Raina Kabaivanska, Soprano: Leonora
Plácido Domingo, Tenor: Manrico
Piero Cappuccilli, Barítono: Il Conte di Luna
Fiorenza Cossotto, Mezzosoprano: Azucena
José Van Dam, Bajo: Ferrando
Coro y Orquesta de la Staatsoper de Viena
Herbert Von Karajan, director
Junto con Rigoletto
y La traviata, Il Trovatore constituye uno de los
títulos que integran la trilogía del período “intermedio” de Verdi. Es
frecuente acusar de descabellado su libreto. Resulta obvio que contiene una
infinidad de situaciones extravagantes, pero la historia, con todos sus clichés
incluidos, no deja de ser teatralmente efectiva gracias a la música del gran Giuseppe Verdi. Guste más o menos, el
libreto dispone de elementos más que suficientes como para mantener en tensión
permanente al espectador durante dos horas y media: amores imposibles,
sacrificios y crueldades, y sobre todo, la historia de dos hermanos que no
saben que lo son y que se odian mutuamente a causa de su amor por una misma
mujer. No es, claro está, el mejor libreto de una ópera de Verdi (¡Otello!). El autor del texto es Salvatore Cammarano, quien se inspiró
a su vez en el drama El trovador del gaditano Antonio García Gutiérrez.
Como muchas otras obras de su autor, Trovatore es una obra bendecida por una buena cantidad de excelentes grabaciones, pues su popularidad ha sido constante desde su estreno en Teatro Apolo de Roma, el 19 de enero de 1853, menos de dos meses antes del de La traviata. Como ocurre siempre, el número de grabaciones de interés es mucho más bajo en el ámbito del DVD que en el de las grabaciones en disco. Pero existe un Trovatore sensacional que todo buen verdiano tiene la obligación de conocer. Se trata de la excelente grabación de Herbert von Karajan en la Ópera Estatal de Viena en 1978, con un reparto sencillamente maravilloso.
Como muchas otras obras de su autor, Trovatore es una obra bendecida por una buena cantidad de excelentes grabaciones, pues su popularidad ha sido constante desde su estreno en Teatro Apolo de Roma, el 19 de enero de 1853, menos de dos meses antes del de La traviata. Como ocurre siempre, el número de grabaciones de interés es mucho más bajo en el ámbito del DVD que en el de las grabaciones en disco. Pero existe un Trovatore sensacional que todo buen verdiano tiene la obligación de conocer. Se trata de la excelente grabación de Herbert von Karajan en la Ópera Estatal de Viena en 1978, con un reparto sencillamente maravilloso.
El interés de esta filmación radica en dos elementos: su
elevadísimo nivel musical y la posibilidad de ver juntos a un buen puñado de
genios del canto dando lo mejor de sí mismos. No son interesantes los
decorados, ni la dirección escénica (del propio Karajan), ni la filmación en sí
misma, pero con semejantes “monstruos” sobre el escenario eso es lo de menos.
Los decorados de Teo Otto, de corte clásico, resultan muy
anticuados y modestos hoy en día, con la utilización de paneles que no
contribuyen precisamente a dotar a las escenas de ningún realismo. Eso se hace
especialmente palpable en la escena segunda del tercer acto, que resulta
terriblemente pobre visualmente. Mejor parado sale el correcto vestuario de
Georges Wakhewitsch, y correcta la dirección escénica –de la que se ocupa el
propio Karajan– aunque resulta innegablemente estática en momentos como el
comienzo del tercer acto (coro Squilli, echeggi). La calidad de imagen
es bastante aceptable. También resulta algo anticuado el modo en el que se
difuminan los contornos en la escena segunda del primer acto. Pero vale la
pena. Como queda dicho el interés de esta versión es muy alto, y no se
encuentra en ninguno de estos aspectos, sino en el musical.
