacrificio. Titurel le invita a hacerlo. Antes de morir, querría ver el Grial al descubierto, ya que es lo que le mantiene vivo. Pero Amfortas se niega a acceder: el Grial le da la vida a él también, y para él la vida es un tormento.
El oráculo desciende una vez más desde la cúpula: un hombre puro llegará, conocedor de la pena. Amfortas, transfigurado, descubre el Grial. Una vez más, su herida vuelve a sangrar. Se lo llevan, y la procesión abandona la sala. Parsifal sin decir palabra, y sin aparentemente haber entendido nada, lo ha visto todo. Gurnemanz lo echa un poco de malas maneras, ¡Dejad que el ganso, vaya a buscar su gansa y deje en paz a los cisnes!
Acto II
El Castillo mágico de Klingsor, El brujo
se halla en su torre, ante su espejo mágico. Ya ha llegado la hora: ve al loco
joven dirigiéndose a su castillo de placeres. Debe despertar a la esclava de su
encantamiento: es Kundry que se despierta con un grito animal ante la llamada
del brujo. Desearía dormir para siempre. Desafiar a Klingsor, el mutilado, pero
el vence: pronto él será el dueño no sólo de la Lanza sino también del Grial.
El apuesto joven, quien habrá de sucumbir, se acerca. Con un grito de dolor,
Kundry se dispone a llevar a cabo su misión. La torre deja paso a un jardín de
placeres donde las Muchachas Flor dan la bienvenida al joven, provocándole,
después de que haya vencido a todos los guardas. Más el permanece insensible a
sus sensuales provocaciones.
Pero entonces, una voz mucho más dulce
le llega de entre ellas y lo deja paralizado. Ha pronunciado su nombre:
Parsifal, así era como su madre le llamaba. Kundry despide a las Muchachas Flor
y le habla a Parsifal de su madre, quien ha muerto de pena después de que él la
abandonara. Lleno de resentimiento, Parsifal cae al suelo junto a Kundry. Ahora
puede conocer el amor que su madre conoció y recibir de la mensajera del brujo
su primer beso de amor, como una última bendición materna. Pero cuando se
abrazan, Parsifal se separa de un salto: ha aparecido en su mente la herida de
Amfortas, y bajo la sangre ardiente ha visto el lamento del Salvador. Empuja a
Kundry a un lado después de darse cuenta del engaño. Entonces Kundry le suplica
que se apiade de ella ¡Hace tanto que le espera! Una vez, en su camino lleno de
sufrimiento, ella se encontró con el Salvador y se rió de él. Desde entonces,
no puede deshacerse de esa risa a menos que consiga seducir alguna víctima a
pecar. Ella debe ser amada y redimida. Parsifal se indigna ante tal blasfema.
Ahora lo ve todo con claridad. Quiere volver a Amfortas. Ella le promete
enseñarle el camino de vuelta, a cambio de que Parsifal le conceda una hora de
amor. Rechazada, embriagada de furia, Kundry convoca a todos los caminos del
mundo para que se cierren ante él que la ha despreciado. Klingsor intenta matar
al incauto joven con la Lanza, pero Parsifal logra quitársela y, haciendo la
señal de la cruz, pone fin al encantamiento del castillo de Klingsor.
Acto III
Un claro en el bosque. Es
primavera, Gurnemanz ya es anciano. Vive como ermitaño en la frontera del
territorio. Un quejido atrae su atención. Suena como el lamento de una bestia
salvaje. Se trata de Kundry, que ha vuelto de nuevo, rígida y tiesa como si
estuviera muerta. Gurnemanz la despierta y la consuela. Ella sólo quiere
servir. ¡Pero el Grial ya no es lo que era, y apenas hay mensajes que llevar!
¿Quién es este que se acerca ahora, con armadura negra y una lanza en su mano?
Se detiene, clava la lanza en la tierra y se arrodilla, Gurnemanz le reconoce:
es el que hace mucho tiempo disparó al cisne. ¡Y la lanza ha vuelto!
Su camino ha sido arduo: una maldición
le hacía siempre perderse por los caminos. Pero ha llegado para que Gurnemanz
le diga: Amfortas desea morir incluso aún más; ya no celebra el Grial, privados
del consuelo divino, los Caballeros han entrado en declive; Titurel ha muerto.
Exhausto, física y emocionalmente, Parsifal está a punto de derrumbarse. Kundry
ha ido a buscar agua del manantial para lavarle los pies. Ahora Gurnemanz debe
derramar el agua pura sobre su cabeza. Después, los tres se dirigirán a
Monsalvat, donde Amfortas debe descubrir el Grial por última vez para el
funeral de su padre. Kundry ha untado los pies de Parsifal con un bálsamo y se
los ha secado con sus cabellos. Así Parsifal se convierte en Rey. Como primer
acto de su mandato bautiza a Kundry. Con la cabeza inclinada hacia adelante,
Kundry llora, y Parsifal observa con emoción la belleza de la pradera que le
sonríe. Se trata del encantamiento del Viernes Santo: el rocío sobre las
flores, las lágrimas del pecador, la sangre del Salvador. Las campanas del
medio día replican. Es hora de irse.
En lugar de celebrar el oficio sagrado,
Amfortas se lamenta y se maldice a sí mismo. Fue él quien causó la ruina de su
padre. ¡Que el sagrado Titurel interceda con el Salvador para que así el
pecador pueda morir por fin! Los caballeros le apremian para que descubra el
Grial. Con un dolor delirante, se niega a hacerlo. Se desgarra las ropas y
muestra la herida que sangra, incurable. ¡Que le maten y el Grial volverá a la
vida!
Parsifal se ha adelantado. Sostiene la lanza que tiene
el poder de curar la herida que ella misma ha provocado. Toca a Amfortas con
ella. Parsifal descubre el Grial. Kundry cae al suelo, muerta. Todos se
arrodillan para rendirle honores reales.
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