Orquesta Sinfónica de Limburg
Otto Tausk, director
En 1876 Edvard Grieg contaba treinta y tres años de edad y había
empezado a despuntar dentro del ámbito musical de su país con composiciones
como el célebre Concierto
para piano en la menor y
las Piezas líricas para piano. En ellas se
apreciaba ya una perfecta fusión entre el espíritu romántico de autores como
Schumann y el folklore de su país, que empezó a emplear abiertamente gracias a
la influencia de su amigo Rikard Nordraak, autor del himno nacional noruego.
Casualmente, Nordraak era primo del dramaturgo Björnstjerne Björnson, para
cuyas obras componía música incidental. Fallecido Nordraak repentinamente a los
23 años, Björnson recurrió a Grieg, cuyo mayor aval artístico en ese momento
era la admiración que había suscitado en Liszt, que le invitó a visitarle en
Roma. La fructífera colaboración entre el músico y el escritor dio como
resultado partituras incidentales como la hoy aún popular Sigurd Jorsalfar e incluso proyectaron lo que
pudo haber sido la primera ópera nacional noruega, Olaf Trygvason, pero esta idea se truncó al
entrar en escena, y nunca mejor dicho, Henrik Ibsen. Autor de títulos tan
universales como Casa
de muñecas, Hedda Gabler, El pato salvaje o Un enemigo del pueblo, Ibsen acababa de escribir algo
totalmente diferente a su tónica habitual: un drama en cinco actos que tomaba
como base el folclore y la mitología nacional para contar la vida de un
ambicioso muchacho que vive insólitas aventuras.
En un principio esta obra
estaba concebida para ser leída y no representada, dadas las enormes dificultades
escénicas que planteaba. Sin embargo, alguien le convenció de que la
introducción profusa de una partitura permitiría los trabajosos cambios de
decorado entre escena y escena sin que el público acusase las pausas, y decidió
recurrir a Grieg, produciéndose el memorable encuentro entre la mejor pluma y
el mejor músico de Noruega de todos los tiempos. El fruto de esta conjunción de
talentos fue Peer
Gynt y el
propio Ibsen siempre se vería obligado a admitir que parte del éxito que
cosechó la obra se debía a aquellos números musicales, en un principio
destinados a rellenar huecos. Por su parte, Grieg, que admiraba profundamente a
Ibsen, temía no estar a la altura de las circunstancias y tuvo que superar
numerosas dificultades hasta lograr una música que se ajustase perfectamente al
texto.
Ante el entusiasmo del público que asistía a las representaciones teatrales de la obra, Grieg decidió que su música tuviese vida
propia en las salas de concierto y escribió dos suites, que se encuentran entre las
obras más populares de la llamada música clásica. De una gran belleza e
inspiración, son parte destacada del patrimonio cultural noruego y representan a este
país tanto como pueden hacerlo los fiordos o la literatura ibseniana. Sin
embargo, como es habitual con las suites, la obra original, superior en todos
los aspectos, ha quedado eclipsada, dada la dificultad que supone ejecutarla
fuera del ámbito teatral, y la mayor parte del público ignora su existencia.
La Suite nº 1, que lleva el número de opus 46 en el catálogo del compositor, consta de las siguientes partes:
La mañana
La muerte de Aase
La Danza de Anitra
En la gruta del rey de
la montaña
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