Comenzando las cosas por su orden lógico, hay que empezar
hablando del Manrico de Plácido Domingo. Ya entonces, él se
había introducido plenamente en el papel, por ejemplo, con la estupenda
grabación de Zubin Mehta, en la que también encontramos a Fiorenza Cossotto.
Domingo hace aquí un buen trabajo, especialmente al entonar sus “canciones” a
Leonora (Deserto sulla terra; Ah, che la morte ognora). Consigue una de
las más largas ovaciones con una sensacional Amor, sublime amore,
mientras que en Di quella pira no se le ve cómodo en absoluto, como era de esperar. El
propio Domingo declara haber abordado el do de pecho tan sólo en algunas
grabaciones, no habiendo pasado del si mayor en escena. En cualquier caso, la
tesitura natural de Manrico no excede del la natural, por lo que Domingo no
manifiesta aquí más dificultades de las expresadas y se maneja con soltura y
naturalidad.
Con la sensacional Raina Kabaivanska podría acabarse, en
realidad, muy pronto. Es lo que tiene hacer las cosas tan extraordinariamente
bien. Ella, como Leonora, funciona estupendamente como pareja de Domingo
(véase, por ejemplo, su estupenda Tosca)
y se muestra creíble no sólo en lo vocal (eso va por descontado) sino también
en lo escénico. Toda la segunda escena del primer acto es una maravilla gracias
a ella, y lo mismo vuelve a ocurrir al comienzo del último acto con su
estupenda In quest'oscura notte ravvolta.
Azucena es el
personaje que ofrece una psicología más compleja y uno de los más lucidos
vocalmente. Es alguien por quien se puede llegar a sentir a un mismo tiempo
compasión y repugnancia (no debe olvidarse que se trata de la asesina de un
niño pequeño). El personaje es confuso, y está moldeado para sembrar de
inquietud al espectador, fórmula esta que se mantiene hasta el último instante
de la ópera, en el que ella, en lugar de lamentarse de la muerte de Manrico, a
quien ha criado como a su propio hijo, se regocija de haber vengado al fin a su
madre muerta haciendo que el Conde destruya por sí mismo a su hermano, a quien
ella no llegó a quemar vivo. Para dar vida a este personaje, tan terrible como
atractivo, se tiene aquí la mejor opción imaginable: Fiorenza Cossotto. Esta gran mezzosoprano es una de las
referencias indiscutibles en el papel, que había grabado ya varias veces antes
de la presente filmación. Por su fuera poco, a su característica voz, llena de squillo
y colorido y trabajada de forma extraordinaria, hay que sumar su buen hacer
actoral, dando vida a una Azucena pródiga en gestos teatrales, casi paranoicos,
y en miradas enloquecidas y llenas de pánico. Una intérprete absolutamente
referencial e indispensable en el papel.
Piero Cappuccilli,
aquí como Conde de Luna, fue uno
de los grandes barítonos verdianos del pasado. De esos que ya no quedan,
desgraciadamente. Por otra parte, aunque el papel de Ferrando sea considerado siempre como secundario, requiere
un gran cantante. Es un lujo que en esta grabación recaiga sobre un bajo de la
categoría de José Van Dam, que
aborda fabulosamente la escena primera del primer acto, aunque sería quizás
deseable algo más de agilidad en el “cuento” de la gitana (Di due figli).
El resto es más modesto. Maria Venuti está correcta sin más en el tenue papel de Inés. Por su parte, resultan más flojos el Ruiz de Heinz Zednik y el mensajero de Ewald Aichberger.
El Coro de la Ópera Estatal de Viena cumple sobradamente bien, aunque literalmente “se lo trague” la orquesta en la parte final del Squilli, echeggi.
El resto es más modesto. Maria Venuti está correcta sin más en el tenue papel de Inés. Por su parte, resultan más flojos el Ruiz de Heinz Zednik y el mensajero de Ewald Aichberger.
