Yundi Li, piano
Liszt, incapacitado para la
ópera, va a conseguir en sus transcripciones pianísticas el dramatismo que no
consiguió en su única tentativa teatral: Don
Sancho o El castillo del Amor, sobre texto de Theaulon y Raneé a partir de
una obra de Claris de Florian. En su música se aprecia, según escribe Searle,
un notable gusto melódico y una considerable capacidad de caracterización. Pero
su escritura y su difusión respondieron a los intereses de Adam Liszt, empeñado
en hacer de su hijo Franz, de trece años de edad, todo un Mozart. En absoluto
aparecen aquí la tensión dramática y la plasticidad que sí muestran algunas
paráfrasis.
Desterradas durante mucho tiempo
del repertorio habitual por el infamante hecho de no ser originales (totalmente
originales, habría que matizar inmediatamente), las transcripciones que Liszt
hizo para el piano y otros instrumentos de obras de muy diferentes
compositores, él mismo incluido, son capítulo esencial para conocer al artista
y, sobre todo, al mundo que le rodeaba.
Muchas de estas obras nacieron
para el lucimiento personal del Liszt virtuoso del piano, pero con el valor
añadido de una irreprimible y generosa tarea de difusión de la música de sus
contemporáneos, sin desdeñar la del rescate historicista de un pasado
(polifonistas clásicos, el barroco de Bach, el neoclasicismo de Mozart y
Beethoven, el primer romanticismo de Schubert) que conecta a Liszt con las
corrientes más avanzadas del pensamiento decimonónico.
Pero, además, importa el hecho
sociológico de que con el conocimiento de algunas de estas obras (imposible el
resumen por su inagotable cantidad) comprendemos mejor cómo era el acto del
concierto público en el siglo pasado, tan distinto al nuestro también en este
aspecto. En una época en que apenas se empezaba a sospechar la creación de los
instrumentos reproductores que dominan la nuestra, el transcriptor cumplía una
función parecida a la del grabador de reproducción.
Verdi fue para Liszt una fuente
inagotable de temas para la realización de transcripciones operísticas. Hizo
paráfrasis de concierto de Ernani (en
dos ocasiones) y Rigoletto,
reminiscencias de Simon Boccanegra y
transcripciones/fantasías del Miserere
de Il Trovatore, del Coro di festa e marcia funebre del Don Carlos, de la Danza sacra e Duetto finale de Aida
y del Ave Maria de I Lombardi. Obras que abarcan desde 1848
hasta 1882 y que además de servirle de repertorio para regalar tras un
concierto consagrado a las sonatas de Beethoven, que podría haber escrito
Rostand, nos muestran su sincera admiración por esa facilidad melódica y
expresiva del maestro de Parma, a quien no llegó a conocer personalmente. En
realidad, y como señala Searle, las transcripciones a partir de Verdi siguen en
importancia a las de Wagner, y destacan por su excelente factura en lo que a
técnica pianística se refiere.
La de Rigoletto, calificada de paráfrasis de concierto (S. 434) está
escrita en 1859 a partir de la frase del tenor (el Duque de Mantua) Bella figlia dell'amore, que da lugar al
famoso cuarteto del acto III de la ópera.
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