Alicia de Larrocha, piano
Aquéllos para quienes la música española no es algo ajeno o
desconocido, quienes la han vivido como experiencia propia desde la infancia o
en los canturreos de la adolescencia o la mocedad, quienes la han reconocido,
engalanada, en las partituras de los mejores compositores pero también han
sabido sentirla en su más sencilla expresión popular, suelen experimentar una
doble sensación, aparentemente contradictoria, al escuchar cualquiera de las
obras más características de Isaac Albéniz (1860-1909). Por una parte, la evidencia
de un sello inconfundible de personalidad, de autoría, de original e inequívoca
traza albeniciana; por otra parte, esa música nos conecta con un substrato
reconocible, unos rasgos de identidad común que surgen del fondo de nuestra
percepción estética en una especie de déjà
vu. Y esto ocurre por igual tanto desde la experiencia personal del oyente
no especializado, del no profesional, como desde la del intérprete de su
música, el conocedor, el técnico.
La razón de ello está en el propósito que Albéniz persiguió
infatigablemente, el de crear y dar a conocer al mundo una “música española con
acento universal”, y a ello aplicó lo mejor de su talento creador. El resultado
son esos casi dos centenares de obras, principalmente para piano, entre las que
sobresale la prodigiosa Iberia, pero
también tres zarzuelas, cuatro óperas completas y otras tantas sin terminar,
una pieza polifónica, un concierto y una rapsodia para piano y orquesta, dos
suites sinfónicas, música incidental para recitados y hasta una treintena de
canciones para voz y piano.
Entre diciembre de 1905 y enero de 1908, Isaac Albéniz culmina
su obra más ambiciosa, Iberia, una
colección de doce piezas, doce "impresiones" de España. Tal como
quedó a su muerte, once piezas se refieren a Andalucía y una a Madrid. Pero la
idea del compositor era recorrer toda la Península, incluido Portugal. Su
prematura muerte se lo impidió.
Hoy nadie pone en duda que Iberia es la obra cumbre del músico español, en la que no solo
materializa (si es que este verbo se puede utilizar al hablar de música) su
deseo de hacer música de su país "con vistas a Europa", es decir,
internacional sin renunciar a sus orígenes; demuestra además plenamente sus
poderes técnicos y ambición estética con una escritura pianística trascendental
y deslumbrante de luz, ritmo y color.
La estilización del elemento popular en Iberia es
extraordinaria, como podemos apreciar ya en la jota surgida entre la niebla
impresionista de ese nostálgico "quasi nocturno" de apertura llamado Evocación, o en las sevillanas de Rondeña, el tango "a lo
chotis" de Lavapiés, la
malagueña de Málaga, la soleá de Jerez o el zapateado de Eritaña.
Sin embargo hay tanto de invención en Iberia como de estilización de temas tradicionales. Una invención
desbordante, exagerada, de una amplitud generosa, apasionada y fértil. La
ornamentación de cada una de las piezas es impresionante, abrumadora para el
intérprete, impulsado a cada momento por una pasión incontenible.
Triana pertenece
al Segundo Cuaderno de Iberia y es una
de las más divulgadas piezas de Albéniz. Evoca el barrio sevillano a través de
una seguiriya bulliciosa y colorista,
dentro de una estilización poética que no cae en el folclore tópico. Hay en
toda la pieza una elegancia de fraseo y un señorío de la mejor ley.
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