El Coro de la Ópera Estatal de Viena cumple sobradamente bien, aunque literalmente “se lo trague” la orquesta en la parte final del Squilli, echeggi.
La guinda del pastel es la presencia del maestro Herbert von Karajan al frente de la
orquesta. El célebre director salzburgués ya había grabado un excelente Trovatore
anteriormente con Corelli y Price. La dirección es simplemente perfecta, y
quizás lo único reprochable es la eliminación de la sección central de Leonora (Non
reggo a colpi) en la “pira”. Una anécdota: como se recordará, era curiosa la
forma de saludar de Luciano Pavarotti cuando el público arrojaba ramos de
flores al escenario. Pues bien, lo que no le ocurría entonces al tenor modenés
le ocurre aquí a Karajan. Es muy ovacionado por el público al salir a saludar,
pero alguien, no se sabe si con abyectas intenciones, lanza un ramo de flores
con tan mala (o buena) puntería que impacta sobre su cabeza y le despeina un
poco. El maestro sonríe y lo recoge del suelo, sin más.
Argumento
Acto I
Zaragoza, 1413. Varios soldados al servicio del Conde de
Luna vigilan los movimientos de un recién llegado trovador que parece haber
seducido a Leonora, la amada del Conde. Ferrando entretiene a la tropa narrando
una desdichada historia: hace muchos años enfermó el pequeño hermano del Conde,
y una gitana, acusada de maldecir al pequeño, fue quemada por ello en la
hoguera. Pero esa gitana tenía a una hija no menos cruel que su madre, que
raptó al bebé enfermo y lo arrojó a la misma hoguera, dándose a la fuga.
Concluida la historia, todos los presentes se horrorizan y quedan invadidos por
un terror irracional y supersticioso.
Leonora, por su parte, espera acompañada de su doncella Inés la llegada de Manrico, el trovador. Inés trata de convencerla de que olvide ese peligroso amor, pero Leonora se opone. Aparece entonces el Conde de Luna, inflamado de amor hacia Leonora, pero trata de ocultarse cuando escucha el canto del enigmático trovador, que se acerca. A causa de la oscuridad, Leonora confunde al Conde con su amado Manrico y lo abraza. Manrico se encoleriza, y aunque la intervención de Leonora consigue calmarlo nada impide que los dos rivales se batan en duelo.
Acto II
Leonora, por su parte, espera acompañada de su doncella Inés la llegada de Manrico, el trovador. Inés trata de convencerla de que olvide ese peligroso amor, pero Leonora se opone. Aparece entonces el Conde de Luna, inflamado de amor hacia Leonora, pero trata de ocultarse cuando escucha el canto del enigmático trovador, que se acerca. A causa de la oscuridad, Leonora confunde al Conde con su amado Manrico y lo abraza. Manrico se encoleriza, y aunque la intervención de Leonora consigue calmarlo nada impide que los dos rivales se batan en duelo.
Acto II
Vizcaya. Varios gitanos se preparan para el trabajo,
mientras la gitana Azucena recuerda atormentada la muerte de su madre en la
hoguera, hace ya muchos años. Cuando Manrico, que la cree su madre, se queda a
solas con ella, Azucena le confiesa que nunca llegó a arrojar al hermano del
Conde a la hoguera. Aquél día ella contemplaba la ejecución llevando en brazos
a su propio hijo. Luego raptó al bebé del Conde, pero presa de la confusión y
del espanto que le producía contemplar la agonía de su madre terminó arrojando
al fuego por error a su propio hijo. Manrico queda muy confundido por la
historia que acaba de contarle Azucena, pero esta última se esfuerza con empeño
en hacerle creer que ella y no otra es su madre. Por su parte, él narra el
resultado de su duelo con el Conde. Cuando aquél había caído a tierra y Manrico
se disponía a matarlo, sintió un inexplicable impulso que le hizo detener el
golpe. Azucena, decepcionada, hace jurar a Manrico que no desaprovechará
ninguna nueva oportunidad de matar al cruel Conde de Luna. Después llega un
mensajero que urge a Manrico a que se presente en Castellor a apoyar a los
adversarios del Conde. Manrico es igualmente informado de que Leonora, que le
cree muerto, está a punto de ingresar en un convento. El joven se marcha a toda
prisa para evitar que su amada tome los hábitos.
