Evgeny Kissin, piano
Es probable que el carácter
devoto de su madre y precoces lecturas como la célebre Imitación de Cristo, exacerbaran la religiosidad del joven Liszt y
le impulsaran a buscar la ascesis solitaria en pos de su unión mística con
Dios. En una carta dirigida a la princesa Sayn-Wittgenstein, recordaría que,
con sólo diecisiete años, abrigaba ya el deseo de ingresar en el seminario de
París, vivir la vida de un santo y, quizá, morir como un mártir. El tráfago
mundano, su ajetreada existencia de virtuoso, impidieron el cumplimiento de
tales anhelos, pese a lo cual la luz santa de la Cruz nunca dejó de guiar sus
pasos.
La batalla central de la
existencia de Liszt, en efecto, se debatió en el terreno religioso y fue la
música el cauce a través del cual expresó sus más hondos sentimientos. Resulta
ilustrativo recordar a este respecto su estancia en el castillo de La Chênaie,
como huésped del abate de Lamennais, bajo cuyo influjo aprendió la filosofía de
la música, el sacerdocio del arte y se concienció de la responsabilidad que,
como centinela del Altísimo, se le imponía de velar, orar y laborar sin
descanso. Imbuido de la idea de que el arte por el arte, sin sus miras puestas
al servicio de Dios, era un absurdo, tomó entonces la determinación de conducir
a los fieles ante las sublimidades sacras.
En este contexto debemos situar
la admiración de Liszt por Alphonse de Lamartine (1790-1869), ídolo espiritual
de su primera juventud, y con el que trabaría amistad gracias a los oficios de
la condesa d'Agoult. De la sintonía entre ambos da fe la visita que ésta y el
músico hicieron al poeta en Saint-Point sur Sâone, en el verano de 1837. Es
sabido que durante esa velada, tras los postres, Liszt interpretó Harmonies du Soir, pieza dedicada a
Lamartine, y que éste con meliflua dulzura leyó Bénédiction de Dieu dans la Solitude, de su recopilación de Harmonies Poétiques et Religieuses,
publicada en 1830.
Lamartine había concebido esta
colección en Florencia, en 1826, como un himno de gratitud hacia Dios. Forman
sus sesenta y ocho poemas una serie de salmos modernos en los que el poeta de
Saint-Point evocó diversas impresiones de la naturaleza y de la vida sobre el
alma humana, cuyo origen radica en la contemplación de Dios. No es de extrañar,
pues, que, ávido de espiritualismo meditativo, Liszt bebiera en tales poemas
para componer este monumental políptico pianístico, una obra cuyo carácter
visionario la convierte en una de las cimas del misticismo romántico.
Su accidentada génesis, que se
prolongaría durante casi veinte años, comenzó alrededor de 1833. Gracias a la
mediación de Joachim Raff, la antología sería finalmente publicada por Kistner,
en Leipzig, a mediados de 1853. Dedicadas a la princesa Sayn-Wittgenstein, las
diez harmonies que componen la
colección -I. Invocation (1847). II. Ave Maria (1846). III. Bénédiction de Dieu dans la
solitude (1847). IV. Pensée de Morts (1833-1850). V. Pater Noster (1846). VI.
Hymne de l'enfant à son réveil (1840-1853). VII.
Funérailles (1849). VIII. Miserere d'après Palestrina (1851). IX. Andante
lagrimoso (1850). X. Cantique d'amour (1847)-, aparecieron entonces divididas
en siete partes.
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