En el convento esperan el Conde y Ferrando, dispuestos a raptar a Leonora antes de que comience le ceremonia. Sin embargo, Manrico consigue llegar poco después de que ella entre, lo que ocasiona una explosión de furia en el Conde y una extrema alegría en Leonora.
En el convento esperan el Conde y Ferrando, dispuestos a raptar a Leonora antes de que comience le ceremonia. Sin embargo, Manrico consigue llegar poco después de que ella entre, lo que ocasiona una explosión de furia en el Conde y una extrema alegría en Leonora.
Acto III
Ferrando anima a los soldados del Conde a recuperar
Castellor. Al poco es arrestada una gitana vagabunda, que es conducida ante el
Conde ante la sospecha de que pueda tratarse de un espía de Manrico. En
realidad se trata de Azucena, que es reconocida por Ferrando como la asesina
que arrojó al fuego al hijo del anterior Conde de Luna. El Conde, al enterarse
de que ella es además la madre de Manrico, se regocija de herir en lo más
profundo a su rival.
Mientras tanto, Manrico y Leonora se disponen a casarse antes de que la batalla tenga lugar. Ruiz, un mensajero, informa a Manrico de la reciente captura de su madre, y este, fuera de sí, lanza a sus soldados a la batalla para rescatarla.
Acto IV
Mientras tanto, Manrico y Leonora se disponen a casarse antes de que la batalla tenga lugar. Ruiz, un mensajero, informa a Manrico de la reciente captura de su madre, y este, fuera de sí, lanza a sus soldados a la batalla para rescatarla.
Acto IV
El Conde ha ganado la
batalla y Manrico ha sido hecho prisionero y conducido a la misma mazmorra que
Azucena. Luna dispone que el joven sea pasado a cuchillo al amanecer y que la
gitana sea quemada en la hoguera, como su madre. Leonora, sin embargo, le jura
que se convertirá en su esposa si Manrico es liberado. El Conde accede y le
permite el acceso a la prisión.
En la mazmorra, Manrico trata de consolar a su horrorizada madre, que cae dormida de puro agotamiento. Leonora entra y le suplica que huya con prontitud, pero Manrico, que advierte que ella ha conseguido su libertad a cambio de entregarse a sí misma al Conde, se indigna y prefiere morir. Es entonces cuando Leonora le revela haber tomado un veneno mortal para evitar el enlace. El Conde lo observa todo oculto, y descubre el engaño cuando ve a Leonora desplomarse y morir. Manrico es inmediatamente llevado al suplicio y el Conde conduce a Azucena a una ventana desde la que observarlo. La gitana le revela entonces que acaba de matar a su propio hermano, y que con ello, ella ha vengado finalmente a su madre. El Conde queda confuso y aterrado.
En la mazmorra, Manrico trata de consolar a su horrorizada madre, que cae dormida de puro agotamiento. Leonora entra y le suplica que huya con prontitud, pero Manrico, que advierte que ella ha conseguido su libertad a cambio de entregarse a sí misma al Conde, se indigna y prefiere morir. Es entonces cuando Leonora le revela haber tomado un veneno mortal para evitar el enlace. El Conde lo observa todo oculto, y descubre el engaño cuando ve a Leonora desplomarse y morir. Manrico es inmediatamente llevado al suplicio y el Conde conduce a Azucena a una ventana desde la que observarlo. La gitana le revela entonces que acaba de matar a su propio hermano, y que con ello, ella ha vengado finalmente a su madre. El Conde queda confuso y aterrado.
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